Esta historia es sobre aprender a leer. No es raro que parezca cuento. Empieza en Suecia en 1998 y trata sobre 24 niños inmigrantes que entran a la escuela en kínder. Los niños vienen de todos los rincones del mundo y ninguno tiene el sueco como lengua materna. Algunos ni siquiera saben hablarlo. Si en ciertas poblaciones chilenas los profesores se quejan de lo difícil que es enseñar, imagina lo que es hacerlo cuando un niño llama a su mamá en español y otro pelea en árabe. Por eso, en escuelas como ésta, ubicada en Rinkeby, en los suburbios de Estocolmo, hay recursos extras para enseñarles la lengua nacional. Pero ni aun así las cosas mejoran.
Sin embargo, el año en que entran los niños sucede algo. Las profesoras se ponen a pensar cómo hacer para que no fracasen en aprender lo mínimo, que es lo que ocurre con tantos alumnos.Toman una decisión.
Y es por esa decisión que estamos contando esta historia.
Las profesoras intentan algo radical para lograr que los niños lean y escriban: invierten todos los recursos disponibles en libros de cuentos. No gastan nada en textos de estudio, salvo en el de matemáticas. Reúnen una buena cantidad de libros, pero no les parecen suficientes, así que llegan a un acuerdo con la biblioteca pública local. Cuando los niños llegan en el primer día de clases, encuentran su sala repleta de 400 libros repartidos por todos lados, al alcance de la mano, abiertos, apilados, exhibidos como pósters, esperándolos en los bancos. Además de innovador, ese espectáculo es una declaración de principios: para ellas, si no hay lenguaje, no se puede construir nada: ni ciencia, ni historia, ni matemáticas. En el principio está el verbo. Y si no está, no hay principio.
La investigadora sueca Inger Enkvist cuenta parte de esta experiencia en su libro Repensar la Educación, y afirma que las profesoras mantuvieron la estricta dieta de cuentos y matemáticas hasta tercero básico. Con los cuentos, los niños aprendieron las letras y las primeras palabras. Pegado a cada palabra venían personajes inventados y reales, conceptos, lugares extraños y conocidos; y mientras aprendían a leer, aprendían a expresar sus ideas y sentimientos y a entender los de los otros.
"Los niños amaban tanto el colegio que muchos llegaban hasta una hora antes de las clases. En un video sobre el proyecto, varios dicen que les gustaría ser escritores. En el tercer año, muchos habían leído entre 400 y 500 libros", cuenta la investigadora Enkvist.
La escritora sueca de cuentos infantiles Mónica Zak también ha hablado de esta experiencia educativa. "Después tres años, todos los niños de ese curso sabían leer bien y rápido, tenían gran vocabulario, sabían expresarse hablando y escribiendo, tenían una gran autoestima y eran muy creativos", describió en una ponencia que ofreció en Chile en 2005. Agregó que en Suecia a los niños de tercero básico se les aplica una medición que aquí podría equivaler al Simce. En ella estos niños obtuvieron el primer lugar en sueco y en matemáticas, superando a todas las escuelas de su ciudad.
El objetivo estaba cumplido con creces. Pero el efecto de la dieta de lecturas no paró ahí. "Cuando llegaron al liceo hubo una competencia de matemáticas escolares de nivel nacional. Y entre los 10 mejores alumnos del país había tres chicos del grupo de Rinkeby", detalla Zak.
La alubna Sara
Esta otra historia también parece cuento y, para ser honestos, no tiene un final feliz. Se trata de cómo una danesa llamada Anne Hansen intenta hacer leer a niños del Cerro Alegre de Valparaíso, una zona con fuertes déficits educativos.
A diferencia de los inmigrantes de Rinkeby, los niños con los que ella trabaja no hablan 20 idiomas distintos. Son todos chilenos. Sin embargo, están tan lejos de sus compatriotas que obtienen buenos resultados, que parece que estuvieran en otro país. Un ejemplo fue la última prueba Simce de lenguaje tomada a los alumnos de 4º básico. Los 200 chicos de estrato económico alto de la comuna de Valparaíso que la rindieron, obtuvieron un promedio de 304 puntos, mientas que cerca de mil niños de estrato medio-bajo y bajo obtuvieron entre 218 y 223 puntos. Peor cosa ocurrió en la primera prueba nacional de escritura que rindieron también los niños de 4º básico el año pasado. En la región de Valparaíso la prueba la rindieron 1.800 niños y 41% se ubicó en el nivel básico.
Las implicancias de estar en ese nivel se entienden mejor con un ejemplo. En la prueba se les pidió a los niños que redactaran una carta al director de su colegio solicitándole permiso para ir de paseo a un acuario. La carta que viene a continuación se usa en el informe del Ministerio para retratar ese "nivel inicial" en el que están el 41% de los niños del Puerto:
"Querido dictor quiero disile que es el mejor dictor por eso nuestro curso juntaron dinero para que nosotros y usted fueramos al acurios para que bieramos alos tiburones y a las mantarallas y los peses y las pirañas y nadar con los delfines. Se despide la alubna Sara".
Estos resultados muestran que en Valparaíso, como en muchos lugares de Chile, una gran cantidad de niños cumple 10 u 11 años sin dominar su idioma.
Muchos estudios, entre ellos, uno realizado en 2007 por Eric Donald Hirsch, profesor emérito de Educación de la Universidad de Virginia, Estados Unidos, demuestran que la falta de lectura tiene efectos acumulativos y la brecha entre los alumnos que leen bien y los que balbucean penosamente, no hace sino crecer.
"Un alumno de primer grado con alto rendimiento conoce cerca del doble de palabras que un alumno de bajo rendimiento y, a medida que avanzan de curso, la diferencia aumenta. En el último año de la enseñanza secundaria, los alumnos de alto rendimiento saben cerca de cuatro veces más palabras que los estudiantes de bajo rendimiento", señala Hirsch.
La razón del aumento de esta brecha es clara para Hirsch: "Una comprensión lectora adecuada depende de que una persona conozca cerca del 90 ó 95% de las palabras de un texto. Aquellos que entienden menos palabras, no comprenderán el texto y quedarán mucho más rezagados".
Así las cosas, la alubna Sara, en 4to básico, ya ha perdido buena parte de sus posibilidades futuras.
Anne
Anne Hansen Christen, la danesa que protagoniza esta historia, tiene 76 años y es profesora, como las suecas de Rinkeby. Pero no hace clases sino que en 2001 montó una biblioteca con tres mil textos en el Cerro Alegre de Valparaíso. Muchos de los libros que ofrece no se han traducido oficialmente al español y por lo tanto difícilmente se pueden encontrar en otro lado en Chile. Son textos nórdicos, de ilustraciones preciosas, muy parecidos a los que usaron las profesoras de Rinkeby.
A diferencia de la mayoría de los libros para niños que se ven en Chile estos textos carecen de moraleja: no buscan enseñar a ser generosos, amables o a lavarse los dientes. Están pensados para abrir temas e iniciar conversaciones, a veces muy complejas. Son textos que reflejan la vida de los niños.
La biblioteca se llama Libro Alegre y recibe anualmente 5.000 niños. Algunos vienen de las poblaciones de la parte alta del Puerto y se instalan a leer gratis; pero por la calidad de los libros, muchos colegios subvencionados y particulares de Viña le pagan para llevar a sus cursos a leer allá. Aunque a Anne le gustaría que su biblioteca la aprovecharan los más necesitados, son las familias de clases medias las que más aparecen por ahí.
Igual como en la experiencia sueca, aquí los libros son el corazón de todo. Anne los ha juntado con paciencia. Algunos se los han donado, otros los ha comprado en mercados europeos y los traduce artesanalmente, pegando los textos en castellano hoja por hoja. En ese trabajo la ayuda la periodista española María Antonia Carrasco. Durante la traducción, se matan de la risa, porque son historias que las hacen sentirse retratadas, como la de un gato tuerto pendenciero que se enamora de una elegante gata blanca que no le hace caso.
-Estos libros tienen la gracia de que no presentan el mundo como una cosa falsa de gente buena contra gente mala. Y además no tienen el dedo admonitorio levantado. Tienen ideas y pensamientos que pueden llevar muy lejos a los niños, porque les hacen sentir que hay algo de ellos en esos libros. Pero no le dicen al niño qué sentir ni qué hacer.
Su confianza en estos libros tiene un motivo. En su país han llevado adelante un programa de incentivo a la lectura muy exitoso, que está basado en leer muchos, -realmente muchos- libros cortos, bellamente ilustrados, como los que tiene ella. El fondo de esta estrategia la explicó Charlotte Svendstrup, gerenta general de la editorial de material educativo del estado danés, cuando visitó Chile en 2007. Dijo que a comienzos de los 90 los estudios internacionales mostraron que los jóvenes daneses tenían severos problemas para leer y estaban muy mal en comparación con el resto de los países desarrollados. El informe provocó un escándalo y el Estado se metió de lleno. "Descubrimos que la motivación de los niños para aprender a leer era de suma importancia y eso implicaba que los libros tenían que ser atractivos y pertinentes, sino los niños perdían la motivación. También nos dimos cuenta de que se aprende a leer leyendo y que tienen que leer mucho para conseguir la competencia necesaria. Los libros tradicionales de lectura no ofrecían suficiente material y por lo tanto se necesitaban muchos pequeños libros".
Por último, los daneses también hicieron que los padres se comprometieran con el aprendizaje de la lectura, porque como es obvio, cuando una niña escribe "alubna" no sólo ha fallado la escuela sino también la familia.
Anne ha llevado estos libros ahí donde se necesitan. En 1997 abrió una biblioteca en La Legua con uno 500 libros traducidos del danés. Varios jardines infantiles se interesaron en esa experiencia y en 1999 visitó una veintena de centros comunitarios desde Arica a Lota ayudando a formar mini bibliotecas con este tipo de libros. Luego, organizó el local que tiene ahora en el Cerro Alegre y también otra en Montedónico, una zona del puerto muy golpeada por la pobreza. Para promocionar su biblioteca, salía a las poblaciones con un burro cargado de textos y tocaba una campana para atraer a los niños. Siguiendo el modelo de su país, también trataba de convencer a los padres de que llevaran a sus hijos a la biblioteca, de que tomaran libros prestados y les leyeran.
Padres que se enojan
Pero allí donde se necesitan estos libros, hay tantas otras necesidades que los textos son incapaces de producir grandes cambios por sí solos. Para que los niños más pobres pudieran aprovecharlos, necesitan mucho apoyo de la escuela y de los padres. Que los oyeran leer, que los hicieran escribir, que los felicitaran por cada libro nuevo, que les apagaran la tele.
Que los niños vieran a sus padres con un libro, cosa bastante infrecuente si se considera que 50% de los chilenos no somos capaces de seguir instrucciones escritas, según mostró un estudio de la Universidad de Chile de 2001, que desnudó nuestro "analfabetismo funcional".
Peor aún, Anne se ha topado con madres que le dicen a ella, con su hijo al lado: "No le preste más libros a este cabro, que no los cuida". También recuerda a un padre que se enojó porque su hijo, tras leer algunos textos daneses llegó a la casa diciendo que a los niños no hay que pegarles. Y no dejó que sus hijos fueran de nuevo a la biblioteca.
En los graves vacíos de las poblaciones chilenas, con sus dolores, sus abusos, su violencia familiar, estos libros no siempre producen la risa y la alegría para la que están pensados.
En 1999 Anne les proyectó en diapositivas un libro a 14 niños ariqueños. El cuento se llamaba Pepe tiene bonitas botas, de Mats Leten, y Anne tomó los siguientes apuntes sobre lo que los chicos iban comentando: "Mira, Pepe tiene un solo pelo. Y tiene botas amarillas. Está muy contento con sus botas. Mira cómo salta Pepe. A lo mejor son nuevas las botas. ¡Bah! Se puso a llover y se formó una poza inmensa… ¡Oye! Se metió al agua sin botas y las llenó con agua. ¡Pobre Pepe! ¡Ahora sí que le va a llegar! Le van a pegar. ¡Ojalá que su mamá no lo vea! ¡No, no! Ahora está sentado en el agua. Y ahí viene su mamá. Le van a pegar, seguro… Sabe, mi mamá me quitaría las botas y las colgaría bien arriba en la pared donde no las alcance. Nunca más me las pondría".
Antes de llegar al final Anne detuvo la proyección y les pidió a los niños que dibujaran cómo creían que iba a terminar el cuento. Una niña de 12 años y un chico de 5 prefirieron actuar el final que se imaginaban.
La niña, enojadísima: "¡Sal de ahí! Al tiro. ¿Acaso crees que tengo Rinso para estar lavando tu ropa todos los días, chiquillo de mierda? ¿Qué te has creído? Espérate no más".
El niño, con voz asustada: "Lo estaba pasando tan bien".
Luego Anne les lee el final verdadero, el final nórdico: la mamá acoge a Pepe y lo lleva a bañarse. Los chicos dicen a coro: "¡Qué raro!"
En otro taller Anne muestra el cuento El brote, de Pia Thaulov, una historia que parte cuando un niño planta una semilla, la riega y sale un brote. Entonces aparece un gato, un conejo y unos pájaros que amenazan las semillas germinadas. Anne transcribe los comentarios de los niños:
"¡Ooooh! Son palomas de la paz. También se van a comer las hojas, pero ésas sí que son fáciles de matar con una escopeta o con una honda. Yo tengo una." El niño del cuento pone un espantapájaros. Los niños chilenos, en cambio, recurren todo el tiempo a los golpes y a la muerte.
Experiencias como ésa, Anne ha tenido muchas. Porque la lectura, aunque se suele olvidar, no es solo una forma de evaluar las políticas educativas. La lectura, sobre todo de estos libros, refleja la vida, la sociedad en que se vive. Y cuando Anne ve esa constante presencia de la violencia, le parece que su cruzada para hacer que los niños lean es demasiado cuesta arriba. "A veces me parece que Chile no es un lugar fértil para la lectura", comenta.·