Hoy comí…
Siempre me preguntan qué diablos como, por eso comienzo cada entrada de mi blog contando mi menú del día.
Desayuno. Agua con limón. Un té de rosa mosqueta y un licuado de manzana verde, apio, lechuga, perejil, cilantro, albahaca, pepino, limón y stevia, una hierba dulce, que uso como sustituto a la azúcar. Sé que puede parecer horrible, pero es mejor de lo que suena. Me he hecho adicto a esto.
Almuerzo. Tortilla de camotes y pimentón asado. Té de boldo. Snack. Kéfir de sésamo molido y stevia.
Comida. Reineta al vapor con pesto de rúcula, espárragos y champiñones salteados con ghee (mantequilla purificada). Té de menta.
Hoy soy…
Un publicista que no ejerce, un cocinero de pastelería saludable y, por sobre todo, un experimentador nutricional. Soy vegetariano desde los 18, pero la verdadera alquimia con la comida comencé a practicarla hace dos, después de un viaje a Europa en que comí como un cerdo. En Italia tragué pizzas y helados por montones y en Francia comí pasteles hasta decir basta. Resultado: me vino un debilitamiento, me enfermé. Dormía y dormía y no lograba sacarme el cansancio de encima. También estaba adicto: lo único que quería era comer crème brûlée. A mi regreso a Chile apliqué los consejos de la macrobiótica y dejé de comer productos refinados; no más azúcar ni lácteos ni derivados del trigo. Sí a la quínoa, las legumbres, las frutas y las verduras. Al mes noté en mí un cambio sorprendente: empecé a despertar automáticamente a las siete de la mañana (antes no habría un ojo antes de las nueve y media) y tenía mucha energía. También desaparecieron los dolores de cabeza, los resfríos y las alergias. Entonces entendí: la comida no es sólo lo que quita el hambre, es la oportunidad de nutrirse. Si quiero tener células sanas, tengo que comer sano; si quiero células chatarras, tengo que comer comida chatarra. Es lo que llamo arquitectura nutricional: construir el cuerpo, igual que una casa, con los mejores materiales.
Hoy cociné…
Los pedidos de The Green Bakery, mi pastelería saludable: 20 barras de higos, 18 muffins de zapallo y naranja, 12 tartas de manzana, 12 galletones de jengibre, todos libres de harinas y azúcares refinadas, trigo, maíz, soya, miel, lácteos, huevos, endulzantes y colorantes artificiales. ¿Qué diablos contienen entonces? Harinas de cereales integrales como avena, arroz integral, mijo, amaranto y quínoa (que yo preparo en mi casa, usando un molinillo). Tienen endulzantes naturales como melaza de arroz integral, frutos secos y stevia, por lo que son muy bien tolerados por diabéticos, celíacos, personas con alergias alimentarias en general y cualquiera que quiera beneficiarse de comer algo dulce, pero sano.
Hoy sé…
Que regulando mi alimentación probablemente llegaré a los cien años, como mi abuelo japonés que murió a los 108, sintiéndose vital y sano. Puede ser un disparate personal, pero tengo una teoría en cuanto a las enfermedades hereditarias: te indican que si cometes los mismos errores que tus padres, acabarás como ellos. Mi papá es español y diabético y cuando almorzamos juntos él come jamón serrano y paella y yo, unos ñoquis de betarraga y una ensalada de rúcula. Las personas somos como las plantas: no a todos nos sirve el mismo abono. La alimentación tiene que ser personalizada. En mi caso, el yogurt de pajaritos, el zapallo, el camote, la quínoa, el cilantro y la albahaca, el cordero y los pollos de campo son alimentos medicinales, una fuente permanente de bienestar. Lo descubrí jugando al ensayo y error. Leyendo mucho, probando corrientes alimentarias, como el ayurveda. Y he descubierto algunas cosas. A los ocho meses de seguir la alimentación macrobiótica, tuve antojos de comer carne y queso. Incorporé el yogurt de pajaritos, el cordero y el pollo de campo y esto pasó: me sentí más fuerte y determinado y se me quitaron los deseos de comer cosas dulces. ¿Raro? No tanto, porque la alimentación puede cambiar la conducta.