"Cuando estaba en cuarto medio empecé una relación con un compañero de curso. Al principio éramos amigos, pero de a poco nos empezamos a acercar hasta que terminamos pololeando. Mientras estuvimos en el colegio todo era normal. Algunas veces él se ponía celoso de mis amigos, pero yo le decía que no había razón y ahí quedaba. Crecí en un entorno en el que los celos se veían como algo romántico, muchas veces escuché decir que si te celan es porque te quieren, así que para mí, hasta ahí, todo era muy natural, parte de cualquier relación. Pero cuando salimos del colegio las cosas cambiaron. Yo quería ver a mis amigos y él me decía que para qué, que mejor nos quedáramos juntos. Cada vez que se enfermaba requería mucha atención, tenía que estar pendiente de él tiempo completo.
A pesar del desgaste que esto significaba, y de que dejé de lado todo lo que a mí me gustaba por él, yo me sentía bien en esa relación. Nunca vi algo malo hasta que comenzaron las ofensas. Empezó diciéndome gorda, a veces, así como jugando, me decía que era una asquerosa, que me vestía mal, que estaba fea. Fue aumentando paulatinamente, no de un día para otro.
Cuando llevábamos aproximadamente tres años de relación me fui a vivir con él, a la casa de sus papás. Ahí todo empeoró. Las ofensas eran todos los días y se puso agresivo. Un día me dijo que él iba a administrar mi plata porque yo no era capaz. Los dos trabajábamos. En ese momento yo pensé que podía tener razón, porque yo a veces igual era un poco compulsiva para las compras, así que acepté y cuando me pagaban le pasaba mi sueldo. Cuando quería comprarme algo que me faltaba, como un champú, me reclamaba porque se me había acabado tan rápido.
Justo ese año entré a la Universidad a estudiar enfermería. Él me decía que para qué iba a estudiar esa carrera, que no me la podía, que estudiara algo técnico porque no tenía cabeza para eso. Yo me sentía mal, pero jamás pensé en terminar. Vivía en la casa de sus papás, no tenía plata. Fue un año difícil, nunca fui al doctor, pero estoy segura que tuve una depresión porque no tenía ganas de vivir. Además que no tenía el apoyo de nadie.
Una noche me levanté al baño y cuando volví a la pieza él había puesto llave. Le pedí que me abriera, pero no me respondió. Me tuve que quedar ahí en el pasillo porque no tenía donde ir.
No me pegaba golpes directamente, pero si me zamarreaba, le pegaba a la pared, cerraba fuerte la puerta. Recuerdo que una tarde estábamos en la pieza los dos, viendo tele, y no sé por qué empezamos a jugar con los cojines. No estábamos peleando, solo jugando a tirarlos. Sin querer, al tirar un cojín le rasmillé la cara, pero no fue nada, solo un pequeño rasguño. Le pedí disculpas inmediatamente, pero él se enfureció y me pegó una cachetada. Al día siguiente amanecí con la cara morada y cuando iba camino a la Universidad, en el metro, me puse los audífonos para escuchar música y me di cuenta que no escuchaba por el lado donde me había pegado. Tuve tanto miedo de contarle a alguien lo que me había pasado que no lo hice, pero estuve una semana sin escuchar.
Decidí volver a la casa de mis papás, pero seguimos pololeando, hasta que un día por fin abrí los ojos. Nos juntamos para ir a tomar un helado y cuando íbamos caminando, de la nada, me dijo: "cállate gorda, asquerosa". Así textual, las tres cosas juntas. Quizás no estar viviendo juntos me ayudó a sentirme más segura o quizás fue la acumulación de cosas, pero ese día, ahí en la calle, sentí como si todo ese tiempo hubiese tenido un velo y me lo saqué. Lo enfrenté por primera vez. Le pregunté por qué me estaba diciendo eso, le exigí que me pidiera disculpas. Pero él me dijo que no tenía que pedirme perdón si solo estaba diciendo la verdad.
Ese día la relación terminó, pero a la semana nos juntamos porque, a pesar de todo lo que había pasado, yo no quería terminar mal. Habíamos terminado varias veces antes, él a veces me dejaba por un mes y luego volvía. Creo que él pensó que esta vez sería lo mismo, pero algo en mí había cambiado. Cuando conversamos me dijo que yo no veía lo que él valía, que él merecía algo mejor que yo.
Estuve mal unos días, pero después, de a poco, me sentí liberada, como si me hubiese sacado un peso de encima. Él después de tres meses volvió arrepentido, me pidió perdón, pero yo le dije que no quería verlo nunca más. No sé cómo me atreví a salir de esta relación. Creo que es porque cuando uno está adentro, se nubla y no puede ver bien, de hecho con el tiempo empecé a recordar todos los episodios de violencia que viví porque al principio los tenía bloqueados. Mientras más cosas recordaba, más segura estaba de mi decisión.
Hoy estoy en una nueva relación hace casi cuatro años. Nos conocimos primero como amigos, porque yo estaba con miedo, pero él siempre ha sido respetuoso con mis tiempos. Es difícil volver a confiar, pero él me ha enseñado lo que es el amor de verdad, que tiene que ver con el respeto por el otro. Me emociono cuando hablo de él, pero es porque desde que lo conozco mi vida ha mejorado en todos los ámbitos. Estoy casi terminando la carrera, incluso he hecho nuevos amigos. Mucha gente dice que uno tiene que agradecer las cosas malas que le pasan en la vida porque sirven de aprendizaje. Yo no sé si puedo agradecer lo que viví, pero lo que sí puedo decir y con mucha determinación, es que esa experiencia me sirvió para saber lo que no quiero volver a vivir. Nunca más".
Denisse tiene 28 años y es estudiante de enfermería.