Este año hizo noticia por ser nominada al prestigioso premio Man Booker junto a otros 12 autores internacionales, todo gracias a Matate, amor, o más bien a su versión en inglés, Die, my love, una novela corta, vertiginosa, fiera, oscura, que atrapa por su lenguaje y transgresión y que exhibe con una rabia impúdica el dolor de una madre reciente al no poder cumplir con el mandato social, con el deber ser, y cómo la soledad y la locura la llevan a deambular por los territorios del inconsciente -y por los bosques de la campiña francesa- en busca de escape. Leerla deslumbra desde la primera página por la fineza de su literatura, por su voz tan íntima y rítmica y volátil, y también por lo que dice. Dice que sueña con matar a su marido y a su hijo, que tiene ganas de gruñir, berrear, y que a cambio deja que los mosquitos la piquen, que se deleiten con su "piel azucarada"; que ella misma, letrada universitaria, es "una falsa mujer de campo con una pollera roja a lunares y el pelo florecido" y que con su marido forman parte de "esas parejas que mecanizan la palabra amor hasta cuando se detestan: amor, no quiero volverte a ver".
Ya está: entraste en el mundo de Ariana Harwicz, en su furia puérpera y rebelde escrita desde las entrañas. Y ya no puedes parar. Matate amor es la primera parte de una trilogía compuesta además por las dos novelas que vinieron después, La débil mental y Precoz. "Es una tríada que no fue pensada así, no fue intencional, pero hoy me parece que juntas son un retrato de familia que muestra a tres madres hermanas, tres formas de maternidad; como entrar a tres casitas campestres y descubrir qué madre se esconde dentro", cuenta la escritora, que vive en Francia hace 15 años y que estuvo en Santiago para lanzar, con la pequeña editorial Elefante, su elogiada ópera prima, publicada por primera vez en 2012. Más vale tarde que nunca.
La maternidad es tu tema, ¿verdad?
Sí. Después de mis tres libros publicados, yo pensé: en la próxima novela, nada de maternidad. Pero pasó que aunque es un hombre el protagonista, no puede dejar de pensar en su madre. Ahí está la obsesión amorosa o el odio del hijo a la madre. Pensé que había salido del tema, pero se ve que me impresiona mucho la maternidad. Siempre me asombro; me impresiona que existan mis hijos, por ejemplo.
¿En qué medida la experiencia de parir y criar se puede plasmar en un libro?
A mí me interesan los libros que ponen todo en riesgo, que son como bombas atómicas, que miran todo por primera vez, que destruyen todo. Me gustan los libros destructivos. No los libros que siguen modas o tendencias literarias y que luego se sabe que son un poco programados para la época. Eso sí, me dio mucho pudor escribir sobre la violencia de la maternidad.
¿Te autocensuraste?
La autocensura es peor que cualquier censura, y no lo hice por una regla ética. Si tengo pudor y me censuro pierde la literatura, así que me obligué a hacerlo, pero es doloroso escribir sobre lo que te provoca la maternidad, da miedo que te lean y te juzguen.
Es interesante cómo retratas a la protagonista, una antiheroína que rechaza a su hijo y a su marido, pero que de alguna forma dice lo que muchas mujeres sentimos al transformarnos en madres y perder parte de nuestra identidad.
Sí, el hijo puede anularte, puedes convertirte en un espejo de él, solo en madre. Puede vampirizarte. Es cierto que hoy hay muchos libros sobre maternidades disidentes, violentas o no madres, pero en ese momento yo no conocía nada de eso y me surgió como una necesidad.
Yo creo que nunca va a dejar de ser incorrecta esa mirada. Movimiento feminista mediante y todo.
Estoy de acuerdo, por más novelas y premios que reciba, la sociedad siempre va a juzgar. El deber ser de la madre es terrible, incluso entre gente muy progresista.
¿Te has sentido juzgada?
Más bien al revés. He visto mucho alivio de mujeres que lo han pasado terrible. En Israel, en España, no solo en Argentina. Madres primerizas, muchas veces solas y que han vivido una violencia de la que no se habla. Se sentían aliviadas luego de leer el libro. Que se diga qué salvaje que es, qué perturbador. Sobre todo al comienzo, eso de no dormir, de estar agotada, todo el tiempo entre la vida y la muerte.
La palabra salvaje es un gran adjetivo para describir la experiencia. En estos tiempos tan racionales, que de pronto empiece a crecer un ser vivo dentro de una, que luego lo expulses por la vagina y que después te succione para alimentarse. Loco, ¿no?
Sí, caníbal. Es como ciencia ficción o terror. Uno se acostumbra, lo naturaliza, pero si lo desalienás… todo el cuerpo tomado, la sangre, las hormonas. Hace cinco meses parí por segunda vez y me volvió a aparecer esa cosa feroz, sobre todo al comienzo. Pasa que yo ahora estoy menos perturbada porque tengo la escritura, que para mí es un ejercicio espiritual, como los budistas que tienen sus rituales o ceremonias. Yo no sé cómo lo vivirán las demás, pero hay días y horas que son de una violencia…
¿Crees en el instinto maternal?
Se sabe que no existe. En Francia he visto documentales donde muestran a tantas mujeres que paren y no sienten nada por los hijos. Hay que construir el lazo, el puente, porque no existe. Ves a la madre en la cama y el niño al lado en la cuna y son dos seres sin nada en común, hay que armar el puente. Hay hombres que tienen más desarrollado eso que algunas mujeres. Hace un rato hablaba con una amiga. Me dijo que veía a sus hijos, ya grandes, como seres ajenos, como hombres que podrías ver en una estación de tren, aparte de amarlos, claro.
El erotismo y la infidelidad también son una constante en tus novelas.
Sí, siempre está el amante presente. No puedo dejar de pensar que el erotismo pugna, lucha contra la maternidad, y ahí se da un cruce muy fatal.
¿Cómo llegaste a la literatura?
Hice un máster de historia del arte y de literatura comparada en La Sorbonne. Fui estudiante entre los 18 y los 35 años. Después de haber recorrido el arco del cine, el teatro y haber estudiado literatura, pasé a preguntarme qué hacer. Quería filmar a los gitanos que se instalan en el centro de Francia, pero no encontraba mi lengua, porque cuando escribía teatro o cine era muy literaria, y viceversa. Y un día estaba tirada en los pastizales, hacía calor, me levanté, me fui a mi cuarto con la ventana abierta y comencé.
¿Has seguido la potente ola feminista argentina?
La seguí todos estos años de lejos y ahora justo fui para el 8 de agosto, cuando fue la votación en el Senado para despenalizar el aborto, que no se dio. Estuve en la plaza con el colectivo de mujeres, subimos al escenario, leímos con pañuelo verde. Siempre voy a apoyar esas causas; es una vergüenza no tener el aborto despenalizado en un país donde se robaron bebés y se sabe que hay mujeres que se hacen abortos con palillos de tejer. O donde hay mujeres desesperadas que no pueden hacerse abortos clandestinos y tienen igual al hijo para después abandonarlo en un tacho de basura.
¿Siempre fuiste rebelde?
Sí, aunque creo que mi mayor acto de rebeldía es la escritura.