Parto confesando que muchas veces he ido a fiestas, matrimonios, cumpleaños o compromisos con CERO ganas. Pero debo confesar también que una vez ahí, otras tantas ha sido una excelente idea.
¿Cuántas veces te has dicho “Me muero de lata, pero tengo que ir”, “Es bueno que vaya a ese cumpleaños, no me puedo quedar encerrada por siempre en mi casa”, “Anda, te va a hacer bien” y así una larga y tediosa rumiación de pensamientos sobre compartir con otras personas?
En mi juventud, el concepto de batería social ni siquiera se asomaba en el horizonte ni me lo mencionaron en la escuela de psicología. Las únicas categorizaciones que se usaban tenían que ver con personas que tendían a ser introvertidos o extravertidos. No obstante, desde hace un tiempo he sido testigo de cómo, sobre todo adolescentes y personas jóvenes, usan el concepto “batería social” en su día a día. Si bien la psicología aún no lo ha clasificado dentro de alguna categoría, sí se ha ido entendiendo como una idea relacionada con las interacciones que vamos teniendo con otros y cómo esos vínculos influyen en nuestro bienestar.
Pareciera ser de sentido común que socializar con otras personas, desde que nacemos hasta nuestra vida adulta, es tan importante que no sólo impacta en nuestro desarrollo social, también en el emocional, por lo que hemos internalizado la creencia de que necesitamos socializar, compartir, ir donde nos inviten, invitar, salir de nuestras casas y estar con otros. Lo damos por obvio, como un hecho.
Y creo que es desde esa obviedad que este concepto emerge: desde la necesidad de ponerle un nombre a algo que muchas personas sienten cuando están mucho tiempo compartiendo con otras. Aparecen emociones difíciles de identificar, que se manifiestan mediante una inquietud o malestar interno que nos hace no querer estar, pero deber estar. Se sienten agotadas de estar socializando, pero a su vez, sienten culpa por hacerlo.
Tal como la batería de nuestros teléfonos sirve para darle energía para que funcionen, la metáfora de la batería social da cuenta de que las personas necesitamos de las relaciones con otros pues nos proporcionan “energía emocional”, nos recargan y nos ayudan a afrontar las dificultades de nuestro día a día. Nos sentimos con la batería completa.
Sin embargo, no sólo es importante la cantidad de tiempo que pasamos con otros, sino también la calidad del vínculo que establecemos. No es lo mismo estar todo el tiempo con personas que nos demandan emocionalmente y sintiéndonos solos, que acompañarse con personas con las hemos establecido vínculos de calidad para nosotros. Pasar tiempo con algún amigo que me da alegría ver, es tanto más distinto que juntarme con alguien porque es importante “ver a los amigos”.
Y es ahí donde me gustaría detenerme a reflexionar, en la calidad de nuestras relaciones. Pasar tiempo con personas con quienes hemos construido relaciones sólidas, satisfactorias, nutritivas y que fluyan genera un lugar seguro, de apoyo emocional. Y ese espacio de compañía nos proporciona gratitud y contribuye significativamente en nuestro bienestar.
Por el contrario, cuando no tengo ganas de ver a otros y de socializar, aparece el lado B. A veces simplemente no queremos, sin ningún motivo muy claro y creo que, más que obligarnos a hacer algo que no deseamos, es importante validar eso que estamos sintiendo, pues no implica necesariamente que me esté deprimiendo, sino que tiene que ver con reconocer que tengo límites que se manifiestan a través de síntomas como desgano o cansancio. La sensación de agotamiento de mi batería social. Lo complejo de no reconocer esos límites, es que nos pueden llevar a sentirnos solos o estresados y por ejemplo, sentir que los desafíos cotidianos se hacen gigantes.
Creo que el desafío es saber cuándo es que siento que mi batería está llegando a “rojo” y poner límites. Poder descansar y desconectar un momento para volver a conectar genuinamente y no desde el deber ser con otros.
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.