Es martes por la tarde y a la Casa del Encuentro ubicada en la comuna de La Pintana, comienzan a llegar de a poco mujeres cuidadoras junto a niños y niñas. Una de ellas, Tamara de 7 años, se acerca y nos dice gritando: “Yo quiero decir algo. Es mucho mejor estar aquí que estar en la casa aburrida y encerrá”. La misma opinión tiene una de las madres, Rosa: “Antes de venir acá mi hija se aburría mucho, hacía pataletas en la casa. Venir acá me ayudó en el concepto de crianza porque yo con mi hija mayor, que ya es adolescente, tuve una crianza más estructurada. Acá he aprendido que las cosas se pueden hacer de otra manera, una crianza más democrática, como le llaman ahora”.
“Este es un lugar maravilloso porque aquí he encontrado compañía, es muy acogedor. Aquí yo puedo respirar, sentarme y conversar con otras mamás”, dice Karen. Y otra de las mujeres, Ana, la complementa: “Empecé a traer a mi nieto para acá y le sirvió mucho a él porque no sabía socializar con nadie, pero también me sirvió a mí porque llegué con depresión y, sin darme cuenta, se me fue pasando. Es que acá nos acogen muy bien, tanto a los niños como a nosotras”.
La práctica que madres críen solas a sus hijos, es una costumbre relativamente reciente en la historia de la humanidad, que surgió a consecuencia de la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral a comienzos del siglo XX, hasta volverse una condición normalizada. Las personas que conformaban las redes de apoyo que existían en el pasado, como hermanas, amigas, madres, e incluso la pareja, hoy están trabajando, lo que significa que la mujer puérpera se aísla con su recién nacido. Esa soledad es enemiga de la maternidad, y le hace mucho daño.
Según la Encuesta Nacional de Primera Infancia (2017) en el 95% de los hogares en Chile el cuidador principal es la madre y un 75% de los cuidadores de niños en edades tempranas declara no tener apoyo en los cuidados. “El bajo apoyo para la crianza impacta negativamente en la salud mental materno filial: por una parte, aumenta el burnout parental constituyéndose como factor de riesgo para patologías psiquiátricas; y por otra, repliega al interior de los hogares, disminuyendo las posibilidades de socialización y desarrollo socioemocional de niños y niñas”, explica Valentina Peri, psicóloga y Directora de La Casa del Encuentro.
Esta situación se agudiza en comunas más vulnerables debido a la alta desconfianza y escasez de espacios comunitarios recreativos, participativos y seguros para niñas y niños con sus cuidadores.
Así lo refieren las mismas mujeres: “Yo en mi casa estaba sola, me sentía agobiada, no sabía dónde ir. En cambio acá nos sentamos a conversar, nos tomamos un café, nos reímos un rato, cambiamos el chip. Porque las mamás criamos muy solas, encerradas en la casa, haciendo los quehaceres y eso es muy estresante”, dice Karen.
“Es difícil compatibilizar la crianza con las otras responsabilidades. Acá cuando conversamos con las otras mujeres, nos damos cuenta de que tenemos muchas cosas en común, aunque no nos conozcamos tanto desde antes”, complementa Rosa.
Como una plaza, pero acompañada
Para el diseño de la Casa del Encuentro, Valentina y Diego Blanco, director clínico de la casa, se inspiraron en la Casa Verde: un dispositivo psicoanalítico creado en Francia en el año 1978, por la psicoanalista francesa Françoise Dolto, quien desarrolló el proyecto de un espacio de circulación libre, resguardado por un equipo de profesionales, que funciona sin actividades programadas, inserto en la comunidad, donde asisten niños y niñas en sus primeros años de vida, con sus cuidadores.
En Francia actualmente hay más de 300 casas verdes, es parte de la política pública de salud.
“Nosotros nos inspiramos en la Casa Verde parisina pero repensamos todo en función del contexto latinoamericano y particularmente en el contexto, la cultura, la política y la historia de La Pintana”, cuenta Diego.
Françoise Dolto —continúa— decía esto es como una plaza pero acompañada. “Pero acá no es llegar e ir a una plaza, porque corren balas o porque están metidos en la pasta. En cambio uno va a una plaza en Providencia y los niños, niñas y madres se hacen amigos y pueden conversar tranquilamente. Allí uno ve la crudeza de la desigualdad”.
La Casa del Encuentro fue inaugurada en 2014, luego en 2016 se abrió una segunda sede que se cerró por falta de financiamiento.
“El objetivo es ofrecer un espacio de socialización temprana para niños, niñas y niñes de 0 a 6 años junto a sus cuidadores, que pueden ser mamás, papás, abuelos, vecinas. Apoyado con un equipo de acogida, fonoaudiólogas y psicoanalistas, acompañamos la jornada para padres y madres que están solos ante las inquietudes cotidianas de la crianza, ante los efectos de la soledad en la crianza”, explica Diego.
Y es también un espacio recreativo donde poder descansar, pasar el rato, compartir, evitar la soledad, encontrar ciertas sugerencias, apoyos, provenientes tanto del equipo como también de otras cuidadoras. “Acá el equipo no queda ubicado con un saber profesional único que domestica la crianza, sino más bien, es un intercambio de saberes que a veces puede ser incluso con otras mamás o abuelas que ya han pasado por esa etapa. Yo diría que uno de los principales trabajos que se hacen aquí es poder producir un común en torno a la crianza”, agrega.
Diego lo recalca pues lo que ha visto en estos años es que en ciertos sectores más vulnerables, para ingresar a cualquier programa social a las madres les piden su Rut, su ficha social y una serie de documentos. “Las maternidades empiezan a quedar vigiladas por un discurso muy castigador, regulador, paternalista y muy médico. Entonces las madres van quedando replegadas a la vida interior del hogar, sin poder comunicar mucho las desesperaciones que ocurren o la locura misma de la maternidad”.
“Acá, en cambio, las mamás vienen a conversar del reality, a escuchar la conversa de sus comadres que pueden estar por ahí. Empiezan a conocer a vecinas, vienen a descansar, vienen a preguntar sin sentirse juzgadas y sin tener el miedo de que pueda venir una entidad estatal a decirles que están en riesgo”, agrega. El relato de Karen lo evidencia: “Llegué acá derivada por el consultorio porque mi hija tiene problemas de desarrollo, entonces llegué acá súper estresada, cansada, agobiada pensando que lo estaba haciendo mal. Pero al día de hoy puedo respirar”.
Salir al encuentro de otras mamás, escuchar sus experiencias o simplemente compartir con mujeres que están transitando las mismas vivencias, que pueden compartir sus alegrías, pero también sus dudas, temores y tristezas, brinda un marco de sostén emocional fundamental para las madres. Por eso ahora a Rosa, cuando encuentra a madres sumidas en la desesperación, les cuenta de este lugar. “Y lo hago porque alguna vez yo también me vi así, sobrepasada, sin salir de la casa. Además, yo tengo la crianza sola de mis dos hijas, como muchas mujeres, y eso no puede seguir pasando. Que las mujeres sigamos criando solas”.