Paula 1146. Sábado 26 de abril de 2014.
Al fracaso hasta lo quiero. En el Agua –mi primer restorán– era el mejor amigo de todos, el niño mimado, el ejemplo a seguir; pero en realidad era un personaje arrogante, a ratos mal educado. En cambio, con el restorán C, se dio vuelta la tortilla y conocí la antítesis: el fracaso máximo, la soledad. Se acabaron los amigos, se acabó la plata, se acabó la fama, se acabó la luz.
La cocina es un espejo. Hubo un periodo, en 2010, en los últimos días de mi restorán C y principios de la sanguchería Maldito Chef, que no podía cocinar. Agarraba algo y me cortaba o se me quemaba. La cocina no quería nada conmigo; estábamos peleados. La cocina me ha dado todo lo que soy, pero en ese minuto me quitó todo lo que tenía. Ahora nos hemos reencontrado.
No supe priorizar. En parte a eso se debió mi fracaso matrimonial anterior: no saber hasta cuándo, hasta dónde y eso lo aprendí luego de separarme. El matrimonio es una elección diaria. Claramente no es para siempre. Uno tiene que hacerlo para siempre. Si te despiertas y dices "buenos días, mi amor" o si te quedas callado y te vas, es una decisión y eso afecta. Gran parte de mi tranquilidad y cordura de hoy, me la da mi actual mujer. Esta relación fue la que me sacó adelante. Nos conocimos en nuestro peor momento. Ella venía llegando con sus hijos a Chile después de enviudar, y yo estaba saliendo de la mega hecatombe, que me llevó, incluso, a la parálisis total de mi cuerpo y me dejó por diez días en la clínica.
Me cuesta el amor. Me ha costado dar, expresar y enfrentar el amor. Mis papás se separaron cuando yo era chico, fui hasta grande prácticamente único hijo y me fui a vivir solo de joven a Estados Unidos. He sido por mucho tiempo una persona solitaria. Y lo seguí siendo hasta que me volví a casar y formé la familia achoclonada que tengo ahora y siempre soñé: tengo cuatro hijos; una de mi primer matrimonio, dos que aportó mi señora, y el más chico que nació de esta unión.
Ellos lograron unir esos cables pelados, que antes hacían contacto solo a veces. Franco (11) es de una dulzura inmensa; aun cuando lo reto, él me mira y me abraza. La Augusta (9) me entrega el amor desde el cuidado. Siempre me pregunta: "¿te llevaste un chaleco?", "¿comiste?", "¿a qué hora vas a llegar?". La Ema (6) es muy parecida a mí, es más calculadora, pero cuando me dice "te quiero", lo hace desde el alma. Y Facundo (2) trastoca todos mis parámetros. Me estoy vistiendo para ir a trabajar y dice: "papá, tú aquí". ¿Qué le voy a decir? ¿Que tengo una reunión súper importante? Frente a eso, hoy suspendo lo que tengo y me quedo.
Ahora tengo más miedo. A los 20 años y parte de los 30 encontraba en el miedo una sensación rica. Para un nuevo proyecto me tiraba a la piscina y me daba lo mismo que estuviera vacía. Hoy voy, miro y calculo qué profundidad tiene. Creo que este cambio tiene que ver con enfrentarse a las pérdidas: haber sentido que fallé en mi matrimonio y en el restorán C; nunca me dieron los permisos municipales y, después de tres años abierto, no pudo seguir funcionando. Tuve que cerrar y perdí toda la inversión; me quedé sin un peso. Nadie le tiene miedo a ganar. Pero perder sí da miedo.
Para partir de nuevo tuve que deshacerme de todo lo que no me servía. Hice un análisis de lo bueno, lo malo y lo feo. Pasé por un proceso de terapia potente, de cuatro años. Estaba muy débil emocionalmente y me rediseñaron. Me dieron vuelta la cabeza y me sacaron todo para ponerlo de nuevo en otro lugar. Reubiqué en mi mente qué significaban la familia, el odio, la rabia, la alegría. De todo esto saqué lecciones y volví a comenzar, trabajando primero en armar caja rápido: me puse a dar clases de cocina y retomé la televisión. Parece que las segundas oportunidades son mejores que las primeras porque emprendes con el aprendizaje que te dan los errores.
Son pocos los chefs a los que les apasiona su trabajo. Mi relación cada día es más lejana con ese tipo de persona que pasa por la vida haciendo lo que le tocó. No conozco a ningún futbolista que esté jugando en algún equipo porque no le quedó otra. Pero conozco a millones de chefs que son cocineros porque llegan a cierta edad y dicen "ya estoy en esto". No los mueven los mismos drivers que a mí en la cocina: esto te tiene que volar la cabeza. La cocina es pasión.
La felicidad es una búsqueda. Percibo la felicidad en cosas súper sencillas. Me hace feliz la risa de mis hijos, mi mujer, que el restorán esté lleno o cuando comí como cerdo toda la semana y me subo a la pesa y no subí un kilo. La felicidad son cositas día a día y tienes que buscarla. Hoy la felicidad la siento más compartida. Soy más feliz con cosas ajenas que propias. El porrazo que me pegué me hizo entender que eso es felicidad, no el auto o la casa.