Es viernes por la tarde en un Santiago oscuro y lluvioso, sin embargo, dentro del Centro de Cuidados y Atención Diurna para Desórdenes Alimentarios (CADDA), las habitaciones se llenan de color con los globos y decoraciones que preparan las adolescentes. Y es que para ellas no es un viernes cualquiera, es ‘día de alta’, es decir, una de sus compañeras dejará el centro para comenzar su nueva vida.
CADDA es un centro que nace con el objetivo de brindar un tratamiento intensivo y especializado a personas con Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA): Anorexia, Bulimia o Trastorno por atracón. Se trata de un recurso terapéutico intermedio entre una hospitalización completa y un tratamiento ambulatorio.
Un alta, es sinónimo de mejora. Y eso es lo que celebran las chicas. “Jo, te queremos caleta”, “Volvió el brillo a tus ojos”, “Estamos todes contigo”, son algunos de los mensajes que le dejan en la pizarra de despedida.
Nadia, la madre de Josefina (ambos nombres fueron cambiados), cuenta que todo partió durante el segundo año de la pandemia, antes de eso, era una niña común y corriente. En ese momento Josefina estaba entrando a tercero medio. “El primer año de confinamiento fue de muchos ajustes. Nosotras vivimos solas, soy madre soltera, así que fue un año en el que pasamos mucho tiempo juntas. La Jo decidió cambiarse de colegio y comenzó unas clases online de cheerleaders. Recuerdo que un par de veces me comentó que el profesor era muy estricto con las comidas. Me contó que una vez le dijo a una de las chicas que no podía tomar jugo de naranja en las mañanas, porque lo indicado es una naranja y para hacer jugo se usan aproximadamente tres”, cuenta.
Reconoce que no le prestó mucha atención a ese comentario de su hija hasta que un día la notó más delgada. “Meses antes ella había tomado la decisión de ser vegetariana. Cuando lo hizo, le dije que sí, pero que iríamos a una nutricionista. Ahora que tengo más información, sé que lo correcto habría sido ir a una nutrióloga, pero llegó la pandemia y todo se hizo más difícil. Se hizo vegetariana, comenzamos a buscar recetas juntas… yo sentía que todo iba bien”, cuenta.
Nadia tiene algunas lagunas mentales sobre el tiempo que vino después. Sólo recuerda perfectamente el día en que su hija le dijo “mamá, creo que tenemos que buscar un nutricionista porque estoy teniendo problemas. No me siento bien con mi cuerpo”.
Inmediatamente buscó la hora. Encontró una que era con especialidad deportiva y vegetariana. En sus palabras, fue un amor, pero no era especialista en TCA. “Estos son trastornos complejos. Si bien la Jo dio las alertas, yo la llevé a una nutricionista, estuvimos meses intentando pararla, aun así, no lo logramos. Y estábamos además con una endocrinóloga y una psiquiatra, en distintas partes. Porque además hay mucho desconocimiento; yo pensaba que mientras comiera, iba a estar bien. Pero ella comía platos grandes de ensaladas y alimentos con fibra. Lo que pasa es que dejó de comer grasas, de las buenas y las malas. Yo no me daba cuenta, pero cocinaba con agua. Así se fue manifestando su TCA. El problema es que cuando dejas todas las grasas, es grave, porque bajas muy rápido de peso. Y entonces, un día me di cuenta de que se le notaban los huesos de la cara”, recuerda.
La cultura de la dieta
Nadia sintió que esto se le estaba yendo de las manos, comenzó una búsqueda desesperada de especialistas mientras, semana a semana, su hija iba perdiendo peso. “Es muy difícil porque además ellos te mienten. La Jo me lo reconoció después. Yo veía que se tomaba un vaso de yogur, pero después me enteré que le echaba agua. Porque esto es una lucha también con ellas mismas. Es como si tuvieran una vocecita, como una especie de ángel bueno y uno malo. Ellas mismas se empiezan a boicotear y a pesar de que mi hija es madura y sabía que lo que estaba haciendo era grave, no lo podía controlar”.
Estos trastornos son multicausales, influyendo factores genéticos, neurocognitivos, psicológicos y ambientales. Sin embargo, los factores de riesgo más comunes son la preocupación excesiva por la apariencia en el entorno cercano, las conversaciones negativas relacionadas con el cuerpo, la insatisfacción corporal y el antecedente de hacer dietas.
Pamela Campi es nutricionista y una de las socias de CADDA. Dice que “la cultura de la dieta fomenta un ideal de belleza y de cuerpo haciéndoles creer a las adolescentes que la delgadez es sinónimo de felicidad, realización y triunfo. Pero no sólo eso, además se les hace creer que depende de su fuerza de voluntad lograrlo”. Y en cerebros en desarrollo esto puede llegar a ser muy nocivo. Según la psicóloga Macarena Zuleta –también socia del centro– esto tiene que ver con la gordofobia que está presente en nuestra sociedad. “Incluso lo vemos en los padres de pacientes que hacen comentarios sin darse cuenta, que parecen inofensivos; también en los doctores y doctoras tratantes. Se sigue asociando la delgadez a ‘buena salud’ y desde ahí los mensajes que reciben las adolescentes son muy potentes. Por eso es tan necesario insistir que del cuerpo del otro no se habla”.
“Mundialmente, del total de personas que hacen un buen tratamiento contra un TCA, sólo un 40 a 50% logran recuperarse. Y esto nos demuestra que, si bien son trastornos con factores biopsicosociales, no existe en el mundo ninguna enfermedad mental tan deseada y aplaudida por el sistema. La industria de la belleza mueve cerca de 70 mil millones de dólares al año y, por lo tanto, las mujeres inseguras son una fuente de ingreso económico importante. Al sistema económico no le conviene la mujer segura que no gasta tanto dinero en cambiarse o ‘mejorarse’”, dice Claudia Montebruno, psicóloga y la tercera socia de CADDA. Así –agrega– las niñas, adolescentes y mujeres deben estar todo el tiempo resistiendo a este sistema, haciéndose fuertes para comprender que son más que su cuerpo.
Aislamiento y redes sociales: la tormenta perfecta
Mientras las chicas preparan la celebración del alta de su compañera, hablan también de sus experiencias. Trinidad (21) entró al centro hace un año y medio. “Yo nunca me sentí gorda, pero sí competía por ser la más flaca. Con el tiempo internalizas tanto esta competencia, que te convences de que estás gorda, aunque hayas perdido muchos kilos”, dice.
Sofía (15) lleva cinco meses. Para ella las redes sociales fueron determinantes. “Lo mío (su Anorexia) comenzó porque empecé a ver en TikTok videos sobre abdomen plano. Y quería conseguirlo. Por eso empecé a sentir miedo de engordar”, cuenta. Y si uno busca ‘abdomen plano TikTok’ aparecen casi dos mil millones de visualizaciones.
“Yo creo que lo más peligroso que encuentras en internet son personas que tienen trastornos y que se pasan consejos, que se potencian”, agrega Trinidad. Se refiere a comunidades que presentan a los TCA no como enfermedades mentales, sino como “estilos de vida”. Incluso usan los hashtags #ANA (Anorexia) y #MIA (Bulimia) como si se tratara de dos chicas amigas, Ana y Mia.
“El aislamiento social, la exposición a las redes sociales, mayor información –o desinformación– debido a la exposición a influencers dedicados a la imagen corporal o de estilos de vida (falsamente) saludables, colaboran en la agudización de la vulnerabilidad, especialmente de jóvenes en situación de encierro, con poco contacto social, y altamente inseguros de sí mismos, en cuanto a su apariencia y su identidad. Estamos viviendo la tormenta perfecta para que las cifras de trastornos alimentarios sigan en alza”, dice una publicación de la Universidad Católica que a su vez asegura que las consultas asociadas a los trastornos alimentarios se han elevado en un 30% en adolescentes chilenos después de la pandemia, y que el riesgo de padecer un TCA afecta alrededor del 12% en este grupo etario, con mayor prevalencia en las mujeres.
El problema es que actualmente los TCA –en particular la Anorexia– son las patologías de salud mental con mayor mortalidad después de las adicciones. Las personas que sufren de un desorden alimentario pueden morir por falla cardíaca, falla de otros órganos, malnutrición o suicidio.
Después de mucho insistir, Nadia consiguió un cupo para un control presencial en un centro de adolescencia para su hija Josefina. “Llegamos allá y cuando vi a mi hija desvestirse, me di cuenta que estaba en los huesos. Ella me miró y me preguntó qué pasaba porque no pude contener las lágrimas. Y es que además ella no se veía igual que como el resto la estábamos viendo”, recuerda. Nadia tuvo miedo por primera vez. Pensó que estaba perdiendo a su hija, a pesar de que el último tiempo había permanecido con ella las 24 horas. Porque al final, incluso la hacía dormir en su pieza por miedo a que vomitara.
“La doctora que la vio me dijo que no podía salir de la clínica. Que tenía que quedar hospitalizada. La Jo estaba a punto de que le diera un paro cardiaco. Si yo ese día no la llevo, mi hija se podría haber muerto”, dice.
El comedor terapéutico
Se quedaron en la clínica una semana y después de eso la indicación fue internación. Nadia comenzó nuevamente una búsqueda difícil porque en Chile –a diferencia de otros países, donde están hace años– en ese momento no existían centros especializados en TCA. Le dieron el contacto de una de las socias de CADDA que, en ese momento, fines del 2021, estaba por abrir.
“Cuando llegó al centro comenzó a ‘despertar’. Estuvo casi cuatro meses con internación diaria completa, de lunes a viernes de 8:00 a 21:00, es decir, hacía todas las comidas en el centro. En la noche se iba a la casa”, cuenta.
Este sistema de internación de día, se lleva a cabo desde 1998 en Barcelona y actualmente en varios países en el mundo. Durante la jornada se realizan distintas actividades terapéuticas con especialistas, no obstante, el momento de la comida es crucial. “El comedor terapéutico –se llama así porque además de una cuidadora hay una psicóloga– es el momento más difícil de las pacientes porque es allí donde se enfrentan a sus miedos. Por eso la importancia de vivirlo en comunidad. Todas las pacientes que están en el comedor, en mayor o menor medida dependiendo de la etapa del tratamiento en que se encuentren, tienen dificultades para enfrentarse a la comida, por eso entre ellas se genera un apoyo, porque lo han vivido. Y que te de apoyo alguien que ha estado en tus zapatos, es distinto”, explica Pamela Campi.
“Jugársela por este lugar, es jugársela justamente por eso: por tener pacientes juntas. Una psicóloga puede estar en el comedor, pero nunca va a llegar a ser ni la mitad de importante que lo que es que estén otras pacientes. Y hay momentos muy tensos, porque no se pueden parar hasta que el plato se acaba, pero es parte del proceso. Te da más fuerza ver que la del lado está sufriendo igual que tú, pero se comió igual el plato. Si estás sola en tu casa enfrentándote al plato se puede transformar en un monstruo gigante que te ataca”, complementa Claudia Montebruno.
“Cuando entré al centro estaba convencido de que mi destino no era estar aquí. Por eso cada día que pasaba era muy inesperado. Y finalmente lograron que me volviera a enamorar de la vida, que volviera a creer que hay gente a la que le puedo importar. Llegué queriendo irme del mundo y un día crucé la puerta con el alta queriendo irme al mundo”, dice Agus. Está en el centro invitado a la celebración del alta de Jo, el suyo ya fue hace meses. Cuando Nadia se encuentra con Agus se abrazan. Y es que, como dicen, todos terminan siendo como una familia.
“En el verano fue la primera vez que la Jo me dijo ‘mamá no me preguntes qué comprar. Compra lo que quieras. Yo me lo voy a comer’. Hoy tengo una hija sana y celebro su alta feliz, pero sin olvidar el miedo que sentí por estar a punto de perderla”.
Los TCA no son parte del GES y por lo tanto no tienen cobertura, en tratamientos que suelen ser largos y costosos. En junio del año pasado, se ingresó un proyecto de ley que busca que el Estado entregue prevención, atención, diagnóstico y tratamiento, sin embargo aún se encuentra en el primer trámite constitucional.