Paula 1208. Especial Moda, sábado 10 de septiembre de 2016.
Dos de la madrugada y Marco Jerez (48) suelta el hilo y la aguja para irse a dormir. Lleva 8 horas repitiendo el acto de enhebrar, pasar el hilo por la tela y sacar la aguja, una y otra vez. Está bordando la pechera del vestido de novia en el que trabaja hace una semana, en el taller que construyó en el patio de su casa en La Florida, debajo de un parrón. De fondo, suena música chill out y el sonido de dos calefactores que temperan la sala. Marco borda de noche y duerme de día. Esto, porque el cáncer de páncreas que padece hace 10 años le provoca un dolor crónico en la zona del estómago que aumenta por las noches y no lo deja dormir. Solo cuando no da más del cansancio, se va a la cama y toma analgésicos para descansar. La hora que despierta al otro día depende de las dosis que tomó, pero nunca pasa de la 13 horas. Recoge el diario y saluda a sus perros, Bernardo, un yorkshire; Frodo, un basset hound; y Mako, una weimaraner. Esta última, la menor, llegó a su vida hace ocho meses por recomendación de su oncóloga: Marco vive solo y cuando sufre desmayos sus perros mayores se acuestan al lado de él. A la Mako, en cambio, le están enseñando a ayudarlo a ponerse de pie.
Después de jugar un rato con ellos, hace el desayuno y recibe a sus clientes: diseñadores de alta costura como Rodrigo Valenzuela, Claudio Paredes, Luis Eduardo Covarrubias, Ricardo Lavín, Pato Moreno y Nicanor Bravo. Es el único diseñador de bordados de alta costura en Chile, por eso trabaja con 15 diseñadores simultáneamente. Maneja todas las técnicas –luneville y richelieu, por ejemplo–, pero se especializa en el bordado de mano alzada. Y su experticia son los hilos, de seda y algodón, aunque también usa pedrería.
De niño soñaba con hacer las escenografías del Festival de Viña. Por eso, después de salir del Instituto Nacional, entró a Diseño Teatral en la Universidad de Chile. Pero en el ramo de Vestuario se encontró con el bordado y siguió ese camino. Cuando egresó, la bordadora de José Cardoch lo instruyó en técnicas más específicas. Después, trabajó para los teatros de la Chile y la Católica, haciendo los trajes de los protagonistas de las obras. "Fueron tiempos maravillosos. Recuerdo un vestido verde de terciopelo que bordé para Delfina Guzmán, con el que terminé de enamorarme de lo que hacía. Pero el teatro es escaso. No da plata". Aburrido de trabajar en una ferretería para llegar a fin de mes, optó por probar suerte en el mundo de la moda. Buscaba en las páginas amarillas números de diseñadores de alta costura y les pedía una hora. "Rompí unos 8 pares de zapatos caminando, porque no tenía plata ni para micro. Salía a buscar clientes en la mañana y a presentar muestras. Después bordaba hasta las 3 de la mañana. Al amanecer, estaba de nuevo en la calle". Así se armó un stock de clientes con los que trabaja –algunos de ellos hasta hoy– en vestidos de fiesta, especialmente en novias y madrinas. También colabora con el vestuario de las óperas del Municipal.
"Si el cliente no me cae bien, no trabajo con él. Está unida la emoción con el trabajo. Si estoy triste, trato de no trabajar. Siempre digo: bordar es como pintar. Uno expresa a través del hilo".
El suyo siempre fue un trabajo silencioso. Tras 21 años trabajando en el anonimato, "en el under", como él dice, hace dos años abrió una cuenta en Facebook. "Ahí quedó la escoba. Gané muchísimos clientes, porque mi trabajo se hizo conocido, pero por otro lado perdí a los que mentían diciendo que mandaban a hacer los trabajos bordados afuera o que lo hacían ellos mismos".
¿Te penaba no ser reconocido?
Me penó, pero ya no. Mi mamá creía que era injusto que mi nombre no figurara en un vestido que yo había bordado completo. Pero creo que tiene que ver con mi alma de diseñador teatral. Los escenógrafos nunca están adelante, para eso están los actores. Mi esencia es trabajar detrás del telón, no siento la necesidad de lucirme.
Un ejercicio de humildad.
Sí, pero cuesta, porque uno cobra una cierta cantidad al diseñador y él la vende un mil por ciento más caro. Yo me saco la ñoña trabajando y cobro lo que creo justo. Cuando ves lo que cobra el diseñador, entiendes porqué él ha recorrido el mundo, vive en Las Condes, tiene auto, casa en la playa y un montón de cuestiones que yo no podría tener. Pero a fin de cuentas soy feliz con lo que hago.
A pesar de las adversidades, se nota que vibras con tu trabajo.
Es porque hago lo que amo. Si el cliente no me cae bien, no trabajo con él. Uno la emoción con el trabajo. Siempre digo: bordar es como pintar con hilo. Una forma de expresión. Por eso respeto mis emociones. Si estoy triste o enojado, no bordo. Porque en la prenda estoy poniendo mis emociones. Trabajo pensando en la persona que lo va a usar, que rara vez sé quién es. Me encariño tanto, que después me da pena entregarlos. Cuando los vienen a buscar hago pucheros.
Un diseñador llega a las 3 de la tarde a la casa de Marco. Se sienta en el sillón del living y empieza a explicar lo que quiere. Marco lo escucha, mira cómo mueve sus manos y empieza a dibujar el boceto, que nunca es igual a uno anterior. "Soy diseñador de bordado, además de bordador. Me molesta mucho cuando llegan personas con todo el mono armado. Yo les digo: 'no soy máquina y pido libertad creativa'. Pero me ha costado un montón educar a los diseñadores".
¿Por qué ha sido tan difícil?
Porque en las escuelas no hay educación de bordado. Tengo clientes de hace más de 20 años que todavía no cachan algunas cosas. Les digo: 'pero cómo son tan burros. Cómo mandas a bordar esto tan pesado en esta tela tan liviana, ¡se va a romper!'. Pero pasa con la alta costura en general. A los chicos los orientan al retail.
Si es como dices, ¿en un tiempo más la alta costura en Chile va a dejar de existir?
Espero que no, pero para eso hay que estar constantemente educando, cada vez que puedo doy charlas a las escuelas. Soy el único diseñador de bordados en Chile y es un tremendo peso en los hombros. Primero, porque si yo me muero, se muere conmigo. Y luego, las expectativas: en cada uno de mis bordados tengo que hacer el mayor esfuerzo.
¿Por qué crees que eres el único?
Nadie quiere vivir de esto. Hasta me he ofrecido a dar clases gratis. Lo único que exijo es que sea alguien que quiera vivir del bordado y no quiera cambiar las técnicas. Es lo que perseguimos los artistas en estas áreas: la conservación de las antiguas técnicas. Ahora todo el mundo lo que quiere es modificar. Dicen que los bordados están pasados de moda. Es imposible que el bordado esté pasado de moda, es atemporal, ya hace rato que dio la vuelta.
"Soy el único diseñador de bordados en Chile y eso, más que un halago, es un tremendo peso en los hombros: si yo me muero, esto se muere conmigo".
DE PELEA CON EL MUNDO
Cuando abrió su cuenta en Facebook a Marco Jerez le llovieron las solicitudes de amistad: personas de todas partes del mundo querían conocer su trabajo. La novedad de la popularidad trajo consigo una veta que desconocía de sí mismo. "Me convertí en una especie de 'líder de opinioncilla', porque al fin encontré un medio donde expresarme", explica. Es común leer post en contra de diseñadores, de productores de moda, de editoras de revistas, por alguna causa que considera injusta.
¿Por qué has tomado este rol tan peleador en redes sociales?
No peleo con las personas, peleo con sus ideas. A los diseñadores antiguos, que maltratan a los más jóvenes, los enfrento. Me agarré hasta con Rubén Campos, porque decía que Rodrigo Valenzuela le imitaba sus diseños. Y yo lo defendí: no lo imita, pero trabajaron mucho tiempo juntos, entonces es normal que haya una influencia. Lo mismo hace Iván Grubessich con Pato Moreno. Le enseñó cómo son los cortes, cómo son las colas, cómo hacer cierto movimiento. ¿Y qué anda vociferando Iván?: "ay, el Pato hace todo como lo hacía yo". Obvio, si fue su profesor.
Tienes algo contra los diseñadores más antiguos, entonces...
No, con los jóvenes también peleo. La generación de los entre 30 y 45 años, se creen mucho el cuento. Hay que bajar egos, todos se creen superstar, hasta en redes sociales se ponen nombres del estilo. Les digo: "chiquillos, hay muchos mejores que ustedes. Dejen de mirarse el ombligo, estamos en un país chico, lejano y están lejos de llegar a París". Bájense de la nube, dejen de diseñar tonteras y preocúpense de crear cosas que la gente compre. Todos están quebrados porque hacen dibujos entretenidos y la gente que compra no es la de la tele, son las señoras. Para ellas tienen que trabajar.
¿A qué se debe esa falta de humildad?
A que un par de productoras de moda les dicen: ¡esto es maravilloso! Pero les falta mucho para ser excelentes. Por ejemplo, en mi área del bordado, está la casa Lassage (Francia), que es la que trabaja para Chanel, y yo sé que ahí hay artesanos que me pegan mil patadas. Y la idea es competir con ellos, sin tomar como excusa ni París ni sus materiales. Sin echarle la culpa al empedrado.
MUERTE Y SOLEDAD
Hijo único de madre soltera, su mamá murió de cáncer al páncreas, 15 años atrás, y Marco quedó solo en el mundo. Vivían juntos y tenían una relación estrecha. Por eso, cuando empezó a sentir dolores agudos no se sorprendió. "Estoy somatizando el dolor de esta pérdida", pensó. Pero las molestias persistieron. Fue a hacerse exámenes y el diagnóstico era el mismo que el de su mamá, con la diferencia de que se lo estaban detectando a tiempo. Pasó por varias operaciones y quimioterapias y los médicos le daban solo un par de años de vida. Han pasado 10 y hoy la enfermedad está controlada, el tumor está reducido, encapsulado, pero con peligro de metástasis. Sus defensas son bajísimas por lo que tiene prohibición de salir a la calle. "No puedo ir a eventos, no puedo ir a restoranes, no puedo andar en micro, no puedo andar en metro", lo resume él. Por eso las reuniones siempre son en su casa y las telas le llegan desinfectadas. "Se me pegan hasta las pecas", dice.
¿Cómo te pegó la noticia de tu cáncer?
Fue un duelo. Es una muerte literal, así te lo explican los médicos: la persona sana que tú eras, ya no existe, murió. Después de los "why, why, por qué a mí", entendí que Dios te da lo que tienes como una forma de equilibrio. Mi dolor físico ayuda a que alguien no lo esté sufriendo. Y mi forma de evadirlo es a través del bordado. Cuanto más adolorido, más me obligo a trabajar.
¿Cambió tu visión del lujo con la enfermedad?
Imagínate: el bordado dentro de la alta costura es un suntuario dentro de un suntuario. Súper superficial. Vinieron las preguntas de para qué y por qué tanto lujo. Me enojé con la actividad y la cuestioné, porque se vuelve absolutamente innecesaria. Te dan ganas de meterte a instituciones a ayudar gente y todo ese rollo. Pero me di cuenta de que era lo que me hacía feliz.
¿Cómo manejas el estar aislado?
Me acomoda estar guardado. Me levanto, trabajo, almuerzo, vuelvo a trabajar. Y después me voy a acostar. Esa es mi rutina de lunes a lunes y ¿sabes qué? Soy súper feliz.
Estás muy solo, ¿te acomoda?
Vivo feliz con mis tres perros, mis compañeros. Mi vida afectiva yo la detuve porque siento, muy de corazón, que tengo muy poco que ofrecer. No quisiera que una persona estuviese a mi lado cuando llegue el momento. No me gustaría ver sufrir a alguien por mí. Es bastante infantil mi razonamiento. Cuando siento que alguien se acerca demasiado a mí, me alejo.
¿Le tienes miedo a la muerte?
Nada. Tengo súper claro que me queda poco tiempo. Muchas veces la veo, simplemente, como dormir harto.