Carlos Espinoza (71)
La historia que más ha marcado a Carlos en estos nueve años que hace de Viejo Pascuero fue en Calama. "Quedaban dos días para la Navidad y llegó una niña con su mamá. Cuando le pregunté qué quería, me dijo llorando que no tendrían cena para nochebuena. Me conmovió tanto su mirada que me guardé la carta en el bolsillo en vez de dejarla en el buzón. Al otro día llegué más temprano y hablé con la supervisora del mall y le conté. En media hora me pasó una caja tremenda. Ese día salía a las cuatro de la tarde y me fui a la casa de esa familia. Ni le explico la cara de la niña y su mamá. Me sentí tan útil. Fue una Navidad inolvidable", recuerda.
Igual que al año siguiente cuando otra mamá se acercó y le dijo que traería a su hijo, pero que no se estaba portando muy bien. "Vivían en un sector malo y la señora estaba preocupada por el futuro de su hijo. Cuando llegaron juntos a la fila, el niño me pidió su regalo. Le dije que no sabía si podía traerlo porque me había enterado de que no se estaba portando muy bien. Él se sorprendió y me prometió que no lo haría más. Tres días después veo en la fila a un niño que lloraba desconsoladamente. No lo distinguí bien al comienzo, así que pedí que pasara. Era él. Me abrazó fuerte, no me soltaba. Le pregunté qué había pasado y me dijo: 'Me porté mal'. ¡Estaba arrepentido! Conversamos harto rato y se fue tranquilo prometiéndome que esta vez sí había aprendido. No volvieron más, y yo estoy seguro de que cambió, lo vi en sus ojos", recuerda. Lo más lindo de esta pega, dice, es justamente eso. Poder marcar la vida de familias. "Independiente del pago, yo lo hago feliz", concluye.
Víctor Valenzuela (65)
"Cada 25 de diciembre mi señora me exige que me corte la barba", reconoce riendo. Comenzó a vestirse de Viejo Pascuero como una humorada hace cuatro años. "Mi hija es educadora diferencial y no tenía un 'viejito' en la celebración de Navidad del colegio donde trabaja. Me pidió si podía disfrazarme. Desde ese día no dejé de hacerlo", cuenta. Además, esa experiencia le permitió darles un nuevo sentido a estas fechas. "En mi familia el único niño es mi nieto de 2 años, que se duerme temprano y a las 9 de la noche estamos desocupados. Como ya tenía el traje, junto a un grupo de matrimonios, hicimos una colecta, compramos libros para pintar y la nochebuena los fuimos a regalar a un hospital". Según su esposa, cuando Víctor se disfraza, su personalidad cambia. Y él está de acuerdo. "Es muy lindo lo que ocurre con los niños. Su reacción te carga las baterías. Es algo muy importante para mí", confiesa.
Marco Antonio Santis (86)
"Llevo más de 50 años haciendo de Viejo Pascuero, me encanta", dice. Partió antes de los 40 usando barba y canas falsas y recién hace seis años se "profesionalizó", entrando a un staff de viejitos y recibiendo remuneración por su trabajo. "Antes de eso lo hacía porque me gustaba. Mi señora me hizo el traje para una celebración navideña en la empresa donde trabajaba y de ahí en adelante, como lo tenía, iba a los colegios de mis nietos o donde me pedían", recuerda. Viene de una familia de 10 hermanos, en la época en que para Navidad se dejaban los zapatos en la ventana para que el viejito dejara caramelos. "Todos esos ritos nunca se olvidan y por eso me gusta tanto hacer esto, porque sé que son recuerdos que los niños tendrán siempre. Yo puedo estar deprimido, ahora mismo no he estado bien de salud, me pusieron un marcapasos, pero hacer esto me llena de vida", dice con la misma emoción que cuando recuerda cómo esta faceta lo ha acercado incluso a sus propios nietos. "Ellos tienen su propio Viejito Pascuero. ¡Hasta me he subido arriba del techo para sorprenderlos! Esa imagen de los niños encantados es impagable", concluye.
Luis Arriagada (74)
Quedó canoso a los 50 años, pero jamás pensó en representar al Viejo Pascuero, hasta que el año pasado estaba comprando en la feria con su esposa y se lo ofrecieron. En ese momento usaba la barba corta y no tenía mucha afinidad con los niños. Pero quiso probar. "Fue la mejor decisión. Es una experiencia muy bonita. Lo más lindo es la alegría de los niños cuando te ven llegar. Es maravillosa la sensación que uno les provoca, realmente impagable", dice. Pero no todo es color de rosa. "El calor es insoportable y a veces, por mi edad, me canso. Pero lo más complicado es cuando los niños te piden algo que sabes que es imposible. Una vez llegó uno en silla de ruedas y me pidió que le curara las piernas. ¡¿Qué le dices a ese niño?!, es muy difícil. Lo único que se me ocurrió fue contestarle que eso no estaba a mi alcance, pero me sentí muy mal", recuerda. Está convencido de seguir en esto hasta que la salud se lo permita y ya decidió dejarse la barba y el pelo largo el resto del año. "Me gusta porque cuando no estoy con el traje los niños igual me miran. Una vez iba en el Metro y uno me preguntó qué estaba haciendo ahí. Le dije que andaba viendo cómo se portaban, para saber adónde ir en Navidad. El chico quedó con la boca abierta. Nos bajamos y mi señora me dijo: 'Ves Luis, si el Viejo Pascuero no lo hace el traje'", dice y sonríe.