"Tengo una habitación para mí sola en la casa que ocupa el estudio Inside Tattoo en Providencia. Los otros tatuadores trabajan en el segundo piso todos juntos. Llegué a este espacio en septiembre de 2018, cuando volví definitivamente de Nueva York, donde hice un Magíster en Artes y Educación. Estando allá, comencé a trabajar como tatuadora para juntar plata. Una vez que terminé con mis estudios seguí tatuando profesionalmente en un estudio que se llama Red Baron Ink, donde aprendí de una de mis compañeras a tatuar flores.
De vuelta en Santiago, recuerdo que una vez pasé caminando frente a esta casa con mi ex pololo. En ese minuto yo trabajaba en un estudio chico, con una amiga con la que aprendimos a tatuar juntas en la universidad, mientras estudiábamos arte. Miré el lugar y me encantó. Es una casa antigua, con excelente iluminación, amplia y con una temperatura que le hace muy bien a los tatuajes, ni muy fría, ni muy calurosa. Unos días después, me llamaron para invitarme a tatuar con ellos y me ofrecieron esta pieza. Acepté de inmediato.
Cuando llegué no había nada; los muros estaban sucios y la pieza vacía. Le pedí a los chiquillos que me ordenaran la pintura y que me compraran el sillón verde que tengo ahora. Me gusta que sea un espacio amplio porque generalmente la gente suele venir con acompañantes, y me importa que todos estén cómodos. Armé el estudio pensando en la función que le doy a las redes sociales, que son una parte fundamental en mi trabajo ya que son mi única vitrina. Por eso tengo un lugar destinado únicamente para sacar fotos a los tatuajes, con tres tipos de luces distintas. Me preocupo de que el resultado sea lo más profesional posible. Para mí esta es otra parte de mi trabajo, igual de importante que tatuar.
Todos los cuadros de ilustraciones que tengo colgados tienen un significado. Hay uno que es el diseño que hice para taparme mi primer tatuaje, otro es un arte que le hice al disco de un amigo. Tengo dos temperas que hice en la escuela de arte y una ilustración que hice para el festival de jazz de Matucana el año pasado. La acuarela de las violetas de Persia fue mi examen del curso de ilustración botánica que hice en la Universidad Católica el año pasado.
Como mi nicho son las flores, creo que la gente se imagina que mi estudio debe estar lleno de ellas, pero no es así. De hecho, hace unas semanas me traje una ruda y se me secó, así de mala mano tengo para las plantas. Me gustan más como objeto de estudio que rodearme de ellas. Siempre he tenido interés por investigar las especies y la morfología de las flores. Y con ello se me abrió un mundo. Como vengo del área de las artes, uno busca un nicho del cual adueñarse. Me pasa con las flores que creo que son algo que nunca te va a dejar de gustar, no hay errores en ellas, son perfectas. Por eso me gusta tatuarlas. Mientras más tatuajes de flores hacía, más tatuajes de flores me pedían. Al final me dediqué solo al tatuaje de naturaleza.
Lo que más me gusta de este espacio es la privacidad. Para ser un espacio de tatuaje es poco común. Acá se genera más intimidad y las clientas se relajan. Generalmente pongo música tranquila, esencias de vainilla o algún olor que sea cálido, y a veces prendo velitas. Si le he pedido cosas a San Expedito, le prendo a él también. A las clientas les gusta el lugar y se sientes muy cómodas.
No soy católica ni religiosa, pero sí muy supersticiosa. Una vez una amiga me dijo que San Expedito cumple todo, sobre todo las cosas más urgentes. Le prendes una vela y listo. Por eso le hice un altarcito en un rincón de mi estudio, al lado de la máscara de Halloween de la Kenita. Este San Expedito brilla en la oscuridad y me cumple todo lo que le pido
Las jornadas que hago son largas, suelo estar entre 4 a 6 horas con una sola clienta. Es por eso que atiendo máximo a dos por día, me gusta dedicarme 100% a ellas, sin apuros. El mismo día, ellas vienen y me cuentan qué quieren y por qué, hago el diseño, buscamos referencias juntas y luego empiezo a tatuar. En todo ese tiempo conversamos de cosas muy personales, porque en general, más que por un interés estético, ellas vienen a cerrar etapas o recordar seres queridos que han partido o que son muy significativos. Por eso me gusta que mi espacio sea íntimo y acogedor, ya que permite que se den estas instancias.
A veces me olvido de las caras, pero nunca de los tatuajes. Cuando veo uno de mis diseños en la calle lo reconozco inmediatamente, y viene a mí la historia detrás de él. En mis sesiones hay un acercamiento muy emocional con mis clientas. Con el dolor pasa algo especial. Por muy buena que esté la conversación, genera una instancia bastante introspectiva. Se abre un portal de intimidad".

María León tiene 35 años, es Licenciada en Arte de la Universidad Católica y Magíster en Artes y Educación de la NYU. Hace cinco años trabaja como tatuadora profesional.