Aquí trabajo yo: Margarita Hormazabal

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"Junto a mi marido, José Ramón, llevamos atendiendo en este local toda una vida. Él tiene 76 años y empezó a los nueve. Su mamá, ya finada, lo traía desde chico a vender verduras. Antes el Tirso de Molina era una feria a cielo abierto en la que a diario había que armar una carpa y un tablero para vender, se empezaba a las seis de la mañana. Esto que ahora es techado antes eran puros paraderos de micro, paraban las que iban a Las Condes, Ovalle Negrete, Lampa. Las viejitas traían huevos y gallinas del campo y se armaba el comercio.

Lloviera, nevara, hubiera sol o sequía, todos los días se atendía. José Ramón hasta se hacía una camita para dormir siesta debajo de los tableros. Yo vivía en Carrascal y mi papá tenía un negocio. Nos conocimos ahí. Un día José Ramón llegó al local con  sus amigos. Fue amor a primera vista. A los doce años me arranqué con él, y desde entonces estamos juntos. Le he tenido que aguantar de todo, pero lo quiero harto. Llevamos 64 años.

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Tenemos seis hijos, todos casados. Treinta nietos –la mayoría hombres– y treinta y cinco bisnietos. Ayer vino uno a contarme que va a ser papá, lo que me hace feliz. De hecho este local se llama Quesería Carlitos, en honor a uno de nuestros nietos. La especialidad nuestra es el queso. El que más sale es el de cabra y el queso fresco. Tenemos una buena clientela que nos ha comprado por décadas. Cuando éramos jóvenes, íbamos muy seguid a los remates que había en la Estación Central. ¿Y qué pasó? A diario calábamos todos los quesos y quedamos hasta el cogote. Nos gusta que se venda, pero nosotros no comemos.

Trabajamos con papel blanco y paños para secarse las manos, dos cuchillos y papel para envolver. No se necesita mucho. Yo todavía me pongo mi delantal para trabajar y mi marido su cotona celeste. Este local es nuestra casa. Al lugar en que dormimos la verdad es que llegamos a tomarnos una taza de agua, a lavarnos los dientes y a acostarnos. Estamos acostumbrados a que sea así. Ahora que estamos viejos llegamos a trabajar un poco más tarde que el resto de los locatarios. Estamos aquí desde las once de la mañana, y lo primero que hacemos es una buena limpieza antes de abrir. Se limpia todo y después se abre a público.

Nuestros clientes conocen nuestro horario. Nunca, en todo este tiempo, hemos tenido vacaciones. Pasamos el año completo atendiendo acá. Somos personas trabajadoras, los dos hemos trabajado desde niños. El José Ramón hace poco me dijo que estaba cansado de trabajar y yo le dije que si quería se quedara en la casa. Pero se lo dije sabiendo que iba a durar menos de dos semanas. Y así fue; al segundo día llegó de vuelta a atender, no se acostumbró.

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En este local hay pocas leyes, pero claras. Si mi marido no se afeita, no lo dejo trabajar. Me gusta que esté todo limpio y ordenado. Aquí mando yo y no se pelea. Si hay algún problema con el José Ramón, nos tomamos una buena once y después nos sentamos y conversamos. ¿Hay algún enredo? Nos vamos explicando las cosas, de dónde proviene lo que pasó. Ponemos atención a lo que dice el otro y vamos sacando la hebra. Hasta que sale la verdad y se aclara. Nos damos un beso y volvemos a quedar tan amigos como antes.

Con nuestros hijos, nietos y bisnietos es lo mismo. Siempre con la verdad por delante. A mis nietos grandes, que tienen 40, todavía les levanto la mano y les digo que si algo no les gusta, se pueden ir. Conmigo nada de mentiras ni enredos. Yo en lo personal no quiero dejar este local nunca, aquí somos felices. A pesar de que el José Ramón está un poco sordo y los dos estamos más viejos, yo me siento joven y no me imagino fuera de aquí. Estoy cuerda y tengo para muchos años más".

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Margarita Hormazabal (74) atiende en la Quesería Carlitos, uno de los locales más antiguos del Mercado Tirso de Molina. 

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