El 2 de febrero, Javiera Donoso (21), estudiante de Obstetricia de la Universidad de Valparaíso, usó sus redes sociales para pedir ayuda. En mayúsculas escribió que estaba desesperada, que no sabía qué hacer y pedía que si alguien tenía información sobre el estado de su casa, le avisara. Venía viajando desde Valdivia en auto con su mamá, su papá y su hermano menor. En medio de sus vacaciones recibió el llamado de un vecino que gritaba: “se está quemando tu casa, lo perdieron todo”, le dijo. Aunque al principio pensó que se trataba de una broma, rápidamente detectó la angustia en la voz del hombre y más tarde confirmó que, efectivamente, la población El Olivar estaba desapareciendo entre las llamas.
Fueron doce horas de viaje hasta Villa Alemana. Se bajaron del auto cerca de la una de la tarde y recién allí la familia de los Donoso Pérez pudo constatar que sus abuelos, tíos y primos estaban con vida, pero faltaba alguien. “¿Qué pasó con Mateo?”, repetía la estudiante. Desde el sábado 3 de febrero su perro Mateo está en calidad de desaparecido.
La primera información que obtuvo fue que sus abuelos intentaron sacarlo. La pareja vivía frente a la casa y estaban al cuidado del perro. Le contaron que el fuego no es como uno se imagina. Tampoco como se le ve en las películas. Tiene ese color incandescente, que confunde y avanza a una velocidad hambrienta que en lugar de alertarte, paradójicamente te congela. Por eso, cuando las llamas tocaron su casa, la misión de rescatar a Mateo, quien se encontraba en el acceso, era cosa de minutos.
Desafortunadamente el portón eléctrico, que dejó de funcionar con el fuego, no respondió y Mateo quedó atrás. Los abuelos tomaron sus pertenencias, sus propias mascotas y abandonaron el lugar. “Me duele demasiado el corazón y me siento tan culpable, no me lo perdonaré nunca”, fue una de las cosas que Javiera posteó en su red social, la que se ha transformado en una bitácora de sus emociones, reflexiones y de la búsqueda que ella y otras cientos de personas hacen de sus mascotas.
Mateo llegó a la casa de los Donoso Pérez cuando ella cumplió once años. Uno menos que la edad que él tiene hoy. Lo adoptaron en la Plaza O’Higgins, tenía apenas un mes dice Javiera y ya se llamaba Mateo. Les pidieron encarecidamente que no le cambiaran el nombre al animal. Hoy, a pesar de ser un perro adulto, ella cuenta que se comporta como un cachorro, que es dócil, de buen humor y juguetón. “Tiene artritis y se le empezaron a encoger sus patitas. Todos los días me dedicaba a darle las pastillas y su comida nueva. Él me enseñó mucho. Mientras yo crecía me hacía más consciente de su cuidado”, recuerda.
Efectivamente la casa ya no existe. Su casa. En la que creció ella, en la que nació su hermano, la que sigue pagando su papá en el banco. Los árboles están quemados y quedaron negros, como impresos sobre el concreto. La ampliación, por la que alguna vez corrieron con Mateo, también está en el piso. Quedan los esqueletos de ladrillo y algunos palos que sostenían el techo y que ahora se apoyan contra los escombros.
Los primeros días Javiera no fue capaz de llegar hasta El Olivar.
Hay cuatro cosas que la mantienen con esperanza, dos son hechos, otra es un rumor y una sólo se basa en la fe: según un vecino que se rehusaba a abandonar el barrio y fue el último en irse, la ventana que daba hacia afuera estaba rota y Mateo no estaba adentro. Él miró. Otro hecho es que no han encontrado el cuerpo de Mateo. El mismo vecino cuenta, pero no puede asegurar, que un grupo de jóvenes estaba determinado a rescatar a todas las mascotas encerradas de la población. Habrían pasado por las cuadras, revisando, corriendo, salvando perros y gatos. Javiera quiere creer que Mateo es inteligente, porque se caracterizaba por pillo, y tiene una corazonada que dice que lo volverá a ver.
Hace unos días su abuela recibió el llamado de alguien. Decían que en el centro de la ciudad había un perrito como Mateo. Cuando lo trajeron a la casa, efectivamente el parecido era sorprendente, pero Javiera supo de inmediato que no era su mascota. A pesar de todo dudó: se fijó en todos los detalles, lo revisó hasta estar completamente segura, y no. Ni siquiera respondía al nombre Mateo. No tenía sus rodillas pronunciadas por la artritis. Ni tampoco las marcas de la última vez que usó un cono quirúrgico alrededor del cuello.
Pancho, el perro que habían confundido con su Mateo, afortunadamente tenía chip y Javiera, a través de Facebook, pudo contactarse con la dueña. Lo reconoció enseguida. “Ella tenía más perritos. Ante el incendio tuvo que abrirles la puerta, porque no podía tomarlos a todos. Los dejó ir para que no murieran quemados. Ella me dice, eso sí, que todos tienen chip, pero también perdió su casa, entonces hasta donde sé, Pancho no se pudo reencontrar con ella, sino que la espera en un lugar de acogida en Playa Ancha mientras se organiza”.
A diario le deben de llegar al menos veinte notificaciones de personas que creen haber visto a Mateo y le mandan fotos. “Yo siento que alcanzó a escapar y que corrió. Era muy inteligente”, repite Javiera, “yo sé que nos extraña. Yo sé que va a volver. Mucha gente nos está ayudando. Todos quieren que lo encuentre porque se están encariñando con la historia. Creo que eso me mantiene en pie, positiva y buscando: las personas que me dicen que ya va a aparecer. Yo siempre he sido una persona muy privada, nunca pensé que me desahogaría en redes sociales, pero allí he encontrado mucha contención. Toda la información ayuda a descartar lugares y a estar tras su pista”, dice.
“Duermo poco, despierto con dolor de estómago y cada cierto tiempo lloro, tengo recuerdos de mi casita, de cómo era antes, de cómo era mi población, y por supuesto de Mateo. Pero todos los días nos levantamos temprano para buscarlo, para hacer trámites, para ir a mover escombros”. Ayer Javiera visitó cuatro colegios, un hospital y dos clínicas veterinarias. No le fue bien, pero dejó carteles en todos lados.
“Mateito por favor aparece, hay muchas personas que estamos esperando por ti”, dice una de sus publicaciones que alcanzó a más de 30 mil personas en Twitter.
“La familia somos los cinco, con él incluido”, dice Javiera, quien para el cierre de este texto, seguía sin encontrar a su mascota.