Salí del colegio hace 23 años y siempre he recordado la mala relación que existía entre las mujeres de mi curso. Se criticaban por ser maracas, santurronas, por ser bonitas y por ser feas. Por ser flacas y gordas, por ser más y menos populares, por ser buenas y malas alumnas, y así un largo etcétera. Pero hay un hecho que marcó mi etapa escolar y que me hizo temerle: cuando dos mis compañeras le inyectaron paracetamol molido al flan de la bonita del curso. Fueron suspendidas, pero lo que hicieron nos quedó grabado a varias.

Desde entonces, siempre deseé trabajar entre hombres. Creía que en un ambiente completamente masculino habría menos intensidad y competencia que en uno femenino. Pero eso nunca fue así, al contrario, siempre he trabajado en grupos grandes de mujeres y actualmente lo agradezco, porque me he encontrado con mujeres empáticas, apañadoras, creativas y querendonas. Mujeres que arman comunidad. Sé que erradicar la violencia entre nosotras todavía es una tarea pendiente y que muchas mujeres aún la viven, pero parte de ese proceso es visibilizarla y entenderla.

Antonella Estévez, periodista y directora de Femcine, señala que el origen de esa violencia entre mujeres se debe a que históricamente hemos sido entrenadas para encontrar nuestro valor en la mirada del hombre; esto, desde el punto de vista patriarcal y heteronormativo. "Nuestro valor no viene de nosotras mismas, sino de ese otro que nos transforma en algo valioso al escogernos; por lo tanto, la competencia entre mujeres se instala al competir por esa atención. Es ahí cuando no se ve a la otra mujer como una compañera, colega, socia o amiga, sino como alguien que está compitiendo por ese hombre. En la lógica del patriarcado es una carrera de vida o muerte, porque si no me escoge, no tiene sentido mi existencia. Es así como se nos ha enseñado", explica la académica.

Una vez instalada la competencia entre mujeres, viene entonces la comparación, que se da de una manera cultural, y que da como resultado la clasificación y cosificación. Así lo explica la artista visual y modelo, Rocío Hormazábal, quien el pasado 25 de noviembre realizó una performance política y sobre la violencia entre mujeres que llamó 'Por un Verano Sin Piñera'. "Ese día le hablé a las mujeres y les dije que el día 'Día de la No Violencia a la Mujer' implicaba también la 'no violencia entre mujeres', que es una violencia tremendamente brutal porque genera un daño sicológico que se da entre pares, sobre todo, porque juzgamos nuestro cuerpo y cómo nos vemos. La violencia entre mujeres no debe ser normalizada ni invisibilizada", afirma.

Cómo nos agredimos

"Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica". Este manifiesto con el que la novelista Virginia Despentes comienza su libro 'Teoría King Kong' resume el hastío de muchas mujeres que sienten que jamás han encajado con el ideal de mujer instaurado por el patriarcado y por el cual nos medimos y ofendemos.

Sobre esa violencia, Antonella señala que "las mujeres primero se autoagreden y luego agreden a las otras mujeres a partir de ese mandato patriarcal. Nuestro entrenamiento cultural y social está puesto en nuestra capacidad de seducir que está superestandarizada. Es decir, 'yo seré atractiva si mido tanta cantidad de centímetros, si peso cierta cantidad de kilos y si me veo de una manera muy específica'. Entonces muchas mujeres se miran al espejo con mucho rechazo porque no hay ninguna mujer -ni siquiera las de portada de revistas-, que cumpla con ese estándar. Al observarse se ven todos los defectos y esa autoflagelación es la misma que aplicamos a otras mujeres y las acusamos de lo mismo que se nos acusa a nosotras: de estar muy gordas, de estar flacas, de ser muy guarras, de ser mosquita muerta. Cuando sancionamos a otras usamos la misma vara que el patriarcado utiliza con nosotras".

Las formas de agredirnos entre mujeres son brutales e hirientes, pues culturalmente se nos ha enseñado a ser autocríticas, astutas, envolventes y a reconocer nuestras emociones. Es por eso que Rocío cree que la mujer "hace uso de esa condición para decodificar y adivinar qué es lo que más le duele a otra que le digan. Ahora con internet es peor porque las mujeres tienen al alcance la herramienta para escupir ese odio que les sucede en el momento exacto y sin esperar que decante. Ese acto cobarde en el cual no se ven las caras de las personas que están cometiendo el ataque viene de mujeres jóvenes, niñas y adultas', explica.

Erradicar a la violenta

El otro día escuché decir a una amiguita de mi hijo que las mujeres debíamos cuidarnos y querernos, y pensé, que desde que nació el término 'sororidad', las mujeres estamos mucho más conscientes de no agredirnos. Un sentir que se ve en las nuevas generaciones y también en cada una de las marchas feministas que se han realizado en el país.

¿Entonces qué prácticas debemos abandonar? La escritora y comunicadora feminista Andrea Ocampo señala que "tenemos que despojarnos de todas las ideas que hemos heredado del patriarcado como la comparación y el cálculo, es decir, la competencia entre mujeres basada en las inseguridades y en la idea de que hay que ser más que otras.  Necesitamos también descentralizar las políticas de los afectos y de los cuerpos, reconocer una diversidad de modos de amar y de vivir, pues tantos los modos de amor como los cuerpos cambian y eso está bien. Reconocernos en ese cambio y en esa existencia en tránsito, en un modo nuevo y no inmediatista, sin patrones, ni cánones, sino que con un proyecto político autónomo, con memorias y horizontes posibles", señala.

Al respecto, Antonella argumenta que los cambios que debemos erradicar son el dejar de hablar del cuerpo de otras mujeres, dejar de hablar de las elecciones de otras y de juzgar. "La nueva relación que tenemos que forjar entre mujeres es la sororidad, y esto significa tratarse como hermanas. Creo que las mujeres, por nuestro entrenamiento cultural, estamos especialmente formadas en la empatía y tenemos las capacidades de querer, entender y de escuchar; estas las podemos aplicar primero en nosotras y luego en nuestras relaciones con otras. Si queremos tener relaciones sanas, amorosas, constructivas y enriquecedoras entre mujeres tenemos que hacernos cariños, mirarnos con paciencia, dejar de exigirnos los que nos exige el patriarcado; abrazar nuestros cuerpos como lo que son. Quererlos, mirarlos, dejar de rechazarlos y dejar de intervenirlos. Las mujeres somos fantásticas, somos brillantes, somos amorosas, empáticas, hábiles. Y cuando usamos toda esa energía ya no para tratar de cumplir con el mandato sino para buscar nuestra propia felicidad, es muy natural que queramos acompañar a otras", expresa.