Arianna de Sousa-García: “La violencia hacia los migrantes es peligrosa, más aún cuando son los niños las víctimas”
Como una forma de expresar ese dolor y desarraigo del que no se habla después de migrar, la periodista Arianna de Sousa-García escribió su primer libro ‘Atrás queda la tierra ’, pensando en las madres que lo dejaron todo para darle un mejor futuro a sus hijos en un nuevo país. En esta entrevista mira hacia el pasado, a través del proceso de duelo migratorio que viven quienes dejan sus raíces, pero también hacia el futuro, uno que ve con temor, por ella pero sobre todo por su hijo.
El viaje forzado de más de 7 millones de venezolanos que están repartidos por el mundo no fue antojadizo. Y es que detrás del gran esfuerzo de quienes dejaron todo lo conocido por migrar, hay una razón tan poderosa como la sobrevivencia. La oportunidad de poder comprar alimentos, medicinas y de recibir atención médica. Así de básico.
Hasta noviembre de 2023, en total, eran 440.000 los venezolanos en Chile. Algunos de ellos cruzaron Sudamérica a pie, cargando a sus hijos y sus pertenencias con la ilusión de encontrar acá una vida tranquila y nuevas oportunidades. Otros con más suerte, como Arianna, llegaron en avión a un Chile en un momento –hace casi 10 años– donde fueron recibidos con curiosidad. Sin embargo, con el paso de los años y, sobre todo, dice Arianna, con la llegada de la pandemia, la escalada de la violencia hacia los migrantes latinoamericanos se ha hecho tangible y peligrosa. “Existir en Chile, en estas condiciones, se ha hecho muy peligroso, más aún cuando son los niños las víctimas de la violencia”, asegura la escritora, quien ya se pregunta cómo proteger a su hijo León, de 8 años, del rechazo y la xenofobia.
Para Arianna, los sentimientos son ambiguos. “Vienes con la ilusión de encontrar acceso a salud y educación, pero cuando llegas acá te das cuenta de que Chile no es seguro para ningún migrante. Hay quienes lo intentan permaneciendo acá, pero hay otros que dado el ambiente de inseguridad están optando por irse. Al principio Chile parecía una buena opción por el idioma y su “sólida” economía, que estando acá te das cuenta de que se sostiene en el trabajo mal pagado y el sacrificio de muchas familias. Estamos en una situación bien delicada, que solo había visto en periodos históricos de odio particular a una nacionalidad o a un credo. Se me hace muy impresionante ver que nos haya pasado esto. De verdad, ¿qué cosa tan mala le hicimos al mundo? La violencia va en escalada y es muy peligroso existir en estas condiciones”, asegura.
¿Cómo le explicas a tu hijo sobre ese peligro?
Creo que todos los migrantes tratamos siempre de proteger mucho a nuestros hijos. El rechazo es real y es muy difícil porque la mayoría llevamos muchos años acá y con todo, Chile es nuestra casa. Me pregunto qué va a pasar con su forma de ver el mundo cuando sea grande. Por supuesto que es mucho más chileno que otra cosa, porque es un niño que, de sus ocho años, siete los ha vivido acá. Y en ese sentido me preocupa que le hagan sentir que no lo es. Sería como romperle el corazón.
Enseñarle sobre esos peligros es como enseñarle a cruzar la calle, pero estando atento a todo. Le digo: cuidado, ojos en la espalda. Atento a las personas que él piensa que no le van a hacer daño, a las personas que visiblemente le van a hacer daño, a las instituciones, a lo que dice y lo que no dice. Y porque la generalización hacia los venezolanos está muy presente, también debe estar atento a cómo actúa.
Debe ser muy estresante para un niño estar atento a todo eso...
Lamentablemente es un sentimiento de hipervigilancia. Pero la otra opción sería estar desprevenido y para mí esa no es opción. Así que siempre le digo que tiene que estar pendiente, que su actitud es muy importante. ¿Cómo te relacionas con otros? ¿Qué dices de otros? ¿Qué das por sentado?, le pregunto. Lógicamente, aunque mi hijo es muy paciente y lo recibe con total apertura, también me pregunta por qué. A veces los porqués son difíciles. ¿Cómo le explico a un niño de ocho años que debemos tener cuidado con la gente porque nos pueden hacer daño? Entonces por supuesto que no digo eso tan francamente, pero sí le señalo las actitudes de los demás. “Fíjate que esta persona nos está mirando de esta manera, como nosotros nos tenemos que cuidar, caminaremos por este lado”. También le explico a través de libros que le puedan abrir preguntas y eso siempre es enriquecedor.
¿Crees que él ya ha experimentado la xenofobia?
En el colegio que estaba anteriormente le pegaban, nunca supimos por qué. Sin embargo, tengo la esperanza de que, porque estamos rodeados de muchos chilenos que nos quieren, él no haya sentido eso, que en su mundo no exista el odio. En el fondo yo creo que sí se da cuenta porque me han atacado en frente de él y me ve hablando del tema, solo que no le ha tocado enfrentarse a un ataque directo hacia él y no ha tenido que resolver nada por su cuenta.
El duelo migratorio
Extrañar la cotidianidad, el lenguaje, la comida, los olores y el paisaje del lugar donde creciste es una experiencia muy común entre quienes migran, dicen los especialistas. Se llama duelo migratorio y es un proceso de elaboración de la pérdida de algo que no ha muerto, de un país que sigue ahí y que, por eso, resulta ambiguamente doloroso. Puedes volver, pero ya nada es como antes. En su libro, Arianna relata cómo las precarias condiciones de la Venezuela que dejó terminaron con la familia que allá le quedaba y con ello, sus lazos con ese país que hoy añora desde la distancia.
“Mi duelo forma parte de mí, está en mis huesos. Tengo que aprender a vivir con eso, no hay más opción. El duelo migratorio es algo que no se va. Uno aprende a vivir con eso, con la certeza de que lo que añoras ya no existe. Procesar eso ha sido durísimo porque sé que, aunque vuelva, no tendré de vuelta la Venezuela que conocí. Mi casa ya no existe, mis amigos ya no están y mi familia está en todos lados. Y eso es muy doloroso. Es como una herida física que sabes que está ahí y que duele de vez en cuando porque te acompaña”, dice.
¿Qué es lo que más te ha dolido?
Las injusticias han hecho de mi duelo migratorio un proceso durísimo, que he vivido lenta e intensamente. No despedirme de mi abuelo cuando murió para mí fue trágico. Todavía lo recuerdo y sigo sintiendo lo doloroso, innecesario e injusto que fue no tener siquiera la oportunidad de despedirme de él y de no poder hacer nada para ayudarlo económicamente mientras estaba enfermo tampoco.
Esto me pesa enormemente, espero que algún día deje de doler tanto. Espero que me deje de pesar el no estar molestando periodísticamente en Venezuela. Pero bueno, ahí recuerdo que las razones por las que me vine no tienen que ver conmigo, tienen que ver con mi hijo. Con salir adelante, con tener acceso a una salud y una educación si es que yo obtenía el dinero. Son cosas así de básicas que a la gente que nos ve migrando se le olvida.
¿Qué significa para ti Venezuela hoy?
En este momento, para mí Venezuela es algo parecido a una ensoñación. Sé que mi vida tal cual como era no existe. Que, aunque siempre la voy a extrañar, no la tendré si regreso. Venezuela es algo que a mí me gustaría que mi hijo conociera para que sepa, para que huela, para que pruebe, no para volver, ya no tengo nada a lo que volver. Y aceptar eso es durísimo.
¿Cómo lo sobrellevas?
Por suerte, tengo un núcleo familiar en Chile súper importante. Acá viven mi mamá, mi hermana y mi tía, que han sido un gran apoyo. No todas tienen esa suerte. Y he sido afortunada de llegar a la literatura. No digo que la literatura te da respuestas o soluciones, tampoco que te cure de nada, pero sí ha sido de gran compañía, más que terapia incluso. Te ayuda a pensarlo. No eres solamente tú pensando en esto, sino son dos o más personas pensando el duelo, la pérdida, el desarraigo. Imaginando escenarios posibles. Ha sido tremendo porque ha sido como mi salvavidas. Te sientes acompañado por alguien que sabe de tu dolor y que juntos pueden pensar cosas.
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