Hace un mes murió la científica y matemática estadounidense Katherine Johnson. Su nombre -probablemente desconocido para muchos- fue clave para la NASA en la carrera espacial: calculó la trayectoria del vuelo a la Luna del Apolo 11, en 1969. Y utilizando sus cálculos, John Glenn se convirtió en el primer astronauta estadounidense en hacer una órbita completa de la Tierra.

A pesar de esto, sus logros pasaron desapercibidos por varias décadas. Recién en 2015 recibió la Medalla de la Libertad -un honor en Estados Unidos- de manos del presidente Obama y al año siguiente, miles de personas en el mundo conocieron un poco más de su historia gracias a la película Talentos Ocultos, dirigida por Theodore Melfi y basada en el libro de no ficción de la autora Margot Lee Shetterly. En la cinta, las escenas cotidianas en la NASA mostraban tristemente que, a pesar de su talento, Johnson tuvo que esforzarse mucho más que sus pares masculinos para demostrar que podía ser un aporte en un rubro dominado por hombres.

Su historia es un reflejo de lo que algunos expertos en género han denominado paredes de cristal. "Se trata de los muros que obstaculizan, desde temprana edad, la participación femenina en distintas áreas del conocimiento. Áreas que además son más valoradas y, por ende, mejor remuneradas", explica la Doctora en Ciencias Sociales y especialista en estudios de género, Verónica Aranda. Y las cifras así lo comprueban: un estudio publicado en 2017 por la revista Science, reveló que las niñas empiezan a concebirse como menos inteligentes que los niños en áreas como las matemáticas, a partir de los 6 años de edad.

En Chile, según el informe Política Institucional y Equidad de Género en Ciencia y Tecnología 2017-2025 (CONICYT), sólo un 27% de los proyectos Fondecyt y Fondef son liderados por mujeres y de los centros de investigación que existen en el país, solo un 16% tiene a la cabeza a una mujer. Por último, en la página web de la Unesco se indica que sólo el 32% de la participación en ciencia y tecnología en Chile está representada por mujeres.

Para la docente del Diplomado en Perspectiva de Género para la Gestión de Organizaciones de Unegocios de la Universidad de Chile, Olga Pizarro, esto tiene que ver con la educación que tanto hombres como mujeres recibimos desde niños. "Se han conocido casos en que profesores de matemática o física hacen ejercicios diferenciados para hombres y mujeres, como si ellas no tuvieran las mismas habilidades en áreas específicas", dice. Verónica Aranda agrega: "esto tiene que ver con un constructo social que de cierta manera nos dice lo que somos capaces de hacer desde que nacemos, con la ropa que nos ponen o los juguetes que nos regalan. Estamos acostumbrados a relacionar a las niñas con tareas de cuidado y servicio y a los hombres con roles más públicos y de poder".

Así lo confirma la Encuesta Nacional de Empleo (ENE) de 2019, que muestra que los sectores en los que predominan las mujeres son aquellos vinculados a labores de cuidado: en el servicio doméstico un 93% son mujeres, en salud un 74% y en educación con un 71% de participación femenina. Y aunque en los sectores relacionados al Comercio y Servicios existe una proporción paritaria entre hombres y mujeres, los hombres siguen predominando en aquellos relacionados al ámbito productivo como construcción, con un 8% de participación femenina, minería 10% y transporte y almacenamiento, donde solo el 18% son mujeres.

Esto es lo que se conoce como división sexual del trabajo. El problema es que la mayoría de las carreras que se asocian a lo público son más visibilizadas y por ende más valoradas y mejor pagadas. Olga Pizarro dice que "a las mujeres siempre se nos asocia con rubros de cuidado y servicio. E incluso dentro de un mismo rubro se hacen diferencias. En medicina, por ejemplo, solemos hablar de doctor (masculino) y enfermera (femenino), generando una brecha desde el propio lenguaje que pone a los hombres un escalón más arriba en una estructura jerárquica".

Según la información sobre las matrícula de las carreras técnicas del Ministerio de Educación, durante 2018 el 81% de la rama industrial la concentraron hombres, mientras que la rama técnica ligada a tareas de cuidado y de educación está absolutamente feminizada, con un 79%. Un estudio del área académica de Ciper demostró que esta división sexual de labores está vinculada con diferencias dramáticas en las remuneraciones. Según dicho informe, en promedio, el mercado paga un 29% más a las especialidades masculinizadas que a las feminizadas.

Y a nivel profesional el promedio de esta brecha alcanza un 13%. La más notoria es la de las mujeres veterinarias, que ganan un 42% menos que sus pares masculinos. Ellas están seguidas por las odontólogas que ganan un 36% menos, las médicas 29% y contadoras, quienes reciben un 25% menos que los hombres.

Según Aranda, esta división perpetúa la discriminación de género ya que precariza no solo nuestro trabajo, sino que también nuestra economía. "Por eso es relevante que se empareje la cancha desde el punto de vista de la importancia que tienen los diversos roles en una sociedad. Tanto los asociados a lo público como a lo privado y doméstico. Es muy importante que se avance en terminar con los estereotipos que ponen a los hombres y a las mujeres en uno u otro lado solo por un tema de género", dice. Pizarro complementa: "El caso de la matemática y física Katherine Johnson es un buen ejemplo. Si logramos que se visibilicen y se reconozca el trabajo de más mujeres como ella -que por cierto hay muchas-, lograremos que muchas niñas se atrevan a optar por carreras en las que históricamente han destacado solo hombres. Es de esta manera cómo lograremos avanzar en las discriminaciones de género que actualmente afectan a tantas mujeres".