"Caleta Tortel está en la provincia de Capitán Prat, en la región de Aysén; y es una parada de cruceros como el National Geographic y Le Boreal por estar a medio camino de los glaciares Campo de Hielo Norte y Campo de Hielo Sur. Es un lugar turístico, con pocas casas, que colapsa en los veranos por la alta demanda de turistas. Está a ocho horas en auto de Coyhaique y a tres de Lord Cochrane. Hay poca conexión en todo sentido; las llamadas telefónicas no siempre entran y el internet es inestable.

Soy santiaguina, nací en diciembre de 1993 y estudié Medicina en la Universidad Andrés Bello. ¿Por qué me vine a Aysén? Porque mi vida en Santiago me empezó a aburrir, sobre todo por los recorridos, las distancias. Tener que levantarme a las 6:00 de la mañana para poder llegar a las 8:00 a cualquier parte, era agotador. En un punto me dije no puedo seguir y cuando terminé mi carrera proyecté mi salida. Estaba decidiendo para dónde irme cuando surgió un trabajo en Aysén. Lo tomé como una señal. Lo que más quería era vivir rodeada de verde.

Acepté hacer un reemplazo de rondas en Melinka (uno hace rondas en el sistema de salud y va cubriendo la necesidad médica de la región), y luego partiría como Médico General de Zona en Villa Manihuales. Pero el domingo 15 de marzo me mandaron para acá, después de que se decretó la cuarentena total en Caleta Tortel.

Aquí se vivía una situación de alerta, ya que las y los tortelinos estuvieron expuestos al paciente británico que se bajó del crucero y dio positivo para el Covid-19. De hecho, el equipo médico de la comuna también quedó en cuarentena. Y Tortel, en un momento, se quedó sin personal de salud. Por eso se armó rápidamente un equipo para enfrentar la contingencia, entre los que me encuentro yo.

Llegamos el lunes 16 de marzo a eso de las 3 de la tarde. Nos llamó mucho la atención que hubiera tanta gente en las pasarelas, como que no había mucha consciencia de lo que estaba pasando; se seguía con el saludo con contacto físico, darse la mano, besarse y abrazarse. Notamos que no se estaban tomando las medidas de seguridad y esa fue una de las primeras cosas que le informamos a nuestra jefatura. Porque se suponía que estábamos en cuarentena, pero la gente no sabía en qué consistía. Nadie les había dicho cómo era.

En la universidad me enseñaron a tratar a pacientes, pero no cómo ser una autoridad sanitaria. Porque hay un tema de responsabilidad social cuando eres doctora, ya que la gente te escucha, sobre todo en este contexto. Antes de llegar, no sabía de liderazgo ni de gestión, y ese fue el desafío de los primeros días. Tuve que aprender mucho, y a la fuerza.

A esto se sumó lidiar con las condiciones de la zona, que se caracteriza por su poca conectividad. Para tener los protocolos, por ejemplo, tuve que descárgalos en Puerto Guadal, que fue una de las paradas que hicimos antes de llegar, porque me advirtieron que acá iba a ser más complejo. Ya en la zona, me di cuenta de que la información cambiaba todos los días, pero que no teníamos tanta comunicación con nuestros superiores, por lo que debíamos tomar decisiones como equipo.

Al principio tenía nervios, tenía miedo de no estar a la altura, no quería dar mal la información. Medía mucho las palabras que decía y tuve que ser humilde para reconocer que había cosas que no manejaba bien. Aprender que decir no lo sé y lo voy a averiguar, no significaba que la gente iba a pensar que yo mentía y que perdiera su confianza.

Es difícil para cualquier mujer joven hacerse escuchar. Siempre me enseñaron a elegir mis batallas, no ponerme a discutir con la gente que me hiciera comentarios machistas, porque fueron criados así. Acá hay una posta rural, con una sala pequeña de urgencias con todo lo que una necesita para intubar, estabilizar al paciente y poder trasladarlo a Cochrane en avioneta. Y la jefa de la posta es una mujer, entonces me apoyó en todo.

El personal de salud, en general, está compuesto mayoritariamente por mujeres, y los hombres saben relacionarse de forma respetuosa. Y aunque no ha faltado el machista, lo mejor que puedes hacer es ignorarlo y hacer tu trabajo.

En Tortel hay otras costumbres. Me advirtieron que la gente patagona puede ser tosca con quienes venimos de afuera, pero he tenido buena experiencia. La gente ha sido súper amable, todos te saludan y una tiene que saludarlos a todos también, que son cosas que uno no acostumbra a hacer en Santiago. Son otros rituales de convivencia. Creo que una parte de mí estaba buscando una vida más en comunidad y acá la encontré.

Sin duda, lo más estresante era estar en turno de llamado, y tener ese miedo de que sonara el celular y que te dijeran que había un paciente con dificultad respiratoria. En ese caso había que bajar a buscarlo, subiendo y bajando escaleras, sin conocer bien el lugar, rescatarlo y atenderlo. Uno quiere ayudar de la mejor manera posible, aun cuando sabemos que las condiciones son difíciles y que no hay más control médico que el que podemos dar.

Medicamente hablando, uno siempre sigue aprendiendo. Si tenía que intubar, iba a poder, y si había algo que no supiera hacer, no tengo problema en pedir ayuda y orientación. Afortunadamente, no tuvimos que enfrentarnos a más contagiados, y hasta ahora en Tortel no hay más casos de Covid-19.

A nosotros nos dieron una lista de las 13 personas que estuvieron en la ceremonia de bienvenida del crucero, y fuimos a revisarlos a sus domicilios, porque la posta quedó como una zona de seguridad. Vimos que esas personas no presentaban síntomas; se le tomaron exámenes a un par, pero dieron negativo. Ese día fue un respiro para toda la comunidad. También visitamos a los 89 turistas que quedaron varados, contestamos sus preguntas, les enseñamos el protocolo sanitario. Creo que gracias a eso la gente tomó conciencia, porque se les educó, con seriedad, y tratando de mantener la calma.

Aun así, pienso que hubo muchos problemas a nivel de comunicación, porque no se bajaba bien la información. Acá, por ejemplo, la gente supo de la cuarentena total a través de la televisión, y lo mismo cuando la levantaron. Eso no puede pasar, porque hay un tema de logística y nosotros como profesionales tenemos que prepararnos. Cuando se levantaron las barreras sanitarias, mucha gente quiso salir rápidamente, sobre todo los que se quedaron varados. Pero ahí comprobé que habíamos hecho bien nuestro trabajo, porque levantamos una red de comunicación a nivel local que se respetó: los turistas no podían salir sin hacerse antes un chequeo médico, sin que el personal de salud les revisara los signos vitales. Y así lo hicieron.

Pese a las dificultades, el paisaje ha ayudado mucho. Trabajar entre glaciares ha sido maravilloso. A donde mires hay naturaleza. Quizás me estoy adelantando, pero siento que pertenezco a este lugar. A veces, durante los traslados, yendo de una posta a otra, siento que es un sueño y no quiero despertar. Me alegra haberme venido a Aysén. Mi familia tenía pena cuando me vine, porque todo fue muy rápido. Me extrañan, y yo también a ellos, pero es parte de la vida. Extraño a mi perro y a mi pareja. No extraño tener mis cosas, creo que me gusta la vida de gitana. Por ahora arriendo una cabaña. Tengo una cama, una tele, y con eso estoy bien.

No sé hasta cuándo me quedaré en Tortel, va a depender de cómo se vaya dando todo. El personal de salud está haciendo turno dos semanas y luego tienen un descanso dos semanas. Por la contingencia ofrecí quedarme aquí otra semana, trabajando desde la casa, atenta a cualquier eventualidad.

Ahora que se levantó la cuarentena total, la gente de Tortel está más tranquila. Fue una experiencia estresante, pero enriquecedora. Siento que en otras localidades están más asustadas, pero acá ya pasamos por una crisis y aprendimos cómo reaccionar ante una eventualidad así. Yo también estoy más tranquila y creo que esta experiencia va a marcar mi vida profesional. Tuve que aprender a ser una líder, a vincularme con autoridades, coordinar el trabajo con Bomberos, con Carabineros, con una comunidad nueva para mí. No le quiero bajar el perfil a la pandemia, pero ya contamos con protocolos y herramientas. Aprendí que mi trabajo tiene que basarse en eso. Queda harto todavía, pero de que lo vamos a superar, lo vamos a superar. Tengo fe.

Daniela Tapia tiene 26 años y es médico general.