“Aunque los dos éramos muy reacios a las aplicaciones de citas, nos conocimos por una de ellas en 2017. La descargamos en el momento preciso: era la primera cita que teníamos con alguien a través de ese medio y sorprendentemente, fue un muy buen primer encuentro. Hubo química y en un lapso de una semana nos vimos tres veces. Desde ese momento hasta el fin de la relación pasaron cinco años y medio.

Empezamos a pololear a principios de 2018 y desde que nos conocimos el tema de irnos juntos al extranjero estuvo muy presente. Nos dedicamos a viajar hasta que llegó la oportunidad de irnos afuera sin un pasaje de retorno. Llevábamos casi tres años de relación.

Nos fuimos en medio de la pandemia y sin planes. Con 27 años, solo queríamos trabajar, aprender idiomas, ahorrar y viajar. Había entusiasmo pero también temor, ansiedad y estrés. No sabíamos cómo funcionaríamos estando solos en otro país, pero nos ayudó el haber vivido un tiempo juntos en Chile. Todo se fue dando de forma muy natural. Mejor de lo que creíamos.

Fue un proceso de conocernos, de apoyarnos y estar ahí para el otro porque al final del día, éramos solo los dos. Con el tiempo fuimos desarrollando amistades, pero el vínculo más fuerte seguía siendo el nuestro. No teníamos familia cerca: pasamos navidades, cumpleaños y años nuevos los dos solos. Vivimos experiencias únicas y aprendimos de muchas otras culturas.

Cuando peleábamos o discutíamos, no teníamos dónde huir o a quién acudir. Teníamos que lidiar con el conflicto o resolverlo rápido porque convivir en un estudio de 30 metros cuadrados era el triple de difícil si estábamos enojados.

Aún así no hubo grandes problemas, ni grandes discusiones. El tiempo que pasamos afuera fue lindo, de mucho aprendizaje y amor. Hablamos de matrimonio, de tener una mascota, de hijos, de cómo sería nuestro lugar de vuelta en Chile.

Pero como dicen, todo lo bueno llega a su fin y cuando llegamos a Chile la relación se derrumbó. Los dos estábamos pasando por procesos muy fuertes, sin saber qué queríamos hacer, un poco arrepentidos de haber vuelto y sin claridad de nada. Vivíamos en una nebulosa. Para él, nuestra relación también entraba en esa incertidumbre. Para mí no estaba en duda, al menos no en ese momento, pero sí sabía que quería quedarme un tiempo en Chile. Él quería irse rápido.

No fui yo la que tomó la decisión de terminar. De ahí nace el martirio de intentar entender y de aceptar que todas esas experiencias que vivimos juntos afuera ya son parte de otra vida, de un ciclo que, me guste o no, ya se cerró. Y que esa persona con la que compartí todo pasó ahora a ser un completo extraño. Eso es lo más difícil, pretender que esa persona no existe, que desapareció, que de la noche a la mañana dejó de ser mi compañero de vida, mi mejor amigo, que los planes que teníamos ya no pasarán, y que ahora él y yo vivimos nuestras vidas separadas sin saber del otro.

Lo más duro ha sido la dependencia que generé de él. Me malacostumbré, como prácticamente muchas parejas, a hacer todo con él, a saber que siempre lo tenía por y para cualquier cosa. Perdí mi independencia, una cualidad de la que yo siempre me jactaba.

Antes de conocerlo, pasé cinco años de soltería en los que hice todo lo que quise, me fui de intercambio sola al extranjero, viajé con amigas, con familia, sola, tuve citas, salí con otras personas por semanas o meses, trabajé mucho. Siempre pensé que me costaría encontrar una pareja porque ya estaba muy acostumbrada a mi estilo de vida independiente y sabiendo muy bien lo que quería. Y eso, al final, me gustaba.

Pero hoy, a meses de haber terminado una relación, no sé dónde quedó esa parte de mí, y me siento muy extraña en esta vida sola. ¿Cómo me fui de intercambio al extranjero con 21 años a un país en el que no dominaba el idioma? Sinceramente no lo sé, solo sé que la Paz de ese momento tenía una valentía y una independencia que ahora envidio y anhelo.

Tengo ganas de irme de nuevo de Chile, pero me frena el hecho de hacerlo sola, me da pánico. Sé lo difícil que es y, lamentablemente, me acostumbré a que fuéramos dos haciendo esos planes, acompañándonos en esos momentos difíciles de migrante. Pero, por otro lado, conocí decenas de personas que estaban viviendo la misma experiencia que yo, la de emigrar pero sin acompañante. Qué valientes y qué admiración, pienso.

Y esa es la meta. Recuperar esa independencia. Volver a sentirme cómoda haciendo cosas difíciles sola. Porque no es lo mismo decir me gusta estar sola un viernes en la noche, tomando una copa de vino y viendo una película. La soledad se siente cruda cuando tienes que irte del país sola, quedar cesante sola, tener enfermedades sola. Y esa, al final, es la realidad misma.

Nunca he sido de celebrar el 14 de febrero, pero para esta fecha sí tengo planes: empezar a redescubrirme y a sentirme cómoda conmigo misma, aunque suene cliché. Como he leído en muchas partes: “Llegamos solas a esta vida y solas nos vamos”, y si ese es el ciclo de la vida, quiero aprender a estar sola y tranquila, a no sentirme mal o culpable por ello.

Ese es el desafío, y por más aterrador que suene en este momento, sé que al final de ese túnel hay amigas y amigos que ya pasaron por esto y que están ahí para echarme una mano en el camino y decirme que todo va a estar bien y que el tiempo lo cura todo”.

Paz Méndez tiene 28 años y es periodista