"Un día fui a hacer un trámite en el banco y afuera había una estatua. Nunca la había visto antes y me quedé pegado. Cuando se movió, me asusté, porque creí que era real. Quedé fascinado, fue un flechazo. Y fue tanto, que decidí en ese mismo momento que era a lo que me quería dedicar. En ese tiempo yo trabajaba de publicista, así que dejé todo y me puse a averiguar quiénes eran estas personas y cómo era el trabajo. Ya llevo 19 años en esto.
Al principio mi señora me quería matar. Teníamos dos hijas chicas y yo ganaba tres mil pesos a la semana, pero estaba determinado por lograrlo. Empecé en la calle Puente, que era el único espacio libre porque todo el resto estaba tomado por otros artistas. Pasé por muchas vestimentas y personalidades: mago, gángster, pistolero, samurai, leñador y finalmente minero. El personaje de minero nació como un homenaje al papá de un amigo, que se murió de silicosis siendo muy joven. Él siempre nos contaba historias de cómo era trabajar ahí. Ahora me dicen el minero número 34, el rezagado. Pero a mí el apodo que más me ha gustado es Super Royalty.
De a poco fui ganando espacios, y desde hace cinco años que estoy en Plaza de Armas. Tengo un permiso para trabajar aquí de 10 a 2 de la tarde. Me costó harto conseguirlo, y lo pasé mal porque me sacaban multas todos los días. Llegué a juntar 80, así que un día me llevaron detenido. No soy delincuente, soy un artista callejero, y por eso me dolía que no me dejaran trabajar. Me vengo en bicicleta desde La Legua todos los días y en una bodega que arriendo cerca me transformo en minero. Hay algunas personas que se maquillan y cambian de ropa en la calle, pero encuentro que se pierde la magia. Me gusta que las personas se pregunten "¿Quién es?".
En 2009 un amigo me invitó a un concurso de estatuas humanas en Argentina. Cuando llegó el momento, él se echó para atrás, pero yo fui igual. Me demoré casi 30 horas en llegar en bus a Buenos Aires. Saqué el segundo lugar y por primera vez dije: "Soy bueno en esto". En 2012 me llamaron del Ministerio de Minería. No les creí, pensé que era una pitanza. Me citaron y me dijeron que habían visto mi trabajo y que me iban a mandar a Holanda a un concurso internacional. No gané ningún lugar, pero me sirvió para ver qué hacían en otros países.
Estar más de dos minutos en la misma posición es un trabajo físico complejo. Se ve fácil, pero no lo es. Una vez estuve más de 15 minutos, porque nadie me daba plata. Me moví justo cuando pasaba una abuelita y se asustó tanto que me gritó un garabato y me pegó un carterazo. Después volvió para pedirme perdón por el improperio y me dio una moneda.
Soy de las estatuas humanas sociables. No sacas nada con hacer movimientos y que la gente se vaya, así que les converso. Que cómo están, de dónde son. La gente me empezó a hacer preguntas, así que ahora ya estoy en la retina de los que siempre pasan por aquí. Soy un personaje popular. Hay mucha gente que no tiene trabajo y me echa una moneda igual, y eso lo valoro mucho. Yo trato de darles ánimo, les digo que tengan fe, que ya va a llegar algo. El otro día hablé con un tipo que estaba desesperado porque no encontraba pega, y ayer pasó por aquí y me contó que estaba trabajando de barman. Creo que a la gente le falta creerse el cuento y estar menos amargados. Eso es algo bueno de la inmigración que he visto en estos últimos años en el centro, que llega gente más positiva, alegre.
Este personaje me ha dado todo: una casa propia, educación para mis hijas. La vida me ha premiado. Cuando te gusta tu pega y la haces con pasión, da frutos. Me encanta ser estatua humana, aun cuando hagan 36 grados de calor en verano o me muera de frío en invierno. Pretendo trabajar en esto hasta que me muera. Y ojalá sea de un paro cardíaco aquí mismo. Ahí sí que me van a encontrar una buena estatua"
Danilo Parraguez tiene 49 años y trabaja como estatua humana desde hace 19.