Hace un año que Fernanda Namur (28) vive con una amiga de la universidad en un departamento en el que, según dice, están muy cómodas y les gusta. Pero lamentablemente hace un par de meses les pidieron dejarlo; no por ser malas arrendatarias, la razón es que lo van a vender y les dieron un plazo de tres meses para salir de ahí.

Así comenzó su búsqueda por un nuevo lugar donde vivir. “Comenzamos tranquilamente, pensando que sería fácil, pero al parecer el contexto social en medio de una pandemia y la incertidumbre política y económica, hizo que nos encontremos con mayores requisitos”, cuenta. Sin embargo, Fernanda y su amiga los cumplían. “A pesar de eso nos cerraban la puerta una y otra vez”, relata.

Recuerda que en el primer departamento que les gustó, llevaron todos los papeles necesarios para demostrar que sumando el ingreso de ella y sus amigas –esta vez estaban buscando departamento para tres– llegaban al monto que requerían para arrendar. Pero igual les dijeron que no, y le sugirieron que fuese su papá, a quien ya habían presentado como aval, el que arrendara por ellas. “La tres somos psicólogas, egresadas de una reconocida universidad, con diversos ingresos. Cualquier persona puede deducir de los documentos que presentamos, que somos capaces de pagar el arriendo, pero nos dijeron que no”, cuenta.

Según la corredora de propiedades, los dueños del departamento son una pareja mayor que no entiende que mujeres egresadas de la universidad quieran vivir solas, para ellos el tránsito normal en la vida de una mujer es salir de la casa de los padres comprometida o casada. Pero eso, que podría haber sido una excepción, se volvió común. “Las mismas corredoras nos preguntaban desde un principio si podía ser mi papá el que arrendara. Ahí nos dimos cuenta de que estábamos siendo discriminadas por un sesgo de género y que no era casualidad que nos rechazaran”.

Fernanda recuerda que en los siguientes departamentos en los que intentaron arrendar tuvieron que responder preguntas como: ¿Piensan casarse pronto y tener hijos? Según ellas, eran esas las preguntas que justificaban el que no confiaran en ellas y que les pidieran que fuese su padre el que firmara el contrato de arriendo. “En cada lugar que nos pasaba esto les explicábamos que existe un contrato de por medio, avales y que están todos los resguardos legales, lo que nos causaba impotencia porque, en teoría, las y los corredores ya deberían saber eso”, dice. Y agrega que aún así, entendieron que lo que rige en estos casos, son los prejuicios de los dueños de la propiedad, que las hacían sentir que su plata vale menos que la de un hombre.

En ese punto la situación era crítica y estaban desesperadas porque debían entregar el departamento en pocos días. “Le ofrecimos a un corredor pagarle el año completo de arriendo al contado, aceptando todas las condiciones que nos pusieron. Incluso eso no fue suficiente, no aceptó. La solución que nos propusieron fue que mi papá firmara el contrato por nosotras. Yo me negaba a eso, pero en un momento de desesperación se lo pedí. Con mucha vergüenza conversé con mi papá para preguntarle si estaba dispuesto a hacerlo. Yo en el fondo sabía que sí, pero me daba vergüenza y rabia pensar que para el mundo no era suficiente”.

Finalmente esto último no fue necesario. Fernanda y sus amigas encontraron un nuevo departamento donde aceptaron que ellas firmen como arrendatarias justo dos días antes de tener que dejar el anterior. “Fue una situación muy crítica y contra el tiempo, nos sentimos vulnerables, porque al final, estuvimos a punto de quedarnos sin un lugar donde vivir. Creo que solo lo logramos porque insistimos mucho en que mi papá sería el aval y que estaba dispuesto a responder frente a cualquier problema. Algo que nosotras estamos convencidas que no va a pasar, pero tuvimos que decirlo”.

Para Pamela Gutiérrez, corredora especializada en arriendos, que lleva 11 años en el rubro, estas situaciones de discriminación sí son algo común y ocurre porque los arrendadores tienen prejuicios. “Los dueños al final eligen candidatos que les causen menos problemas, ya sea por el ruido, el deterioro de la propiedad o que no sean muchos los que vivan allí, pero finalmente se trata de prejuicios. Cuando llegan a arrendar chicas como Fernanda y sus amigas, intento que los dueños las conozcan para que se entiendan mejor y se despeguen del prejuicio, pero finalmente son ellos los que toman esa decisión y por eso muchas veces me las han rechazado igual. Como corredora y mujer intento ayudar en este proceso para convencer a los dueños de propiedades que les arrienden, por ejemplo, a las mujeres separadas, a las que tienen hijos, que también suelen tener problemas para arrendar. Hago un trabajo de relaciones públicas para que resulte”, asegura.

“El último departamento que nos rechazaron por ser mujeres jóvenes, hasta ahora no se ha arrendado. Cuando camino por fuera y veo que el cartel ‘se arrienda’ sigue ahí, pienso en que los dueños prefieren tenerlo ahí botado, antes que arrendarlo a tres mujeres. Me recuerda la posición de la mujer en el mundo, independiente de quién eres o qué haces. Que te digan directamente que por ser mujer no confían en ti, es como que te tiren un balde de agua fría. Tengo claro que soy una persona tremendamente privilegiada y que mi vida es muchas veces más fácil que la de otras personas. Pero si me pasó a mí, con estas condiciones, ¿qué queda para el otro 80% de Chile? ¿Y para las mujeres migrantes, las mujeres racializadas, las mujeres con hijos y las mujeres pobres? Aún nos falta mucho por avanzar como sociedad”, concluye Fernanda.