"Con mi hermana gemela somos súper unidas. Desde chicas hemos crecido de una forma curiosa, porque aunque somos independientes y cada una ha hecho su vida, sabemos todo respecto de la otra. Lo que muchas personas encuentran en su mejor amiga, yo lo he encontrado siempre en ella.

Cuando me preguntan cómo es tener una gemela, respondo que es raro. Porque no sé cómo sería no tenerla, no concibo mi vida sin mi hermana. Es mi espejo. Contarle algo es como contármelo a mí misma.

Al salir del colegio las dos íbamos a estudiar Arquitectura, igual que nuestro papá, pero a último minuto cambié de opinión y decidí entrar a estudiar Periodismo. Y claro, somos parecidas, y de hecho los que nos conocen nos encuentran iguales en cómo nos vemos y cómo hablamos, pero nuestros más cercanos saben que en lo más profundo somos distintas.

Ella fue mamá antes que yo. Su primer parto fue normal, pero luego entendió que había sufrido de violencia obstétrica. La matrona le apretó la guata, y adelantó el nacimiento, además de que le pusieron demasiada anestesia y eso, a la larga, le terminó pasando la cuenta. Su segunda hija nació con 10 días de diferencia que mi hijo mayor y para ese parto estuvo más informada, por lo que fue una mejor experiencia.

Fue tanto lo que le dije e insistí en que intentara un parto natural, que con el tercero decidió que lo iba a hacer así. Habló con mi matrona y se cambió de equipo, impulsada por las ganas de lograrlo, pero también con mucho miedo a no poder. Y aunque muchas mujeres recurren a doulas para que las acompañen durante el trabajo de parto, mi hermana me pidió a mí que estuviera a su lado en ese momento.

Llegué a su casa el lunes 2 de noviembre a las cuatro de la tarde. Ella ya había empezado con contracciones, pero estaba mentalizada aguantando y sintonizando con lo que ocurría. Sus dos niños estaban con mis papás y mi cuñado no sabía bien qué hacer, así que durante gran parte se dedicó a lo práctico: ordenó y cargó el auto, compró fruta para la noche. Fue cuando todo empezó a pasar más rápido que se conectó y ayudó con los masajes.

Todo fue muy bonito y logramos conectarnos con lo que pasaba. Tanto así, que se nos pasó la hora y a las siete decidimos partir a la clínica. Mi hermana logró hacer todo el trabajo de parto en su cama y cuando se paró y empezó a caminar, nos avisó que la guagua se había encajado. Ahí supimos que nos quedábamos sin tiempo. Me miró y me dijo: “Va a nacer en el auto”. Le propuse tenerla en su casa, pero prefirió que partiéramos.

Aunque estábamos a 20 minutos de la clínica, el tráfico propio de la hora nos impidió avanzar con la premura necesaria que requería la situación. Llamé a seguridad de la comuna para ver si podían asistirnos, pero como no lograron encontrarnos, mi hermana nos advirtió que la guagua estaba naciendo.

En mi segundo parto yo había aprendido gracias a mi matrona qué hacer en caso de no alcanzar a llegar a la clínica. Aunque raro, era algo que eventualmente podía pasar. Y aunque sabía la teoría, sentí pánico. Llamé otra vez a la seguridad comunal y me quebré. Llorando les rogué por ayuda. Mi hermana ya había entrado en estado de trance y me dije a mí misma que debía hacerla sentir tranquila, segura y acompañada porque ella ya sabía parir.

Mi cuñado buscaba estacionamiento, pero no lo logró, así que simplemente paró en la calle mientras yo me di vueltas para recibir a mi sobrina, quien nació apenas el auto se detuvo, con su bolsa intacta. Todo fue rápido. Mi cuñado se bajó, la vio y se puso a llorar de la emoción, pero rápidamente se puso en modo práctico, señalando a los autos para que avanzaran y no tocaran la bocina, y subiendo la calefacción a tope.

Llamé de nuevo a los de seguridad para que nos escoltaran, porque no solo necesitábamos llegar rápido, sino que teníamos que llegar seguros. Teníamos a una guagua recién nacida, sin silla y todos quienes estábamos ahí teníamos demasiada adrenalina. Con el celular de mi cuñado llamé a la matrona, quien luego de escuchar los llantos dijo que todo sonaba bien y que nos esperaba en Urgencias.

Mi hermana, pese a todo, estaba feliz, muy contenta. Ahí uno ve cómo el cuerpo humano funciona perfecto, tanto que se olvida del dolor y se activa la oxitocina; la hormona del amor y la alegría.

Llegaron los de seguridad y junto con Carabineros nos escoltaron hasta la clínica, donde pudimos comprobar que pese a las circunstancias, tanto mi sobrina como mi hermana estaban bien.

Las mujeres sabemos parir. Y sí, existen muchas historias terribles de partos horrorosos, así como series y películas que muestran solo dramas al respecto, pero estoy convencida de que si una mujer es sana y tuvo un buen embarazo, su parto puede ser tan bueno como el de mi hermana, aunque sea arriba de un auto. Después de esta experiencia extrema mi hermana me dice que su parto fue lo más espectacular que le ha pasado, que no hay nada como sentir que tu guagua sale de entre tus piernas, que tu cuerpo y el suyo trabajan juntos.

Siempre he escuchado que nacemos y morimos solos, pero con mi gemela llegamos juntas y ahora, además, pudimos compartir el nacimiento de la más chica de la familia".

Catalina tiene 39 años y es periodista.

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