Me hice chocolatero por accidente. Hace 6 años conocí a la Antonia y nos gustamos enseguida. En ese tiempo, ella estudiaba en Estados Unidos y yo sabía que la única posibilidad de estar juntos era que yo también me fuera a vivir allá, así que partí. Cuando llegué, me puse a trabajar en una viña, porque soy agrónomo. Después de unos meses se terminó la temporada y me puse a buscar trabajo en cualquier cosa, hasta que llegué a una pastelería donde necesitaban un chocolatero. Nunca en mi vida me había metido en una cocina ni sabía nada de chocolates, pero me tincó y acepté el trabajo.
Al principio, era un desastre. Cuando se iba el maestro chocolatero, yo dejaba la embarrada. Pero de a poco fui aprendiendo, mirando millones de videos en YouTube y leyendo libros. No soy tan mateo, pero cuando algo me interesa, me meto mucho en el tema. Finalmente quedé a cargo de la producción y de capacitar a los nuevos chocolateros. En 2017 nos vinimos a Chile y tuve que decidir entre volver a ser agrónomo o seguir haciendo chocolates. Elegí la segunda y con la Antonia armamos "Prieto Chocolates". Yo hago los bombones y ella se encarga de toda el área de marketing. Somos un buen equipo.
En Estados Unidos trabajé principalmente con latinos: mexicanos, guatemaltecos, peruanos, y a todos les daba mucha risa que mi apellido fuese Prieto, porque para ellos significa negro, oscuro. Encontraban muy irónico que me llamara así e hiciera chocolates. Así que cuando fundamos nuestra pequeña chocolatería, fue fácil elegir el nombre.
Partimos en nuestra casa, pero ahora armamos el taller en la casa de mi papá, que es más grande. Es rico volver a estar con él y mi hermana, porque muchas veces almorzamos juntos. Además, él, junto al resto de nuestros familiares y amigos, son los principales catadores de nuestros productos. Prieto Chocolates siempre ha sido una empresa familiar, de hecho, en las primeras ferias a las que íbamos, nos acompañaban abuelos, tíos y primos. Es lindo, porque muchas veces armamos picnics detrás de los stands y nos vamos turnando para atender. Incluso participa mi hija de tres años regalando muestras gratis. Le encanta pasearse con los chocolates entre la gente.
Por ahora, además de las barras de chocolate, tenemos 12 bombones, todos de sabores latinoamericanos: café, avellanas, canela, licor araucano, tequila, guaba, mantequilla de maní. El proceso de hacer chocolate fue inventado en Europa, pero el cacao es Sudamericano, así que nuestra idea es volver a esas raíces a través de los sabores. Estamos creando nuevos rellenos, pero siempre siguiendo esa línea.
Para trabajar con chocolate, lo principal es controlar la temperatura. Primero hay que derretirlo, subiendo y bajando el calor para que quede con la consistencia perfecta. La manteca de cacao tiene unos cristales que se desordenan cuando se altera la temperatura, y a través del proceso de templado, los cristales se alinean y eso le da al chocolate características como el sonido cuando se muerde una barra, el brillo y que no quede con manchas blancas. Para pintarlos, uso manteca de cacao con color. Pinto uno por uno los moldes con la ayuda de un pincel, aerógrafo o esponja, dependiendo del diseño. Sobre eso, se vierte el chocolate derretido y luego se vacían los moldes, para que sólo quede un cascarón y se pueda rellenar. Es un proceso largo, donde a veces puedo estar muchas horas seguidas sin darme cuenta.
La gente nos dice que son como mini joyas, que les da pena comérselos. Lo que nosotros buscamos es que sea una experiencia que involucre todos los sentidos. La idea es que cuando abras la caja, te quedes maravillado y mirándolos por un rato. Como son pintados a mano, siguen cierto diseño, pero siempre son distintos. Después de la impresión inicial, el paso siguiente es tocarlos, analizar qué son estas pequeñas rocas. Y la parte final es morderlos, que el sonido sea placentero y, por supuesto, disfrutar sabores únicos.
Durante mucho tiempo regalamos cajas de bombones para cada cumpleaños o comida a la que íbamos, y luego dejamos de hacerlo porque pensamos que nuestros amigos ya se habían aburrido, pero cuando no llevábamos chocolates, todos nos decían: "¡¿Y no trajeron?!". Lo que más me gusta de hacer bombones es lo que viene después: cuando las personas lo prueban. Me encanta mirar las caras que ponen, las expresiones cuando los saborean. Me gusta mucho también escuchar los comentarios de la gente, que no puedan creer que algo tan lindo sea también tan rico. Eso es lo que me motiva a seguir haciendo más.
Ignacio Prieto tiene 37 años y es el fundador de Prieto Chocolates.