Cuando propuse reflexionar sobre la cultura de la cancelación, sentí miedo. Miedo por cómo se podrían interpretar mis palabras y ansiedad, por querer plasmar en unos pocos caracteres mi punto de vista (aún no del todo resuelto) sobre la cancelación.
En 2020, HBO retiró de su plataforma, la película Lo que el viento se llevó (1939) por presentar una mirada idealizada de la esclavitud y que perpetúa estereotipos racistas. Es decir, 81 años después de su estreno, fue cancelada.
La cultura de la cancelación es un fenómeno (que no es tan nuevo, pero sí su nombre) en el que la sociedad se organiza para dejar fuera del espacio público a personas, boicotear sus trabajos o suprimir sus ideas u obras por haber dicho o hecho algo incorrecto, fuera de lo socialmente aceptado. Y este punto, para mí, es fundamental: lo socialmente aceptado que va variando según la cultura, pero también la época.
Cancelar también es dejar de consumir productos que una persona genera por incompatibilidad ideológica o porque hizo algo que me genera rechazo. Es parte de nuestra libertad de consumo.
Por lo tanto, la cancelación podría ser interpretada como una censura informal, dado que muchas veces no existe una sanción legal frente a hechos reprochables o derechamente graves.
Los motivos para cancelar pueden ir desde situaciones como violencia o abusos, a situaciones más nimias, como el caso de un empleado que se detuvo en una luz roja arriba de la camioneta de su empresa, sacó su mano por la ventana y jugueteó con sus dedos. Ese jugueteo fue fotografiado por un automovilista que subió el video, pues interpretó que estaba haciendo un gesto que aludía a un símbolo usado por supremacistas blancos. ¿Resultado? Se hizo viral y el empleado fue despedido sin derecho a réplica. ¿Contexto? Una semana antes habían asesinado a George Floyd.
Un ejemplo que parece más inocuo es el de Meg Ryan, quien después de haber interpretado por una década a una mujer fiel y perfecta, fue cancelada porque fue infiel en su vida real. Fin de su carrera.
Y así, podría enumerar, cientos de ejemplos.
En nuestra cultura se hace cada vez más frecuente que no me guste la opinión de otro, sobre todo cuando la considero contraria a la mía. Caemos redonditos frente a los algoritmos que nos hacen creer que todas las personas piensan como uno.
A mis ojos, estamos asistiendo al declive del pensamiento crítico, pues las formas en que estamos consumiendo información y cómo estamos produciendo pensamiento apuntan a la velocidad y no a la profundidad. Leemos un titular, no vamos a la noticia, sin embargo, construimos una idea de ese titular y creamos la ilusión de estar informados. Nos enfurecemos, nos ofendemos, posteamos algo para descargar nuestra ira y pasamos al siguiente tema.
La cancelación nos otorga una sensación de justicia que no llega de otra forma.
En esa rapidez de la información tendemos a establecer conversaciones más superficiales, sin embargo, nos sentimos interpelados a pronunciarnos: opinar. Y es ahí donde caemos en una trampa, pues si no opinas, tu silencio es castigado y puedes ser tildado de tibio. Y la tibieza también se cancela. Es un perder o perder.
No hay tiempo para detenerse a reflexionar o cambiar de opinión: tienes que “casarte” con una idea.
La consecuencia es que nos da miedo decir, pues siempre hay alguien que va a pensar distinto de ti y hemos perdido también nuestra capacidad de argumentar.
La cancelación nos otorga una sensación de justicia que no llega de otra forma. La hemos utilizado como método que indica que tenemos que ser intolerantes con algunas cosas si queremos vivir en un mundo de tolerancia.
Las reflexiones en torno a la cultura de la cancelación han generado debates entre quienes denuncian que amenazan la libre expresión y otros que consideran que es un forma de justicia.
Por último me pregunto, ¿es posible separar la obra del autor? ¿Cancelamos a Nabokov por escribir Lolita? ¿No veremos más “Lo que el viento se llevó” por racista? ¿Le quitamos el nobel a Neruda por cómo se comportó como padre? ¿Dejamos de sobrecogernos con el Guernica porque Picasso maltrató a sus compañeras, amantes y esposas?
No lo tengo resuelto, aún soy tibia respecto de qué pensar sobre la cultura de la cancelación.
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.