Hace unos días la calle Catedral en Valparaíso vio nacer un nuevo mural de arte callejero, su nombre es Día 1, y su autora, la cantante Mon Laferte. En él plasmó a una mujer rodeada de tres emociones en forma de monstruos, aludiendo a las sensaciones del primer día de regla de cada mes: cansancio, caída al vacío y uno más pequeño representando la esperanza. Es una de las pocas visibilizaciones públicas y gratuitas sobre este tema, pensando que durante la última década, todavía se han publicado titulares que describen el periodo premenstrual en su etapa más difícil como “el trastorno que puede hacer enloquecer a las mujeres una vez al mes”.

Pero el hecho de que, según la edición 2021 del manual de Diagnóstico y Tratamiento Actual de la Universidad de California, el 40% de las mujeres entre 25 y 40 años puedan sentir emociones exacerbadas en este periodo, no significa que hayan perdido la cabeza. Javiera Olivera (36) por un momento llegó a pensar lo contrario, porque durante 14 años estuvo lidiando con dolores emocionales y físicos antes de que le llegara la regla, sin entender muy bien por qué. “No podía ni empuñar las manos para quitar las sábanas en la mañana. Llegaba atrasada al trabajo, donde era catalogada como la ‘del mal humor’, la ‘floja’ y la ‘irritable’. Luego creían que mentía cuando explicaba que lo que me pasaba se debía a los síntomas premenstruales. No tenía ningún tipo de certificado médico para justificar mi malestar y, cuando fui a pedirlo, me dijeron que no pidiera licencias porque sí. Eso provocó que yo misma me empezara a cuestionar hasta qué punto el dolor era real”, cuenta.

La psiquiatra y psicoterapeuta del Centro Ser Mujer, Magdalena Sanfuentes, explica que esos desajustes tienen el nombre de “Síndrome premenstrual”, “que es un cambio cíclico de las emociones durante al menos tres periodos seguidos de la regla y que en su variante más grave se llama Trastorno Disfórico Premenstrual”, uno que está determinado como patología psiquiátrica en el manual oficial DSM-V y que afecta, según ellos, hasta al 5.8% de las mujeres menstruantes.

Lo que las especialistas explican, es que no hay razón para encasillar como “patológica” a una mujer que está pasando por los síntomas del ciclo premenstrual, como muchas veces ha pasado. La enfermera y antropóloga de la organización Médicos del Mundo y profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Maje Girona, opina que “ni siquiera debiese estar en el manual de trastornos psiquiátricos. ¿Por qué el ciclo menstrual natural sí y las otras exacerbaciones emocionales temporales de la gente no? Si encasillas a la mujer como enferma y luego la tratas como tal, la invalidas y no le estás dando el espacio que necesita para comprender lo que necesita”, dice.

Si lo miramos desde la ciencia, Magdalena Sanfuentes explica que de hecho, “en términos de neurobiología y química hormonal no se han encontrado diferencias entre las mujeres que tienen el síndrome y las que no. Lo que sí sabemos es que a mayor estrés es más probable tener el síndrome, pero no así viceversa”. Así cuenta Javiera que le pasó desde los 22 años, yendo a doctores que la derivaban constantemente a psiquiatras sin darle una razón exacta del origen de sus desequilibrios corporales y emocionales en la premenstruación.

“Nadie me dijo a ciencia cierta qué tenía. Llegué dos o tres veces al hospital por los dolores y pasé de ser tildada de hipocondríaca, hasta expulsada del lugar por no tener necesidades urgentes. Empecé a creer que lo mío solo era mental, así que acepté que me atendieran psiquiatras que los médicos me recomendaban, pero no dejaba de incomodarme que todos los remedios que me daban, no me hacían ningún efecto, sino que empeoraban mi ánimo. Un día por fin una enfermera me dio una pista”, relata Javiera. “Podía ser un Trastorno Disfórico Premenstrual, pero no causado por mi mente si es que los remedios no hacían efecto. Me hicieron los estudios y efectivamente, desde la adolescencia se me habían juntado condiciones como hipertensión, resistencia a la insulina y artritis, todas relacionadas con los desajustes hormonales que se exacerbaban con los estrógenos”.

La invalidación de lo que le pasa a los cuerpos y mentes en este ciclo natural de la vida de las mujeres, se hace más grave si es desde la medicina, según explica Maje Girona. “Lo que ha pasado con el síndrome premenstrual y los trastornos disfóricos es que han tomado un popurrí de sintomatología para encasillarlos en una enfermedad sin estudios acabados”, dice. “Eso no significa que hayan mujeres que por sus condiciones de vida tengan dificultades importantes de tratar, pero cuando se desvía el foco hacia otras enfermedades y a la hípermedicalización, lo que estamos haciendo es ignorar que no ha habido estudios enfocados principalmente en este ciclo natural”.

Francisca Gálvez, antropóloga social de la Universidad de Chile y terapeuta holística especializada en mujeres, estudió la experiencia corporal individual de mujeres chilenas y cómo ésta se relaciona con la cultura. Explica que “en un mundo donde la emocionalidad no es un argumento, tratamos de sobrellevar la norma social para poder ser exitosas laboralmente y encajar, pero en eso nos masculinizamos y dejamos atrás la importancia de nuestro ciclo, que es emocional, es menstrual y es periódico. Así, nos ‘autoinvalidamos’, tratando de taparlo siempre con pastillas o incluso drogas, solo porque no visualizamos que es un momento para analizar y conectarnos con las emociones”.

Nada de esto es una locura

Jeannette Ayala (30) empezó a sentir síntomas de exacerbación emocional y dolores que empezaban 10 días antes de su periodo desde hace dos años, que se notaban principalmente en su relación con los demás. “Cada vez que llegaba esa época, era pelea segura conmigo, y yo no entendía por qué. Mi pareja de ese entonces, me decía que yo estaba ‘loca’ porque discutía por problemas que se asumían superados hace tiempo. Yo sentía que quería dialogar, pero eso quedaba invalidado siempre que abría la boca para expresar algo que me molestaba. Me llegaban frases como: ‘Ya te va a llegar la regla’, ‘ya vas a transformarte en la tóxica’ y lo peor fue cuando me dijo: ‘A mi mamá le llega la regla, a mi hermana le llega también y ellas no son como tú’”.

“Eso solo me hacía hundirme más”, cuenta Jeannette. Me dolía en el alma saber que no podía hacer nada por no saber qué era lo que estaba viviendo mi cuerpo y solo me quedé con la idea de que yo era la del problema mental”. Para Magdalena Sanfuentes, “que existan los diagnósticos patologizantes de este periodo habla de la cultura en la que estamos. El hecho de estar ciclando manda una especie de mensaje que dice que una vez al mes no tienen que hablarnos, pero todo lo contrario: esa sensibilidad es buena, es una lupa para mirar nuestras emociones, no una locura transitoria”.

Es lo que se llama el efecto “lupa”, según la especialista, uno que puede permitirnos aprovechar esta época para conocernos, en vez de sentirnos inadaptadas. Francisca Gálvez lo cuenta desde su experiencia con terapias holísticas, considerando que para todo esa etapa del ciclo menstrual “hay que darse permiso de sentir, de tener cambios radicales de humor y validar la experiencia de la irritabilidad, para luego encontrar la contención que nos ayudará a sentirnos mejor. Cuando la realidad que nos invalida por sentir es cuestionada, las mujeres pueden encontrar un enriquecimiento en su ciclo menstrual que incluso llega a empoderar, entendiendo que no era culpa de ellas, sino de cómo la cultura lo tildaba”.

Jeannette lo encontró en la terapia psicológica y en la canalización de sus emociones, “no porque lo retraiga o bloquee, sino porque me doy el tiempo de sentirlas, llorarlas y en un punto, entender que voy a dejar de hacerlo. Ahí me empiezo a preparar para seguir adelante con cosas que a mí me gustan. Escucho música, me miro al espejo y dedico esos momentos para subir mi autoestima en soledad”.

Y si validáramos desde antes el sentir natural que se da en este ciclo para las mujeres, sería más fácil para todas poder tomarse esos espacios de descanso y autoconocimiento. A principios de mes se propuso en la Cámara de Diputados que las mujeres en etapa escolar pudiesen tomarse una licencia una vez al mes para vivir su periodo menstrual con menos presiones. Para Maje Girona, “es un gran avance, porque hay formas de vivir la menstruación sin patologizarla. Pero por eso mismo, creo que se necesitan permisos aceptados culturalmente en el día a día, no licencias médicas exclusivas que sigan catalogando la menstruación como una enfermedad”.

Javiera Olivera cuenta que en su época más compleja, ya había escuchado una propuesta así de una candidata a un cargo político, pero que en su círculo “lo encontraron una excusa para que las mujeres flojearan, invalidando también la política de este asunto”. Es crucial que no se de el efecto inverso con estas implementaciones públicas, por eso Magdalena Sanfuentes agrega que hay que trabajar el tema de raíz. “Cuando tienes un entorno que está en su mayoría a contra corriente, se puede generar un efecto negativo y que se pase a mirar como un objeto de envidia o de apuntamiento hacia las mujeres. Por eso las medidas deben estar acompañadas de la reflexión, para que logren ser hitos que realmente cambien la forma de vivir de las mujeres”.