Mi nombre es Clara, tengo 35 años. Desde hace dos años y medio estoy intentando ser mamá. Nunca pensé que caería dentro de este selecto grupo de una de cada seis mujeres que no puede o tiene dificultades para concebir, dato que por cierto jamás supe hasta que me enteré de mis problemas al querer embarazarme. ¿Por qué me pasó si soy una mujer sana, deportista y feliz? Este ha sido un viaje largo y lleno de montañas rusas, cuyos sentimientos oscilan entre la angustia, la pena, la ira, la impotencia y, de vez en cuando, paz.
Por qué no pueden, cuál es su problema, son algunas de las preguntas que me hacen todos los días. Mi respuesta siempre es la misma: me encantaría saberlo. O quizá no. Hasta el momento, y luego de años de diferentes tipos de exámenes y diferentes diagnósticos, sólo sabemos que es por causas desconocidas. Y en realidad no sé qué es peor; si saber la causa y por ende poder tratarla, o no saber qué es lo que está pasando y tener la esperanza de que algún día resultará.
Después de muchos tratamientos en diferentes clínicas y con distintos doctores, finalmente nos hablaron de la técnica de fertilización In vitro (FIV). No podía creer que este viaje, uno mucho más largo de lo que alguna vez planeé, había llegado hasta acá. Ya habían pasado dos años de mi ilusión de quedar embarazada, tiempo en el que veía a las guatitas de todas mis amigas, familiares y colegas crecer y crecer mientras yo seguía aquí, estancada.
El proceso de la FIV consta de tres etapas. La primera es la estimulación de los ovarios mediante múltiples inyecciones para poder obtener la mayor cantidad de folículos (en un ciclo normal de la mujer solo crece uno), y por ende contar con la mayor cantidad de óvulos para fertilizar. La segunda es fertilizar los óvulos obtenidos con los espermatozoides de mi marido y esperar a ver cuántos llegan al día 5 (etapa en que se podrían transferir). Y la última, la de la transferencia del embrión al útero. Al dolor físico de las tantas inyecciones diarias, de las constantes visitas al doctor, de la inmensidad de exámenes y diagnósticos, se le añade el dolor psicológico. No sabes si la tensión mamaria que sientes es un signo de embarazo o un efecto secundario de la medicación. Si ves una pequeña mancha de sangre en tu ropa interior, tienes la duda si es un embrión tratando de implantarse o simplemente tu regla, que está a punto de comenzar.
Después de mi primera in Vitro, los síntomas fueron certeros; el tratamiento había resultado. No lo podíamos creer, estaba embarazada. No recuerdo la última vez que lloré tanto de felicidad. Pero duró poco, ya que a las ocho semanas perdí al embrión.
Realmente sentí que no podría salir adelante, entré en una profunda depresión. Quienes me rodeaban, con buenas intenciones, me llenaron de frases como "es que tienes que relajarte", "paciencia", "no pienses en el tema y resultará", "ándate de viaje y descansa, porque de seguro esto es por tu estrés". La mayoría piensa que son razones psicológicas y no entienden que hay razones físicas o fisiológicas que están impidiendo el embarazo. Que no es solo nuestra "locura" por querer ser madres. Y es comprensible que las personas piensen así, no los culpo, porque no saben lo que es vivir esto. Los entiendo. Si yo no hubiese tenido que enfrentarme a este problema, tampoco lo habría sabido.
La infertilidad sigue siendo un tema relativamente tabú en Chile; pocos o pocas hablan de ello, por lo que las que estamos pasando por esto nos sentimos muy solas e incomprendidas. El problema más grande de todos es que mientras estás tratando de arreglártelas con esta confusión emocional, puede que te inviten a un baby shower, o a un bautizo, te enteres de que tu mejor amiga quedó embarazada al primer intento o que aquella compañera de trabajo que no quería embarazarse, también espera una guagua. Y empiezas a sentir envidia, e incluso rabia, hacia personas que quieres. ¿Cómo se maneja eso? Este ítem importante parece que no venía en los instructivos del tratamiento.
Tu vida completa se transforma en esto. Tienes que abandonar casi todo: el deporte, las salidas, el viaje que tanto habías esperado. Porque ya no puedes programarte para nada. También influye mucho en el trabajo. Soy dentista, una profesión que no solo te exige estar físicamente presente, sino que también estar preparada psicológicamente para aquel que te tiene miedo, para el que no quiere estar ahí, para el que te quiere contar sus problemas, para el que simplemente quiere que lo escuches. A veces siento que ya no tengo esas herramientas para lidiar con ellos, no me siento fuerte. Antes podía sonreírles, decirles que todo estaría bien, pero ahora no tengo la capacidad ni siquiera de fingir. Es difícil hacer como que nada está pasando mientras mi mente y cuerpo sienten que algo pasa, que no estoy al 100%, que no sé si podré seguir levantándome porque estoy cansada.
La pareja es algo que también se pospone. Es muy difícil hacer como que nada está pasando, tener relaciones premeditadas, que ya no exista romanticismo, y enfrentarse a las casi nulas veces que se hace el amor sin pensar en lo que está pasando. Tener sexo se convierte en una mera tarea. No hay forma de que no se generen discusiones. En mi caso, comencé a cuestionarme todo: ¿y si no vine a ser madre? ¿Y si no estoy preparada aún? ¿Y si mi pareja no es el amor de mi vida? Son miles de interrogantes las que han aparecido en este proceso, muchas que de seguro no existirían si no estuviéramos pasando por todo esto.
El cuerpo cambia. Luego de tantas intervenciones y medicamentos engordamos, estamos con las hormonas por las nubes, cambios de ánimo. Te sientes completamente imperfecta y sientes pena porque no has podido estar ni en una ni en la otra, más aún cuando te dicen que nuevamente el tratamiento fracasó. Porque hace poco me confirmaron que mi segunda in Vitro tampoco funcionó. ¿De dónde saco las fuerzas para continuar?
De repente este sueño hermoso se ha transformado en un desafío, una tarea, en una competencia. Siento que esta carrera ha sido la más difícil. ¿Si siento frustración? Ni se lo imaginan. Para mí siempre fue simple: si me preparaba bien sabía que podía hacer lo que me proponía. Una ecuación bastante fácil que implicaba trabajo y voluntad, pero que esta vez no funciona.
Comparo mi historia con una de las tantas carreras deportivas a las que solía inscribirme, pero la diferencia es que en esta carrera me ganaron todas; unas que ni entrenaron, otras que ni querían competir, otras que se inscribieron el día anterior. Y yo, que entrené como nunca, que pagué mi inscripción con casi seis meses de anticipación, que ya había hecho hasta el espacio en mi medallero, perdí. Por lo mismo me pregunto ¿no será que esto no es una competencia? Me frustro porque otras siguen ganando, me frustro por las que podrían ganar antes que yo, me frustro porque cada día es un día más perdido y en ese recorrido me lleno de ansiedades y miedos. ¿Me hace eso bien? Pues está claro cuál es esa respuesta.
Pareciera que aún no quiero asumir que tengo un problema, una enfermedad: la infertilidad. Y así como cualquier enfermedad, tengo que aprender a manejarla, a quererla. Aprender a simpatizar con ella, a llevarla conmigo de la mejor manera, asumir que a mí me tocó y soltar tanto sufrimiento. Soltar. Soltar que todo tiene que ser para ayer, soltar que todo tiene que ser en el tiempo que yo quiero, soltar el "por qué todas menos yo".
A pesar de lo difícil, siento que la lucha no ha sido en vano. Todo esto me ha servido para manejar mis frustraciones, para entender que no todo es cuando uno planea, para darme cuenta que la vida no es una carrera y que sí se puede salir adelante. Aprender a vivir el día a día con la mejor versión de uno y agradecer todos los días el apoyo incondicional de mi marido, de mi familia y de Dios, que son los que me han dado las fuerzas para seguir luchando por mi sueño de ser madre. Si finalmente lo logro, seré más fuerte y valoraré ese regalo como el más grande que me ha dado la vida. Hoy día tengo varios millones menos en mi bolsillo y varios kilos de más, pero he ganado sabiduría, paciencia y mucha experiencia. Porque con esto aprendí que no he llegado tarde ni tampoco temprano, sino que estoy donde definitivamente tengo que estar.
Clara tiene 35 años y es dentista.