En 2010, mientras participaba del festival Chilereality de Chillán, Antonella –periodista y Magíster en Arte con mención en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile y candidata a Doctora en Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires con una tesis sobre Educación Sentimental y Cine de Mujeres– se encontró con un grupo de mujeres que estaban ahí por diversas razones. En una conversación entre ellas surgió espontáneamente la idea de hacer un festival de cine de mujeres. “A todas nos hizo sentido la idea, y es que resultaba evidente en ese momento, e incluso hoy, que son pocas las mujeres que trabajamos en el rubro del cine y, todavía menos, las que escriben, dirigen y producen películas”, cuenta. Así, un año después, nació Femcine, un festival que este año comienza el 22 de marzo y que Antonella dirigió durante los últimos once años.
Para el 2010 o 2011 el auge del feminismo no era el de hoy ¿cómo fue esa conversación entre las mujeres que participaron del festival?
Antes de pensarnos feministas, ya estábamos poniendo en evidencia la inequidad de relatos que vinieran desde mujeres en el cine. En ese momento fue bastante instintivo preguntarnos por qué no vemos más películas de mujeres. Y luego comencé a buscar respuestas para entender por qué es relevante que haya más películas de mujeres, que es una de las razones por las que me fui a estudiar a Argentina un doctorado en estudios de género. Pero en ese entonces, 2010, nos hizo sentido solo por una cuestión básica de representación: si somos la mitad de la población, por qué no hacemos la mitad de las películas.
¿Y por qué es relevante que existan más películas de mujeres?
Porque la representación es importante, tiene que ver con cómo se construyen los relatos que definen nuestros imaginarios. Nosotros tenemos un imaginario respecto de lo que significa ser una buena mujer; tenemos un relato sobre lo que significa ser un hombre apropiado; tenemos un relato sobre la idea de una familia feliz, sobre un buen trabajo. La pregunta es quién cuenta estos relatos con los que construimos nuestros imaginarios, que por lo demás, no son para nada inocuos. Las decisiones que tomamos en nuestras vidas cotidianas están cruzadas por esos relatos; cómo nos vestimos, con quién nos vinculamos, qué estudiamos, cuál es el tipo de trabajo que estamos dispuestos a aceptar, todo esto está vinculado con una idea de destino, de éxito, de romance, de sexo y los relatos que hemos visto y escuchado. Y por supuesto el cine es probablemente el más eficiente constructor de relatos porque el lenguaje audiovisual es particularmente seductor a la hora de imponer relatos.
¿Por qué las películas escritas por mujeres podrían presentar un tipo de mujer o de hombre distinto?
Una cosa que caracteriza el cine de mujeres es que está constantemente preocupado por los procesos personales. Las mujeres, sin generalizar por supuesto, son capaces de encontrar la gran historia desde los personajes anónimos. Un ejemplo es Kathryn Bigelow. La película con la que ganó el Óscar (The Hurt Locker, 2010) es sobre la guerra pero que te pone en la experiencia de un tipo que se dedica a desarmar bombas, no de las decisiones que se toman en Washington. Hace las películas del sujeto de la calle y eso es algo que en general cruza de manera constante el cine hecho por mujeres; tratar de entender los cambios sociales desde los cuerpos y las experiencias del cotidiano.
En Chile, las mujeres que hicieron cine a principios de los ‘70 o finales de los ‘60, Valeria Sarmiento es un ejemplo, se meten en temas como la prostitutas, las dueñas de casa, las mujeres obreras. Empiezan a dar cuenta de los cambios sociales desde la experiencia de la calle cotidiana. No contando el gran relato a lo Patricio Guzmán, sino que deteniéndose en levantar, visibilizar y valorizar la experiencia del cotidiano, especialmente de las mujeres que son quienes no han tenido voz.
Si el trabajo de estas mujeres hubiese sido visibilizado y valorado como el de sus compañeros hombres, ¿nuestro imaginario sería distinto?
Absolutamente. Ahora estoy trabajando en un libro sobre feminismo y cultura pop pensando en dónde está la educación sentimental de la juventud contemporánea, ¿quién nos está enseñando a amar? Por supuesto que las películas hacen eso, y pienso en los últimos 20 años y las películas más vistas son El señor de los anillos, Harry Potter, toda la saga Marvel, Los juegos del hambre, Crepúsculo. Todo este grupo de películas son las que más ve la gente, especialmente los jóvenes. ¿Qué nos están diciendo estas películas respecto de qué es ser mujer, qué es ser hombre, qué significa ser poderoso o valiente, cómo se vive un romance, qué es lo erótico o lo deseable? Todas esas preguntas que definen nuestra manera de vincularnos en el mundo real tienen referentes muy poderosos en el cine que vemos, y por supuesto que eso va a estar cruzado por quién cuenta esas historias.
Mi generación creció con el Disney de los ‘90, con las princesas y ese relato es un tipo femenino tremendamente patriarcal; mujeres que no tienen destino propio porque están a la espera de que venga un príncipe a salvarlas, incluso si están inconscientes. Esto cambia cuando empieza a haber mujeres que llegan a lugares de decisión (producción, guion y codirección) y aparecen películas como Frozen, Valiente, Moana, que dejan en evidencia que Disney tuvo que pegarse una sacudida e incluir la mirada de las mujeres en la construcción de personajes femeninos. Hay una escena notable en Frozen cuando Ana llega emocionada a contarle a su hermana que se va a casar con el príncipe y Elsa le contesta ‘¡pero si lo acabas de conocer!’. Es fascinante porque en una frase echa por la borda toda una tradición de princesas que estaban inconscientes cuando se emparejaron.
¿Cómo influye la ausencia de mujeres en los lugares de decisión en este rubro en la representación de la mujer en el cine?
Parte importante de los imaginarios que heredamos vienen del Hollywood clásico, del cine que se hace entre los años ‘30 y los ‘60, y ese cine está definido por lo que conocemos como el código Hays o código de producción, que fue redactado en acuerdo entre los productores y la Iglesia. Hay en él una lista de cosas que podías y no podías mostrar en una película. Entre las cosas que no podías mostrar estaba cualquier acto que cuestionara la institución de la familia o permitir que un personaje que hubiese tenido una forma de ser nociva, fuese celebrado al final. Si pensamos que para la iglesia y para una sociedad patriarcal la “buena mujer” es la mujer de la casa, la mujer virginal que luego es escogida por un varón y transformada en madre. En ese lugar hemos sido puestas las mujeres por mucho tiempo. Cualquier tipo de mujer que se saliera de esas dos figuras, va a ser una mujer maldita; durante la película puede ser independiente o puede seducir al protagonista, pero al final va a tener que pagar las consecuencias de eso quedando ciega, paralítica, muerta, o también, redimida al amor de un hombre que la va a llevar de vuelta al mandato. Stars Wars es un buen ejemplo. Si sigues a las mujeres vas a ver que se repite su historia, una y otra vez, aunque las películas tengan 40 años de diferencia; Leia, Amidala y Rey, cuando las conocemos son independientes, brillantes, en el caso de las dos primeras ocupan espacios de poder, todo hasta que se enamoran, porque ahí pierden su poder y se transforman en personajes frágiles.
¿Que una serie esté escrita por una mujer garantiza que la representación de nosotras no sea desde una mirada patriarcal?
Para nada. Y hay muchos ejemplos como Crepúsculo, Los juegos del hambre o Las 50 sombras de Grey, son películas tremendamente patriarcales porque son figuras femeninas que entregan su poder al destino que les impone el varón. Que haya más mujeres escribiendo guiones ayuda porque los relatos que recibimos han sido contados por un porcentaje muy pequeño de la población; en el caso del cine hombres blancos, heterosexuales, ricos, que hablan inglés y viven en California. El 90% de las películas que vemos todavía vienen de ese lugar. Desde ahí es importante que cada vez haya más gente distinta contando historias, para que la diversidad del mundo se vea representada en la diversidad de los relatos. Y luego creo que el feminismo –como dice la filósofa Diana Maffia– es una posición ética ante el mundo, no tiene que ver con lo que uno tiene en medio de las piernas; la experiencia está definida por eso en un mundo patriarcal, pero puede haber hombres que haciendo una reflexión profunda pueden generar relatos que cuestionen los mandatos patriarcales, como lo hace por ejemplo Sebastián Lelio. Y también pueden haber mujeres que no se hacen preguntas respecto de su lugar en el mundo y que pueden replicar los mandatos patriarcales.
Después de ver durante once años películas escritas y dirigidas por mujeres para Femcine ¿con qué visión del mundo te encontraste?
Las mujeres tienden a relevar el hacer cotidiano. Uno de los problemas que tenemos como humanidad es que a las mujeres se nos ha hecho cargo del cuidado, pero al mismo tiempo se nos dice que el cuidado no es importante y en las películas también vemos esto. ¿En cuántas películas vemos a un personaje cambiando una llanta –aunque en la vida cotidiana eso pasa rara vez– versus las veces que vemos a alguien hacer una cama, algo que en la vida real ocurre todos los días? La valoración de los espacios cotidianos y de la experiencia de quienes no han tenido voz, aparece de manera consistente en el cine de mujeres. Y también aparece –como a las mujeres se nos entrena para el cuidado, tendemos a ser más empáticas– la empatía; la pregunta ¿por qué le está pasando algo al personaje? o ¿por qué toma las decisiones?
¿Por qué deberíamos ver más películas escritas, producidas o dirigidas por mujeres?
Vivimos en un mundo complejo y uno de los grandes desafíos que tenemos como humanidad, es entendernos en nuestra diversidad, que el otro tiene una experiencia distinta a la mía y que toma decisiones desde ahí. Y una de las gracias que tiene el arte en general y el cine en particular, es poder ponerme en la experiencia de esa persona a través de una película. Cuando veo una película sobre un migrante, una mujer trans o una mujer indígena yo, que no soy ninguna de esas cosas, puedo conectar con esa experiencia y eso alimenta mi sujeto ciudadano que se va a tener que vincular con esa experiencia en el cotidiano. Mientras más diversidad tengamos en los relatos, más herramientas vamos a tener para dialogar con la diversidad con que nos enfrentamos en el mundo real.