La segunda hija de Andrés Allamand tiene 25 años, se ha teñido el pelo de todos los colores, ha vivido tres veces fuera de Chile, piensa que casarse de blanco sería un show, defiende a brazo partido las libertades personales, no está inscrita en los registros electorales y odia la sacarina tanto como ama a sus padres.

Se crió junto a tres hermanos más: Olivia, de 27, que es diseñadora y pintora; Juan Andrés, quien falleció en 2003 y tenía una parálisis cerebral; y Raimundo, que tiene 17 y estudia en el Newland. Ignacia también estuvo en ese colegio, "católico, pero no tanto", dice ella, aunque admite que siempre fue "anti" y que no participó mucho de las actividades escolares. Viajera empedernida, su mamá cuenta que cuando era chica y le preguntaban qué quería ser cuando grande, contestaba: "Turista". En segundo medio partió por seis meses a Australia, donde aprendió que nadie le lavaría los calzones ni le haría la cama. Volvió más despabilada y, al poco tiempo, se trasladó a Estados Unidos por dos años, junto a su familia.

A su regreso de Washington entró a estudiar Teatro en la Católica, pero en tercer año se retiró porque quería ampliar el enfoque y tomar cursos sobre puesta en escena, guión y diseño teatral. Su crisis vocacional se sumó a la muerte de su hermano, Juan Andrés, quien, tras el accidente que tuvo al caer a una piscina, quedó con una parálisis cerebral y por mucho tiempo fue el centro de la atención familiar. Al morir tenía 15 años. "Él era increíble", recuerda Ignacia. "Siempre fue una fuente de energía positiva, que nos mantenía en contacto con las cosas simples. Su muerte fue una tristeza muy profunda, pero también significó un descanso, porque su vida no era fácil".

Tras la pérdida de su hermano, la familia cerró un ciclo. Su hermana Olivia se fue a vivir sola, Ignacia partió a Buenos Aires con un pololo argentino del que se enamoró perdidamente y, al poco tiempo, sus papás se separaron.

En Buenos Aires, donde vivió tres años, tomó cursos teatrales con maestros de primer nivel y realizó algunos trabajos. Cuando aún no cumplía un año fuera, la llamó Alberto Fuguet para realizar un papel importante en la película Se arrienda, donde personificó a la pareja de Luciano Cruz-Coke. El escritor y cineasta quedó flechado con su energía tras conocerla en Washington, donde había viajado para entrevistar a su padre, de quien se hizo muy amigo.

Los actores del elenco de Se arrienda quedaron impresionados con lo parada en la hilacha que era esta chica. Felipe Braun, quien compartió escenas con ella, comentó una vez: "Llamaba mucho la atención lo bien que se desenvolvía. Nunca se sintió una pendeja y eso que estaba actuando con gallos que tenían años de circo".

En 2006 decidió que era tiempo de volver a Chile. Dejó a su novio tras la cordillera y se quedó aquí con su papá, con quien todavía vive. También entró a estudiar con Alfredo Castro, mientras evaluaba la generosa oferta de trabajo que le llegó de distintos canales nacionales. Eligió Chilevisión, que recién iniciaba su área dramática, porque le gustó que fuera un proyecto más chico y experimental. Quedó en el casting y asumió brillantemente el papel de una escolar rebelde en la teleserie Vivir con 10, lo que le valió de inmediato el reconocimiento de sus pares. Todos reconocen que es talentosa, profesional y matea, y que aportó muchos elementos atinados a su personaje, como el look y la gestualidad. Desde ahí no ha parado de trabajar y ahora, además de prepararse para otra teleserie del canal, actúa en Cinco mujeres con un mismo vestido, la obra que dirige Willy Semler en el Teatro San Ginés.

Cara lavada

Llega puntual, porque "la impuntualidad me empelota", declara de partida. Anda con una boina, canguro, parka y zapatillas y no invierte ni un minuto en maquillarse. "Prefiero dormir diez minutos más que estar encrespándome las pestañas", explica.

Ignacia campea muy segura por la vida y tiene claro que su entrada a la televisión no estuvo exenta de comentarios suspicaces, pues se trataba nada menos que de la hija de uno de los mejores amigos del dueño del canal. Pero ella llegó y, en pocos meses, logró descollar. "¿Sabís lo que me pasa?", dice, "encuentro súper naif pensar que a una persona le dan un rol protagónico en una teleserie porque su papá es amigo del dueño del canal. Si el mundo funcionara así, todos los hijos de gente conocida estarían en roles importantes. Además a mí no me llamó Piñera. El que me seleccionó porque le gustó lo que hice en el casting fue el director de la teleserie. Al final son puras estupideces, porque este asunto no tiene ningún misterio. Si yo fuera incompetente, no habría durado ni cinco minutos. Así de simple".

–¿Qué tanto te pesa ser hija de tu papá?

–Nada. Es verdad que el ambiente de teatro es más de izquierda y hay prejuicios, pero cuando la gente te conoce, eso se termina. Además, mi papá no es de extrema derecha. Es una persona abierta. Pero en política tienes que aliarte y él se alió a la derecha porque comparte algunas cosas con ellos. Ser su hija me ha abierto ene mundo. He viajado a Cuba mil veces y conozco a Fidel, a Gabriel García Márquez y a otra gente súper interesante. Yo siempre he sentido que mis papás respetan las diferencias.

–Y a ti, ¿qué te pasó con la separación de tus papás?

–Yo ya estaba grande y tenía una relación independiente con cada uno. Son adultos, tienen una historia armada y me parece legítimo que decidan seguir su vida por separado. Nunca me metí en las razones de su separación, porque no me corresponde opinar, ni siquiera me interesa saber demasiado. Respeto sus decisiones y ellos me respetan a mí.

–Mucha gente tiene miedo de separarse porque piensa que los hijos van a sufrir…

–Me parece un tremendo error. Hoy en día la separación es algo súper normal que le permite a mucha gente rehacer su vida y armar nuevos proyectos. ¿Por qué cresta mis papás no tienen derecho a eso? Yo los veo contentos, haciendo sus cosas, y eso es lo único que me importa.

–¿Y no había en tu casa un discurso del matrimonio para toda la vida?

–No recuerdo que haya sido un tema recurrente. Siempre he tenido claro que, cuando las parejas no pueden seguir juntas, el divorcio es lo más justo. Yo no podría defender el matrimonio para toda la vida cuando por siglos ha habido mujeres a las que el marido les saca la cresta y no pueden irse porque son acusadas de abandono del hogar. No… Córtala.

–¿Fuiste una adolescencia rebelde?

–Sabís que no. Fui como bien en la mía, pero responsable.

–¿Pero eras carretera?

–Lo normal, creo yo. Salía con mis amigas, lo pasaba bien, pero nunca hice la cimarra ni llegué curada a la casa.

–¿Y no buscaste límites?

–Los límites los he encontrado en los viajes y también en la actuación.

–¿Y qué piensas de los pitos?

–Encuentro que no tienen absolutamente nada de malo, siempre que seas responsable. No lo recomendaría a cabros que están en el colegio y que tienen que enfocarse en los estudios, pero si eres grande es cosa tuya. Ahora, hay gente que le hace mal. Si eres una persona conflictiva y fumas pitos, eso te va a traer problemas. Pero si eres una persona ordenada, te fumas un pito, te relajas y no pasa nada.

–Parece que no te educaron en el decálogo de la derecha católica o, si lo hicieron, les salió mal…

–Yo encuentro que les salió súper bien. Nunca fue la intención de mis papás moldearme la cabeza.

–Políticamente, ¿con qué sector te identificas?

–Con nada. Ni siquiera estoy inscrita en los registros electorales, pero igual me importa lo que pasa en el país. Lo que pasa es que en este momento las ideologías son eso: ideologías. Y nada más. No me interesa si alguien es de derecha o de izquierda, ni que me reciten un discurso político de memoria. Lo que me atrae son las cabezas pensantes y hay personas de distintos lados que me parecen inteligentes y creativas.

–¿Y en tu casa se hablaba de la dictadura?

–Obvio que sí.

–¿Y se le decía dictadura o gobierno militar?

–No sé, pero al menos yo crecí sabiendo que en Chile hubo una dictadura.

–¿Y qué idea tienes de ese período?

–Que antes hubo un gobierno desastroso y que con los militares la cosa se ordenó. Pero nada justifica las violaciones a los derechos humanos que se cometieron. Para mí no se trata de política, sino de moral.

–Siguiendo con los asuntos morales, ¿qué piensas de la pastilla del día después?

–Encuentro ridículo que una niñita de catorce años no pueda tomarse una cerveza, ni comprar cigarros ni atravesar la cordillera sin permiso de sus papás y, por otro lado, pueda ir a un consultorio y pedir la pastilla del día después sin preguntarle a nadie. Ahí veo una incongruencia grave.

–¿Y si la pastilla se entregara a mayores de 18 años?

–Creo que está bien, porque es una responsabilidad personal. A esa edad tienes derecho a decidir por ti mismo en varios planos de la vida.

–¿Estarías de acuerdo con legalizar el aborto?

–Me parece que si una niñita se queda embarazada porque la viola el tío, el aborto debería ser una opción legítima.

–¿Y si se acostó con el pololo y se embarazó?

–Obviamente que encuentro terrible hacerse un aborto y me imagino que para quien lo vive debe ser algo muy doloroso. Pero no soy nadie para condenarlo, porque entiendo que es una decisión muy personal. Es súper fácil juzgar sin entender lo que le está pasando a esa niña o esa mujer concreta que decide abortar. ¡Cuánta gente se llena la boca con discursos pro vida, pero cuando su hijita se queda embarazada hacen un viaje fugaz y listo! Esa hipocresía no me la trago.

Azúcar a la vena

Ignacia se fuma un cigarrillo tras otro, en parte para palear el frío que hace en la terraza de la galería Animal, donde se desarrolla esta conversación. Pero también "por pura ansiedad", especula ella, aclarando que sólo cuando da entrevistas le viene la compulsión de tener algo entre los dedos.

En general fuma y bebe poco, pero no renuncia a los placeres de la vida. Admite que en los asados se sobrepasa con el choripán, que le gusta el vino tinto y el vodka tónica y que la madre de sus vicios es la coca-cola. "Pero la coca-cola normal", aclara. "La light, ni cagando. A mí me gusta el azúcar".

Más allá de su fama de pesada "porque me niego a darles entrevistas a medios que considero charchas y mentirosos", se defiende ella. Ignacia es muy puesta en su lugar. Trabaja bastante y asegura que nunca se ha estresado ni ha tenido una depresión importante. "Es que trato de no hacer cosas que no quiero. Si no quiero ir a un cumpleaños, no voy. No me gusta cumplir por cumplir, lo encuentro injusto", explica.

–Parece que tuvieras todo muy resuelto…

–Igual me enrollo, como todo el mundo, tengo mis contradicciones, pero en general trato de aperrar con mis decisiones.

–¿Y sientes que esa parada es compartida por tu generación?

–No sé, pero me parece que la gente de mi edad tiene un pensamiento más independiente. Por ejemplo, uno ve que en las generaciones anteriores de actores había más conflicto con el tema de estar en la televisión y ganar plata haciendo publicidad. Había un mito de que si eres actor tienes que ser pobre y esforzado. Yo creo que para nadie de mi generación eso es un modelo ético, al contrario, si puedes ganar plata, genial, porque eso te permite sacar adelante tus proyectos. Y obviamente que para mí, como actriz, es más válido ganarme esa plata en la tele que como mesera. Yo soy feliz si gano plata en una buena campaña publicitaria, porque todo eso lo ahorro para viajar.

–¿Y hay, entre los actores jóvenes, un cierto modelo a seguir o un director top con el que todos quieran trabajar?

–No tanto. Ahora se valora más la individualidad. Hacer algo tuyo es más valorado que el hecho de que te llame un gran director para hacer un papel en una obra consagrada. Mi generación aprecia la autogestión y la capacidad de aportar algo diferente.

–¿Y en qué otras cosas sientes que tu generación ha superado prejuicios?

–Hay más apertura en todos los ámbitos. Antes, el país era como en blanco y negro y ahora cada uno anda con su pinta, con su onda, con su pensamiento. Es mucho más frecuente que una punkie sea la mejor amiga de una abogada que anda con traje dos piezas y taco alto.

–¿Y tú andarías con un hombre que se vistiera de traje y corbata?

–Si el traje está bonito y el hombre también ¿por qué no? Pero igual tengo mis preferencias. Por ejemplo, yo me muero con un huevón que ande con visos en el pelo y bronceado de solárium. Eso me produce un rechazo total. Pero no escupo al cielo, uno nunca sabe.

–Ahora, ¿en qué estás con el tema de pareja?

–De eso no hablo nada, nada, nada.

–¿Para que no te persigan los paparazzi?

–No. Los paparazzi me dan lo mismo. ¡Oye, si no estamos en Hollywood! Lo que me pasa es que encuentro que tener una relación ya es suficientemente difícil como para agregarle la presión de que se meta la prensa. Me parece que hablar de la pareja públicamente es un acto suicida.

–¿Y por qué es tan difícil tener una relación?

–Porque cuesta convivir y cuesta aceptar al otro.

–¿Eres muy montada en el macho?

–No, yo creo que puedo transar bastante si estoy enamorada, pero no estoy dispuesta a dejar de ser yo misma para estar con alguien. Lo ideal es estar con una persona que te resulte natural. Ésa es mi apuesta, aunque no es fácil.

–¿Y has tenido varios pololos?

–He sido súper polola. Me enamoro absolutamente y de personas súper distintas. No tengo algo así como "el hombre ideal".

–¿Y qué es lo que te seduce de un hombre?

–El tema de la conversa para mí es fundamental. Puedo estar con un tipo y de repente me doy cuenta que llevo tres horas conversando y eso me hace un clic. Aunque igual encuentro rico estar con un tipo guapo. ¿Pero cuánto te dura un mino rico y con plata si no tienes otra conexión?

–¿Y te importa que tenga plata?

–No. Desde chica tengo la idea de que voy a mantenerme solita.

–¿No esperas que te paguen cuando sales a comer con un hombre?

–Encuentro rico que un hombre sea caballero, que te seduzca, pero eso es en la conquista. Si llevas más tiempo con alguien tienes que compartir y ponerte. Así fue cuando viví con mi ex pololo en Argentina.

–¿Y qué dijeron tus papás cuando decidiste convivir con él?

–Estaban contentos de que estuviera acompañada. Además ya era grande, tenía 22 años.

–¿Y te imaginas casándote por la iglesia?

–Si me lo preguntas ahora, te digo que no. Lo encontraría como montar un show, porque no voy a misa y no tengo ninguna relación con la Iglesia Católica. Pero no descarto la posibilidad de enamorarme de alguien muy religioso y, si para él fuera importante, lo haría como un regalo. Para mí sería lo mismo que casarme en una ceremonia judía si mi novio es judío. En todo caso no tengo idea si voy a casarme. Tal vez no. No pienso en eso, porque no me proyecto mucho. A mí me gusta el presente. Me gusta estar aquí y ahora. ¿Cachái?