No sé exactamente cuándo pasó, pero por un largo tiempo no los escuché. Creo que fue cuando tenía cerca de 11 años, en esa extraña transición entre la dulce infancia y la atolondrada adolescencia. Durante mi niñez sus voces estaban en los cuentos, en mis juegos y en el pasto lleno de vida de la entrada de mi casa. Mientras escribo miro a mis cuatro perros deambular por el jardín y por mucho que me esfuerzo, aún me cuesta entender lo que quieren decir. Pero para mis hijos es mucho más fácil.
Ellos pasan horas mirando los pozones en la playa. Yo los envidio. ¿Por qué a mí me cuesta tanto? Veo en la simpleza de ese acto el comienzo de una vida ejercitando el ojo para observar y el oído para escuchar. Cruzo los dedos para que nunca pierdan ese interés. Hay un momento en la vida en que nos desconectamos. Todo se pone serio, grave, importante. Entramos en los ritmos de la mayoría de los adultos y ya no observamos el entorno con el asombro de nuestros primeros años como habitantes de la Tierra. No sabemos los nombres de las aves porque no las conocemos, tampoco nos interesa saber qué tipo de araña estamos matando: todas son peligrosas, creemos.
He tenido la fortuna de rodearme de gente con inquietudes parecidas. No ha sido al azar, las he elegido. Juntos hemos aprendido los nombres de las aves, hemos conversado sobre los primeros brotes de la primavera y como el sol afecta nuestro ánimo. Nos mandamos links con las mariposas más lindas. Recorremos el bosque abrazando árboles y el desierto en silencio.
No tengo estudios formales en ciencia. En el colegio me aprendía todo de memoria para las pruebas de biología y salvaba la nota. Lo mío siempre ha sido el arte y mi cabeza ha estado (para mi vergüenza) siempre en las nubes. Pero he encontrado en la ciencia la manera para entender la naturaleza y bajar a la tierra ha sido una experiencia preciosa. Mis lecturas de animales ya no son solo fábulas, ni cuentos de niños. Hoy leo guías de campo, libros de flora y fauna, miro documentales, paseo por el campo y también por la ciudad. Y me impresiono de lo que encuentro. Claro que nada de eso llega sin buscarlo. Hay que ir al conocimiento y aprender a observar lo real que hay frente a los ojos. Conectarse nuevamente. Porque somos la Tierra, no solo sus habitantes. Y estamos vivos, igual que Ella.
Para ver mariposas en detalle: www.micra.cl
Para observar e identificar aves: ebird.org
Documentales imperdibles: www.chilevision.cl/wild-chile
Libros reveladores: Gaia, la Tierra Viviente, Lawrence E. Joseph
(En la foto: Introducción al estudio de los insectos de Chile, Editorial Universitaria. Aves de Chile, Álvaro Jaramillo. Guía de campo de los mamíferos de Chile, Agustín Iriarte Walton. A wildlife guide of Chile, Sharon Chester)