Valentina Glasser (25) recién comenzaba la enseñanza media cuando partieron sus dolores de cabeza. Recuerda que fue durante una época de estrés en el colegio cuando por primera vez sintió –según describe– un dolor infernal. “Me tuvieron que hacer varios exámenes para descartar enfermedades graves, pero el diagnóstico fue el más simple: migraña. Los doctores me dijeron que me podría dar por cualquier cosa”, recuerda Valentina. Y así ha sido estos casi diez años de migrañas crónicas, que además han ido aumentado en frecuencia y dolor a lo largo del tiempo, sobre todo desde que entró al mundo laboral.

La migraña ha sido catalogada por la OMS como la sexta enfermedad más discapacitante que existe: solo en Estados Unidos se calcula que en 2020 se perdieron 157 millones de días laborales por migraña, según la fundación The Migraine Research. Esta enfermedad se caracteriza por ser episódica, periódica y por su dolor punzante. “El dolor se localiza en la zona fronto ocular y se acompaña muchas veces de otros síntomas como náuseas, vómitos, fotofobia –la molestia que produce la luz–, extra sensibilidad a los ruidos y dolores pulsátiles de intensidad moderada a intensa”, asegura el doctor Luis Pedraza, neurólogo especialista en cefaleas de Clínica las Condes.

De la migraña, nadie está libre, pero lamentablemente se ha visto que las mujeres somos las que presentamos más prevalencia en esta enfermedad. De hecho, 8 de cada 10 cefaleas son en mujeres y según estudios de la Fundación Americana de Migraña, “las mujeres experimentan ataques de migraña más duraderos, más frecuentes y más incapacitantes”, algo que relacionan directamente con el comienzo del ciclo menstrual, la menopausia y el embarazo. “Los cambios en los niveles de estrógeno al comienzo del ciclo menstrual de una mujer pueden causar ataques más severos. Estos pueden empeorar cuando los niveles hormonales aumentan o disminuyen después del parto o en la transición a la menopausia”.

Acostumbrarse a vivir con dolor es triste y frustrante. Valentina es profesora y ha tenido que aguantar fuertes crisis en medio de las clases que da a niñas y niños pequeños, o cuando tiene mucho trabajo, pues siente que no puede fallar. “Y es que mis dolores no son ocasionales, a mí me duele la cabeza muy fuerte por lo menos dos veces a la semana. Ya me acostumbré y sé que tengo que seguir con mi vida porque no puedo decirle a mi jefa que estoy con migraña, ni tampoco puedo pedirles a los niños que se porten mejor porque me siento mal. Algunas veces lo hago, pero son pequeños y se les olvida a los dos minutos. No me ha quedado más que acostumbrarme a seguir la vida con este dolor pues debo cumplir con las exigencias de mi trabajo”, admite.

Lo más terrible de acostumbrarse a vivir así, es que toda su vida gira en torno a este dolor. “Hay días en que tengo que seguir haciendo actividades sociales con dolor de cabeza, porque sino pasaría encerrada. Ahora por ejemplo, llevo dos semanas con una migraña que no para. Han sido 14 días seguidos de un dolor molesto pero no tan doloroso y he tenido que hacer todas mis cosas y seguir, porque sino llevaría dos semanas sin salir de mi casa”, asegura.

Pero la migraña no es sólo dolor, también afecta la salud mental. Bien lo sabe Valentina, que ha sentido que no es suficiente o que “no se la puede con la vida”. “Antes de salir de la universidad me preguntaba cómo lo iba a hacer durante la vida laboral cuando tuviera migraña porque es inhabilitante. Me autocuestioné mucho y dudé si me la iba a poder o no. Ahora siento que es una inestabilidad constante porque no sé cuándo me va a volver el dolor y si podré seguir haciendo mis cosas normalmente”, reconoce. A esto se le suma el juicio social. “Siento que la gente realmente no dimensiona el dolor y lo tratan como un dolor de cabeza cualquiera, porque hay poca información. Por suerte mi grupo de amigas y mi círculo más cercano sabe que sufro de migrañas, y entienden que es más que un simple dolor. Pero cuando estoy conociendo gente y me duele la cabeza, suelo recibir comentarios como ‘tómate una aspirina’, ‘no es para tanto, salgamos igual’, o si cancelo un plan por estar con migraña no me creen y no le toman el peso que tiene”.

Valentina particioa de un grupo de Facebook llamado ‘Migraña, grupo de apoyo’, en el que hay personas de todo el mundo que viven con esto y comparten sus tratamientos y experiencias. Pero también hay muchos desahogos. “Ahí te das cuenta de que muchas personas sufrimos lo mismo. Hay gente que cuenta que los echaron del trabajo por faltar tres veces por la migraña, que los jefes no los entienden, que en la casa tampoco, incluso que en ese espacio íntimo muchas veces no les importa hacer ruido cuando tienen una crisis”, asegura.

Además de los medicamentos, para tratar esta enfermedad existen diversos tratamientos que pueden ayudar a calmar los síntomas y a transformar aquellas migrañas crónicas en algo episódico. Entre los más innovadores están la toxina botulínica, cuyas aplicaciones cada 3 o 4 meses pueden significar una desaparición significativa del dolor; y los anticuerpos monoclonales, que son medicamentos que se inyectan una vez al mes. El doctor Pedraza además explica que es necesario un cambio de hábitos que prevenga posibles factores gatillantes, que varían de paciente en paciente y que deben ser descubiertos por ellos mismos, como el estrés, algunos tipos de alimentos –como el queso y el chocolate–, el alcohol, el insomnio, el calor o problemas hormonales. Por otro lado, existen terapias para las crisis, que consisten en aliviar el dolor cuando el cuadro ya se ha presentado, para lo que se utilizan fármacos inespecíficos como analgésicos comunes y antiinflamatorios, y otros específicos como los triptanes.

“A pesar de que esto para mí es inhabilitante, he tenido que obligarme a seguir con mi vida cuando no me puedo tirar en la cama. Me han dado crisis de migrañas a las seis de la mañana, a penas me levanto, y me he tenido que ir a trabajar así. En esos casos, no he podido hacer nada más que bancármela porque no tengo cómo faltar. Aún así, he dejado de hacer cosas por esto. Hace un año me quería ir a trabajar a Estados Unidos a un summer camp con niños, que duraba tres meses. Al final no me fui, pues no sabía si me la iba a poder trabajando sin parar, con miedo a que me viniera una migraña en un país extranjero, durmiendo en dormitorios con más gente y en contacto permanente niños. Me asusté y finalmente me resté”, confiesa. “Y es que en esta etapa de mi vida tengo dolor de cabeza 300 días al año y no puedo planificar mucho porque no sé cuando volverá”.