"Creo que desde chico tuve un talento natural con las manualidades, era bueno para dibujar y para crear. Viví los primeros años de mi vida en Quilpué. En esa época me encantaban las caricaturas de Themo Lobos, él fue una gran influencia para mí. Siendo niño empecé a jugar con greda, plasticina y papel maché haciendo figuritas, pero no me dediqué realmente al arte hasta que fui adulto y terminé de estudiar contabilidad. Ahí me puse a tallar madera con las manos. Y ya llevo 56 años viviendo de esto. Lo aprendí todo de forma autodidacta, sin maestro. Hay cosas que complican a otros, pero que para mí no tienen ningún misterio. Nunca tomo ninguna medida de nada, lo hago todo al ojo.

Hace 40 años empecé con los dioramas. Recuerdo en un viaje a Nueva York que hice en los años '70 me impresionaron los de Museo de Historia Natural, con animales embalsamados puestos en las vitrinas que representaban exactamente el entorno donde viven. Ahí vi algo que me intrigó y me motivó y que descubrí que siempre quise hacer. Los dioramas son modelos tridimensionales de una escena. El primero que hice fue el de la Casa Colorada, en la calle Merced. Tuve mucha suerte porque el lugar empezó a remodelarse para ser el Museo de Santiago y el alcalde de ese tiempo, Patricio Guzmán, era coleccionista de figuras chilenas y se interesó en este formato. Hasta la fecha he hecho 108 dioramas, que están repartidos por todo Chile.

Uno de mis mejores clientes es el Metro de Santiago, que le ha dado mucha visibilidad a mi trabajo poniendo dioramas en sus estaciones. El primero que hice para ellos fue en 1986 y desde entonces suman 24 de mis dioramas con distintas escenas: desde el paso de Darwin por el Estrecho de Magallanes hasta Diego de Almagro cruzando la cordillera. Ahora estoy preparando tres para la nueva línea siete y espero hacer muchos más. Me encanta que sean vistos por toda esa gente, así que trabajo harto para que queden lo más detallados posible.

Llegamos hace 45 años al Arrayán con mi señora y mis tres hijos. Aquí está mi casa y mi taller. Actualmente todo es espacio de trabajo; el patio, la casa y los pasillos. Afuera tengo mi motosierra, donde comienzo con las piezas de madera más grandes, que luego traslado al interior donde están mis herramientas. En un diorama grande me puedo demorar entre cuatro a cinco meses, lo que es un buen tiempo. Y para aprovechar bien el día me levanto temprano, a las cinco de la mañana. Tomo un desayuno ligero y me pongo a trabajar desde las seis hasta la hora de almuerzo. Después me duermo una siesta no obligatoria y sigo trabajando durante la tarde, hasta las nueve de la noche.

Me gusta tallar con música, pero muchas veces prefiero el silencio. Para los dioramas se hace un escenario redondo, en el que no se aplica el punto de fuga porque la perspectiva es en 360 grados. Solamente trabajo con pino, que es la madera más común que hay y la que más se presta para este trabajo. Jamás me he preguntando en qué estoy pensando mientras tallo la madera y estoy armando las figuras, sólo las hago.

Una vez talladas, no las pinto, sino que las hundo en una mezcla de témpera tan diluida que sólo se impregna con un tono leve, para que conserven su naturalidad. Después las barnizo a la piroxilina para queden brillantes. Soy una persona sumamente detallista y siempre hago un dibujo a grafito bien pormenorizado de lo que va a ser la escultura.

Lo primero que hago al recibir el encargo de un cliente es imaginarme la escena. El último que me encargaron, por ejemplo, fue el del Ejército Libertador y cuando supe que era de ese momento histórico me imaginé a O'Higgins y a San Martin llegando de la Batalla de Chacabuco, recibidos en grande por la gente de los campos. Después viene la investigación histórica, recurro a libros, a historiadores, a relatos, a grabados, a pinturas e imágenes de la época. Analizo los uniformes, las costumbres y todos sus detalles. Me gusta que las cosas sean lo más fidedignas posibles.

Comienzo tallando las figuras principales, que son trozos más grandes de madera, y luego sigo con las secundarias y el paisaje. En los dioramas se ve todo proporcionado, pero las figuras que están en primera fila son más bajas y las de atrás más altas, para que todas se vean de la misma altura. El espectador es lo más importante, ya sea un especialista en historia como alguien que se está enterando por primera a través de una miniatura de un evento que pasó.

A la gente le gustan mucho los dioramas, y creo que es por la historia que hay detrás de cada uno. Ver la historia de forma directa es fascinante, con todos sus detalles y todo lo que se puede mostrar. Tengo un sentido del humor que se transmite en mi trabajo, así que nunca me olvido de hacer detalles divertidos. Así también es la vida, hasta en las ocasiones más serias como los funerales y los desfiles salen los perros a desordenar. En cualquier escena mía es lo mismo, siempre hay algo de humor.

Desde chico he sido muy lector de todo tipo de libros y de hecho me encanta pensar la historia de Chile es como una gran novela. Los dioramas son muy narrativos, todos cuentan algo y cuentan algo nuestro. Siento que con mi trabajo hago un aporte patrimonial a la cultura y a la historia. Esta es una forma de darle visualidad a los grandes sucesos que nos han constituido y que moldearon la identidad que tenemos hoy como país. Son una forma de mirarnos a nosotros mismos, ayer y ahora".

Rodolfo Gutiérrez o Zerreitug (75) es dioramista. Ha hecho 108 dioramas y es autor de los 24 dioramas que hay en el Metro de Santiago.