“Una lata terrible” era lo que sentía el periodista Altair Bordones cuando su único hijo le pedía jugar con él. Cuenta que le costó mucho entregarse al juego y que cada vez que se hacía un espacio para esto, se quedaba dormido. “Amo a mi hijo, pero no lograba conectarme con él a través del juego. Podía hacerlo por unos momentos, pero luego sentía que no estaba haciendo nada. Literalmente tuve que tirarme al suelo y estar a su disposición. Hoy somos muy unidos y disfrutamos jugando”, comparte.

Jugar con los hijos es uno de los grandes desafíos que enfrentan los padres en los primeros años de crianza. Una tarea que para muchos es difícil porque no les gusta, tienen poco tiempo para hacerlo, o creen que jugar no es algo de adultos. Una realidad que reveló la Encuesta Nacional de la Primera Infancia (ENPI) realizada por JUNJI, UNICEF y UNESCO en 2010, la que develó que solo el 10% de los padres chilenos juega con sus hijos. El estudio además dio a conocer que 35% de los padres chilenos les lee o cuenta historias a sus hijos al menos 1 o 2 veces por semana; y un 29% de los adultos responsables les suele cantar o tocar un instrumento entre 1 o 2 veces por semana.

Según el Artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño, el derecho al juego, la recreación y el esparcimiento son fundamentales para el desarrollo pleno de la infancia. A través de él, los más pequeños desarrollan su imaginación, creatividad y habilidades socioemocionales entre pares y adultos, exploran su medioambiente, expresan su visión del mundo y reconocen su cuerpo, entre otros beneficios.

Para Marcela Jiménez, psicóloga infanto juvenil de Psyalive, el juego es la manera en que los niños representan el mundo, siendo el instrumento por el que elaboran lo que les ocurre. “Al observar cómo juega un niño, podemos evidenciar cómo son sus relaciones con sus figuras significativas, cómo se ve a sí y cómo es su pensamiento, creatividad y psicomotricidad”.

Lo cierto es que en el juego libre en niñas y niños plasman sus emociones dejando fluir también sus fantasías y dando rienda suelta a su imaginación. “En términos sociales adquieren la interacción con sus pares generando con ello las habilidades sociales tales como la resolución de conflictos y la capacidad de trabajar en equipo por el logro de metas comunes”, agrega la experta.

Cuando los niños invitan a sus padres a entrar en su mundo de imaginación y fantasía es un voto de confianza. No querer compartir ese espacio con ellos puede ser decepcionante y frustrante. Así lo cree María Jesús Álvarez, psicóloga infantojuvenil de la Pontificia Universidad Católica: “Los niños podrían sentirse poco validados por sus padres. Dado que su mundo siempre funciona desde la lógica del juego, podrían sentir indiferencia al no darle la misma validez entre los quehaceres de un adulto. Esto podría generar sentimientos de frustración, soledad o tristeza”.

Adultos sin ganas de jugar

“Juega conmigo solo un minuto” es una de las frases recurrentes que muchos padres escuchan de sus hijos, ansiosos de tener un tiempo exclusivo para ellos. Sin embargo, las horas que dedican sus progenitores a armar un puzzle o leerles un cuento no siempre son suficientes. Una conducta que, según Claudia Cerfogli, académica de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica, se debe a que “los adultos hemos dejado de jugar y lo vemos como una tarea autoimpuesta en el agobiante listado de deberes parentales”.

No solo el cansancio y la falta de tiempo son los motivos que alejan a los padres del juego, sino que también su propia historia familiar. Así lo expresa Marcela Jiménez: “La razón más influyente del porqué los adultos no saben jugar con sus hijos es porque no vivieron la experiencia con sus propios padres. Por eso, muchos adultos lo evitan”.

La gran oferta de juguetes que existe en el mercado y el consumismo son otros de los factores que genera una distancia lúdica entre padres e hijos. Esto, porque con tal que los niños se entretengan solos, les compran juguetes que además coartan la capacidad de imaginación. “Lógicamente al sobrevalorar las cosas materiales, tener mayor acceso a estas y disponer de menos tiempo para la recreación, hay una necesidad de comprar múltiples juguetes para compensar el tiempo que se tiene para jugar con ellos”, comenta Jiménez.

Acercarnos a través del juego

Cuando un padre o madre decide darse el tiempo para jugar con sus hijos, el entusiasmo y alegría de los niños es evidente. “Afectivamente el juego contribuye a experimentar emociones de sorpresa, felicidad y los niños aprenden a conocerse mejor y autorregularse. Pero también favorece las relaciones dentro de la familia porque fortalece los lazos que le darán seguridad en la vida. Los padres que se involucran en el juego de sus hijos tienen la oportunidad de verlos felices”, dice Sonia Castro, psicóloga infantil de Clínica Alemana.

Este espacio de conexión en el que los padres juegan en el suelo con sus hijos es la mejor terapia de apego familiar. Entregarse a él puede ser complejo para algunos que lo sienten ajeno a su forma de ser. Por eso Claudia Cerfogli aconseja que los padres busquen una actividad que realmente los motive. “Si el hijo los ve disfrutando, será más fácil unirse. Ellos deben ver el goce en ustedes. Por eso, más que jugar, pregúntense qué necesita su hijo, el juego en sí no es lo más importante”.

Así lo cree también Bretta Palma, psicopedagoga de Clínica Santa María, quien señala que “ser padres no significa ser perfectos, y abarcarlo todo podría tener un costo emocional inmenso e irreparable. Esto, porque la tensión que se acumula, al final se descarga en quien menos lo merece, siendo generalmente los propios hijos. Si el niño quiere jugar y los padres no, la solución sería buscar actividades que le gusten a todos”.