Paula 1220. Sábado 25 de febrero de 2017.
La suya es una historia de emprendimiento cultural con un destino inimaginado. A los 20 años estudiaba Sociología en la Universidad Católica cuando junto con sus compañeros Sylvia Dümmer e Ignacio Arnold fundaron Plagio, una revista de arte y poesía que financiaban con fondos universitarios. Con el afán de buscar auspicio llegaron a MetroArte, donde recibieron un "no" que abrió otras posibilidades. "Nos dijeron que la revista era muy de nicho, pero nos sugirieron plantear un proyecto que se pudiera desplegar en los espacios del Metro. Así se nos ocurrió esta instancia para reflexionar creativamente sobre el espacio en que vivimos", cuenta Carmen García (37) sobre el origen de Santiago en 100 Palabras, concurso de cuentos breves organizado por Fundación Plagio, Metro de Santiago y Minera Escondida BHP Billiton, y que ya tiene 16 años –y que recibe unos 40 mil textos en cada versión–. El proyecto se ha extendido a Magallanes, Antofagasta, Iquique, Concepción y Valparaíso y el interés ha traspasado la frontera: en México se realiza Puebla en 100 Palabras y, en Hungría, Budapest en 100 Palabras. En noviembre ganó la categoría cultura del Premio Nacional de Innovación Avonni.
Las palabras no le son ajenas. Mucho antes de convertirse en la actual directora ejecutiva de la Fundación Plagio, Carmen ya escribía poesía. Tiene tres libros publicados, el último, Máquina para hablar con los muertos (2016), es un poemario cuya protagonista es una mujer que transita entre una isla y una ciudad hostil. Por estos días, escribe su primera novela. "La escritura es sanación", dice.
¿Cuál ha sido la mayor contribución de Santiago en 100 Palabras?
La ciudad no solo la construyen sus calles y edificios, sino las percepciones de sus habitantes. En cada cuento se construye memoria histórica desde la ciudadanía, desde la acera. En 200 años más los historiadores van a leer la documentación oficial, como los diarios, para saber sobre lo que estaba pasando en Santiago en 2017. Pero también van a leer estos cuentos y ahí van a descubrir el verdadero discurso local de la gente, su cotidiano, que es tan variado como los tacos, los perros vagos y el aborto.
El concurso se adelantó a Twitter, al invitar a escribir breve.
El pie forzado era el soporte donde se iban a mostrar los cuentos: gigantografías en las estaciones del Metro. Tenía que ser acotado para que la gente alcanzara a leerlo durante su tránsito. 100 palabras es un párrafo, es breve y comunicable.
Esta instancia, ¿ayuda a democratizar la creatividad?
Definitivamente. La creatividad siempre ha estado ligada a una elite intelectual o social y, por lo general, la gente no se da permiso para ser creativa. Lo que hacemos es extender una invitación para que todas las personas exploren su creatividad. Es una forma de empoderamiento porque, cuando te conectas con tu creatividad, hay algo que florece dentro de ti; una dimensión humana que la vida contemporánea niega al priorizar otros aspectos exitistas.
<strong>"Si presentas un enorme libro de Goethe, obvio que es fome. En cambio, si lees a un autor igual que tú, que es de tu edad, que vive en tu comuna y que habla de algo similar a lo que vives tú todos los días y en un formato breve, por supuesto que genera más proximidad e interés y se incentiva la lectura".</strong>
Como socióloga, ¿qué se refleja de Chile en los cuentos?
A través de los cuentos vas entendiendo la diversidad cultural y las distintas identidades que coexisten en un mismo territorio. Magallanes, por ejemplo, no dialoga con Antofagasta. Esto nos ha permitido hacer un mapa del imaginario de Chile, con muchas externalidades positivas como la identidad, memoria histórica, patrimonio, participación ciudadana y fomento lectoescritor.
Pero Chile es un país con bajos índices de lectura.
Cada año editamos un librito con los cuentos y lo repartimos gratuitamente y es todo un best seller. Hemos demostrado que si uno plantea la lectoescritura desde un lugar más cercano, generas un vínculo emocional con la gente porque se siente apelada. O sea, si presentas un enorme libro de Goethe, obvio que es fome. En cambio, si lees a un autor igual que tú, que es de tu edad, que vive en tu comuna y que habla de algo similar a lo que vives tú todos los días y en un formato breve, por supuesto que genera más proximidad e interés y se incentiva la lectura.
Como santiaguina, ¿qué reflexionas sobre esta ciudad?
Santiago es complejo, le cuesta integrarse. Le da la espalda a su río y creo que las ciudades que los integran a su vida son más sanas. También creo que a los santiaguinos les cuesta la vida pública, no nos apropiamos de los espacios públicos.