El buzo de Juan Fernández

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Alexis Rovira fue uno de los cuatro buzos civiles que participó en la búsqueda del Casa 212 y sus tripulantes, tras el accidente del 2 de septiembre de 2011. También fue el encargado de registrar con imágenes y videos las decenas de veces que el equipo se sumergió a buscar el fuselaje y los cuerpos, material que contribuyó a la investigación de la tragedia de Juan Fernández. A cinco años del accidente, habla por primera vez de lo que vivió en esos 18 días y que califica como una de las experiencias más extremas de su vida.




Paula Digital.

Eran las seis de la tarde del viernes 2 de septiembre de 2011 cuando el celular del piloto civil Alexis Rovira (45) sonó. No le tomó mucha importancia. No era extraño que su amigo Felipe Mongillo (43) lo estuviera llamando. Ambos tenían planeado reunirse el sábado en la madrugada con Marcelo Leiva (49) y Fernando Landeta (43), dueño de una empresa de servicios de submarinos, para partir en caravana a Valparaíso a su clásica jornada de buceo. Una actividad que realizan hace 9 años y que se ha vuelto casi un ritual.

- Aló.

-¿Viste lo de Juan Fernández?

-Sí. Terrible.

-Me acaban de llamar de la Armada. Necesitan que vayamos con los equipos a ayudar en el rescate.

En ese entonces, eran los únicos cuatro buzos chilenos capacitados para bajar hasta 100 metros de profundidad. De las Fuerzas Armadas, no había quién. Además, solo ellos tenían el equipo necesario. Una tecnología de punta traída desde Estados Unidos que les permitía permanecer por hasta 250 minutos bajo el agua. Mientras que la capacidad de los buzos del escuadrón nacional bordeaba un máximo de 5 minutos a 30 metros de profundidad.

A las siete de la mañana del día siguiente iban rumbo a Valparaíso a embarcarse en El Galvarino, el remolcador que los llevaría a la isla. "Hasta ese momento no teníamos tan claro cuál iba a ser nuestro aporte. Era un día y medio de navegación. Pensamos que cuando llegáramos la Armada ya tendría el panorama resuelto", recuerda Alexis. A mediodía estaban zarpando rumbo a Juan Fernández. Cargaron El Galvarino con un zodiac; con un sonar de onda de 50 cm de ancho y 1,70 m de largo, especial para detectar puntos de búsqueda; con un robot a batería con cámaras HD capaz de sumergirse a 400 metros de profundidad para chequear puntos y con 4 scooters para movilizarse por distancias amplias bajo el agua, en tiempos acotados. Cables y más cables. Después de 36 horas llegaron a la isla. Alexis intuyó el panorama. Aún sobre el remolcador, echó la cabeza hacia atrás y miró al cielo. En el aire, vio un Hércules a lo lejos soltando un paracaídas con provisiones. También, varios helicópteros. Y en el agua, buques de la Armada. "Era como una carretera aérea. Hasta ese minuto, yo no podía entender cómo había tal despliegue. Estaban todas las Fuerzas Armadas", reconoce. No alcanzaron a poner un pie en el pueblo. Les destinaron un sector para que el remolcador anclara y les asignaron dos zodiac más para tener donde llevar el sonar y el robot en las búsquedas. Se pusieron a trabajar.

*

El comienzo fue un desastre. Ellos estaban en el zodiac, sobre la superficie, y a través de cables hundieron el robot para comenzar a registrar el fondo marino. Los cables se soltaron y perdieron conexión con el robot. Se sumergió. "¡Primer día y habíamos perdido nuestros ojos!", recuerda Alexis. Después de arduas negociaciones, el jefe a cargo del remolcador accedió a que bajaran a buscarlo. El descenso tomó 60 minutos. Al minuto con 57 segundos de llegar al fondo, lo habían encontrado. "Milagro", pensó Alexis.

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Robert Ziller, operador del sonar; el buzo Fernando Landeta; el también operador, Pablo Navarro y los buzos Felipe Mongillo y Alexis Rovira.[/caption]

La misión de ese primer día era clara: encontrar cualquier pieza del avión que pudiera delimitar un radio de búsqueda de los cuerpos. En uno de los zodiac dos operadores se dedicaron a usar el sonar de barrido lateral de la empresa de Fernando, que emite ondas sonoras a través de cables y alambres de construcción de datos que, a su vez, despliegan una sombra en la que es capaz de reconocerse la forma y tamaño de un objeto. En eso trabajaron hasta cerca de las cinco de la tarde, cuando oscureció. Estaban exhaustos. De vuelta, en El Galvarino, descargaron la información en un computador y revisaron las imágenes. Si había un objeto similar a un fuselaje, la grabación se pausaba y se anotaban las coordenadas. Esa noche los cuatro buzos detectaron entre 20 y 30 puntos de interés. Luego, durmieron en el cuarto piso del remolcador, en unas literas que no daban el grueso para darse vuelta. Serían muchas noches más.

La madrugada del martes fue el turno del Proteus 500, el robot a batería, compuesto por una cámara frontal a color y en HD, y una trasera en blanco y negro, capaz de bajar hasta 400 metros. Con eso chequearon las decenas de puntos que habían registrado la noche anterior. Rocas y recifes fue lo que más encontraron. El tercer y cuarto día repitieron las hazañas. Una jornada de sonar. Una jornada con el robot. El quinto día los pilló el hastío. "Nosotros veníamos convencidos de que lo íbamos a encontrar y ese día nos dimos cuenta de que era buscar una aguja en un pajar. Cada mañana nos levantábamos y nos dábamos ánimo entre nosotros. Todos, en algún minuto, tuvimos la sensación de que no lo íbamos a lograr", confiesa. Mientras tanto, sucedían cosas: se inundaba una cámara del robot o fallaba un motor. "Muchas veces nos pilló la noche con el robot completamente desarmado", recuerda.

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El robot con cámara digital que utilizaron en la búsqueda.[/caption]

El octavo día dieron con la cola. "Fue un alivio. Pudimos acortar el perímetro de búsqueda a un radio de 300 metros para encontrar el resto del avión", cuenta. También encontraron una mochila y, luego, los primeros restos humanos a 30 metros de profundidad.

*

Al mediodía de la novena jornada el equipo de buzos tenía detectado el fuselaje completo. Esa misma tarde, después de que se diera aviso a la Armada, el entonces ministro de Defensa, Andrés Allamand, los visitó. Fue enfático: "´La misión es bajar y encontrar todos los cuerpos. Todos los cuerpos´, nos dijo", recuerda Alexis. A la etapa de búsqueda la bautizaron como Operación Loreto I. "Teníamos la capacidad de buceo y el entrenamiento adecuado para manejar los equipos, pero ninguno de nosotros había participado antes en una situación como esta. Íbamos a bajar y nos íbamos a encontrar con un escenario bastante fuerte. Acordamos que el que no se sintiera capacitado lo iba a decir y se iba a restar", relata Alexis. Bajaron los cuatro. Había que actuar rápido. Dada la profundidad, el descenso les tomaba 90 minutos. Y solo una hora, como máximo, podían permanecer en el fondo. A 54 metros de profundidad, y con la ayuda de los scooters -unas motos de agua sumergibles- cercaron un perímetro de 100 metros cuadrados, con cuatro palos y una malla, en la que iban dejando lo que encontraban. Cuando quedaban algunos minutos para que se cumplieran los 60 minutos en el fondo, daban tres tirones a la cuerda que unía la malla con el zodiac y desde arriba la subían. "Fue bastante fuerte. Afloran sentimientos. Pasan cosas por tu cabeza. Una mamá que perdió a su hijo, una familia que perdió a un papá. Si no éramos nosotros, no los iba a subir nadie y las familias no iban a poder recuperar nada de sus seres queridos ni tener el duelo que corresponde para cerrar el ciclo. De alguna manera el escenario ayudó. Bajo el agua no hay color. Tampoco olor. Es frío, pero te encuentras con una situación que no es tan chocante como si la vivieras en la superficie", reconoce.

Una vez arriba, uno a uno ingresaban a una cámara hiperbárica, aledaña a la morgue, sobre el remolcador, donde bajaban artificialmente a 54 metros de profundidad. Lentamente, con terapia de oxígeno, los subían, liberando todo el nitrógeno residual del cuerpo. "Unas horas antes estabas a seis atmósferas, seis veces la profundidad de la superficie, y luego quedábamos cero kilómetro para continuar la búsqueda al día siguiente", dice Alexis. Acto seguido, Alexis le entregaba a la fiscalía todo el registro audiovisual del día: videos y fotos tomadas por el robot y por una GoPro. "Barrimos el perímetro durante cinco días. No había más. Creemos que los restos que no encontramos pueden ser de personas que cayeron antes de que el avión se impactara con el agua, y la corriente pudo haber afectado", reflexiona.

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El ministro de Defensa de la época, Andrés Allamand, junto a Alexis.[/caption]

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El 17 de septiembre los cuatro buzos miraban la pista de aviones del aeródromo de Juan Fernández para irse de la isla porque el trabajo había terminado. De pronto apareció un Casa 212 idéntico al siniestrado. En silencio tomó cada uno su asiento. Alexis no pudo evitar reconocer cada una de las partes del avión que había visto destruidas bajo el agua. Lo conocía de memoria. Podía unir en su cabeza una parte con otra y volver a recomponerlo. Entonces imaginó los últimos minutos de las víctimas, antes de que cayera el avión. "Pensé en la situación por varios minutos. Fue muy chocante tener que devolvernos en un avión igual al que habíamos estado buscando durante 8 días", cuenta. Al llegar a Santiago, lo esperaba su esposa de hace 17 años y dos de sus tres hijos con globos en el aeropuerto del Grupo 10 de las Fuerzas Armadas. El camino a casa fue silencioso. Nadie preguntó nada.

Pasaron algunos días y Alexis se sentó a revisar una pila de diarios que Alejandra, su señora, le había guardado. Recién ahí, reconoce, pudo medir el caos que había significado el accidente. "En los casi 20 días que estuvimos allá no teníamos teléfono ni acceso a noticias. No hubo ningún contacto con el mundo y fue mejor. No teníamos la presión de verle la cara a una familia completa que esperaba un cuerpo", reconoce. También había videos. "Fue impactante. Revisaba las imágenes y no podía creer que a quienes veía ahí, subiéndose al avión, era a quienes yo había encontrado días antes bajo el agua, entre las latas", cuenta. Esa fue la primera y última vez que vio las imágenes.

A cinco años de la tragedia, está acostumbrado a que le pregunten por su hazaña. "Siempre sale el tema. Las personas quieren saber detalles. Pero entre nosotros no volvimos a hablarlo. Quedo ahí. Finalmente, participamos de una operación que fue un exitazo", confiesa. Y agrega: "Fue un trabajo súper bonito y totalmente desinteresado. Nunca quisimos salir en la tele o que nos ofrecieran alguna compensación. Nuestro objetivo era darle algo de tranquilidad a esas familias para que pudieran cerrar su ciclo. Imagínate que un mes después nos llegó una carta de los familiares de uno de los fallecidos. Nos daba las gracias por poder vivir su duelo. Si me necesitaran de nuevo, lo haría feliz", reflexiona.

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