Paula 1198, Especial Madres. Sábado 23 de abril de 2016.

Mamá:

Conectarme con mis sentimientos hacia ti me conduce, una vez más, a ese plácido universo de recuerdos que experimento como prolongación inmaterial de la placenta; un mar inmenso en el que nadé libre por nueves meses en tu vientre. Nunca te lo he dicho. Se me regaló esta conciencia una mañana en la universidad, al entrar en contacto con la tibieza del agua de la piscina donde hacía deporte. Desde entonces asocié la feliz sensación de flotar y bucear en el agua con mi experiencia de tu embarazo.

A todo esto, nunca te he preguntado y tampoco me has dicho ¿si lo pasaste bien conmigo durante ese tiempo? o ¿si llegué en un buen momento para ti y la familia?... En cualquier caso, tú sabes cuánto me gusta vivir y hacer vivir, así que para mí la cosa está clara: desde ese día en la piscina descubrí que "placer" y "placenta" tienen mucho que ver conmigo… y contigo.

Me reconozco tu hijo desde mucho antes de venir al mundo, porque tu historia calza con la mía ¡Siendo tan distintos!

Mis recuerdos contigo son respetuosos. Llegan oportunamente para revelar la fuente ancestral de donde brota ese rasgo tan profundo en mí, aquel punto de vista, ese criterio dirimente, el sentido de la vida, la comprensión de Dios...

Sé, aunque evitas reflejármelo, que a veces te cuesta entender mis opciones sacerdotales "de avanzada". Me gustaría decirte que intentan responder, con imperfecciones, al llamado de hacer llegar el abrazo del Padre simplemente a todos. También me gustaría que supieras cómo me gusta ser testigo de tu tránsito desde la preocupación hasta la complicidad, cuando me escuchas hablar y te das cuenta, de que lo que ha llegado a tu oído para perturbar tu paz, viene simplemente de la vieja y superficial costumbre de hablar con ligereza de los otros.

Cuando te cueste comprenderme y sufras por eso, te ofrezco el consuelo de mis recuerdos. Allí he encontrado muchas respuestas, quizás también tú.

"¿Te acuerdas de esa despedida familiar a fines de marzo de 1992 en el aeropuerto de Santiago? Todavía no terminábamos de celebrar los votos de Polo como hermano jesuita, cuando ya estábamos en el aeropuerto para despedirte. Partías a Colombia para iniciar tu noviciado en Medellín; a las tres horas partió Polo a su destino como médico jesuita al lejano Goundi. En tierra quedamos Ricardo y yo".

¿Te acuerdas de aquel episodio de recién casados, cuando le "robaste" el sueldo al papá para regalarle la moto que necesitaba para desplazarse a su escuela? ¿Te acuerdas de tus andanzas sola a caballo por los bosques precordilleranos de Collipulli, visitando pacientes con tuberculosis para administrarles, como voluntaria, el riguroso tratamiento con estreptomicina inyectable? ¿Te acuerdas cuántos compañeros de curso vivieron con nosotros como hermanos para que pudieran estudiar? ¿Te acuerdas cuando, por consentir mi curiosidad, me acompañaste meticulosamente a desarmar pieza por pieza el único televisor del que disponíamos, sabiendo que no volveríamos a ver tele y que la magia de jugar valía más que la obsesión por cuidar las cosas? ¿Te acuerdas cuando partíamos los cinco, cada uno con un canasto, a "comprarnos un cerezo" en el camino? Sí, un árbol de cerezas maduras, con derecho a treparlo y comerse todas las que quisiéramos arriba de sus ramas y de vuelta traernos todas las que podíamos a la casa. ¿Te acuerdas cuando, debido a mi característica escolar de "niño problema", me decías todos los lunes antes de salir a justificarme "vamos de nuevo a poner la cara de tonta", con más resignación humorística que "pica" conmigo?

Pronto nos hiciste comprender que éramos hijos tuyos, pero no para ti. Reconozco que esto en sus momentos ha escocido, sobre todo cuando miro para atrás y no hay nido, porque no hemos parado de volar.

¿Te acuerdas de aquella sobremesa de almuerzo? cuando a Ricardo, Polo y a mí nos dijeron: "Los hijos son de Dios y a nosotros nos los prestan un ratito no más"… "Ustedes harán su vida lejos de nosotros cómo y dónde Dios quiera", decías mamá. "No faltará un hogar de ancianos donde nos reciban para seguir pololeando felices", decía papá. "Y si tú te mueres me hago monja, me gustaría cuidar viejos abandonados", dijiste mamá. Desde ahora, a mis casi 50 años, fijo entonces el primero de muchos partos que, a diferencia del primero, viví con plena conciencia.

¿Te acuerdas cuando salí de casa a los 19 años para ingresar a la Compañía de Jesús? Me pediste llaves de tu departamento, me regalaste un paquete de cigarrillos (hábito que hasta entonces no me aceptabas) diciendo en un solemne tono categórico que a ti también te dolía: "No vuelves nunca más".

¿Te acuerdas de esa despedida familiar a fines de marzo de 1992 en el aeropuerto de Santiago? Todavía no terminábamos de celebrar los votos de Polo como hermano jesuita, cuando ya estábamos en el aeropuerto para despedirte. Partías a Colombia para iniciar tu noviciado en Medellín; a las tres horas partió Polo a su destino como médico jesuita al lejano Goundi, en el Subsahara del Tchad. En tierra quedamos Ricardo y yo. Nos abrazamos brevemente con ojos vidriosos y la garganta atragantada. Ambos nos dijimos al mismo tiempo "partieron" y sabíamos que era para siempre y que juntos, como antes, no volveríamos a estar. Nunca más.

Mamá, ese día me despedí de Ricardo en el mismo aeropuerto, donde tenía estacionado su auto para regresar a Concepción. Cuando pasó todo y el único que se quedaba era yo, sentí una profunda soledad y una pobreza franciscana, no de la dulzona, sino de la que duele existencialmente hasta los huesos y al mismo tiempo consuela porque, lo que la causa no es una tragedia, sino un inmenso regalo que fuerza nuestros músculos y tendones mientras se hace espacio.

Ya debo terminar. Lo que sigue será entre nosotros cuando comentemos esto. Pero antes, deja que te pregunte algo que mueve mi curiosidad, ¿Sabrán las Hermanitas de los Pobres que hiciste trampa al escoger tu nombre de religiosa? Nosotros sabemos por qué te llamas Alicia de San Pedro, pero ellas ¿lo saben?

Un abrazo mamá y que el buen Dios nos regale a tus hijos la gracia de poder estar cerca de ti cuando cierres tus ojos para abrirlos de nuevo en la eternidad. Por favor guarda una postal de ese momento, para saber cómo fue tu bienvenida a la hora de reencontrarnos. Eso sí, no apures demasiado las cosas que los hombres nos vamos poniendo viejos y llorones.

Lee más historias de "Todo sobre mi madre"