Paula 1230. Sábado 15 de julio de 2017.

Se formó como escritora por contagio, cuando estudiaba Literatura en la Universidad de Chile y compartía departamento con cuatro amigos obsesionados con convertirse en escritores. Tanto, que no iban a clases y con el mismo rigor con que entrenan los deportistas de alto rendimiento, se encerraban a escribir y a devorar libros. Y ella, sin dudarlo, se embarcó en el ejercicio de la escritura que hoy transformó en su profesión. "Es como decidir ser cura", asegura. En paralelo a su carrera entró al taller de Alejandro Zambra. De esa experiencia nació Que vergüenza, cuento que en 2014 ganó el premio Roberto Bolaño, que entrega el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Un año más tarde –y titulado con el mismo nombre– debutó con su libro, editado por Hueders, que recopila nueve cuentos en total, que hablan de un Chile noventero y otro en la época de las redes sociales y que recibió el Premio del Círculo de Críticos de Arte y el Premio Municipal de Literatura. Son cuentos de "clase media baja", como afirma ella, cuyos protagonistas son niños y adultos que se vuelven fuertes en la adversidad. De inmediato, las críticas la posicionaron como la debutante revelación de una generación de jóvenes escritores, junto a Romina Reyes y a Esteban Catalán, que dan cuenta –con extrema lucidez y nítido realismo– del Chile de hoy.

Criada en Conchalí, donde vivió hasta los 18 cuando emigró de su casa, Flores trabajó de garzona y bibliotecaria. Hoy vive sola en un departamento en el centro de Santiago y hace clases de Literatura en un colegio 2x1 de Providencia. El resto de sus horas, que son la mayoría, está dedicada a escribir su próxima novela, que la editorial Seix Barral le compró a ojos cerrados cuando decidió publicar Qué vergüenza en España, libro que fue incorporado en la lista de los 10 mejores estrenos de 2016 por el diario El País y que está siendo traducido al inglés, holandés y chino.

¿Te sientes presionada por las expectativas que puede generar tu próxima novela?

Al principio sí, sobre todo por el género en el que estoy incursionando. Resulta que hubo un tiempo en que todos me decían: "tienes que sacar la novela", como si esto fuese la comprobación de que realmente soy escritora. Pero después, al ver que a Qué vergüenza le ha ido bien, sé que tengo una colchoneta abajo y se me quitaron las ansiedades y he podido centrarme en lo nuevo. Escribir esta novela es un tremendo desafío. Mientras en el primer libro hablo de cosas que conocía, como la vida en Conchalí, esta historia ocurre en Punta Arenas, a donde he tenido que viajar para investigar muchísimo. Además, me estoy metiendo en personajes distintos, como un hombre extranjero de 50 años. En ella estoy trabajando la pregunta de si es posible empezar de nuevo. Mucho más no puedo adelantar.

Has afirmado que estudiar Literatura y decidir ser escritora fue un desafío, ¿por qué?

De pura parada de la hilacha elegí esta carrera, aunque siempre quise estudiar algo humanista. Podría haber sido Historia también, pero con Literatura tenía una intuición. Al principio fue frustrante porque yo no tenía mucho bagaje cultural cuando entré a la carrera. Mis compañeros venían del The Grange School y había mucho alumno de La Reina de colegio intelectual de izquierda. Todos ya habían leído a León Trotsky en la media y los profesores te exigían por igual. Ahí estuvo el desafío porque me tuve que poner "literariamente" al día. Que alguien de colegio particular se sacara un 7 no importaba tanto como si me lo sacaba yo u otro compañero que estaba en las mismas, ahí resistiendo. Fue difícil, pero para mi clase siempre ha sido así. Lo mismo me pasó cuando decidí ser escritora, porque todos pensaban que esto es un hobby y es difícil que te tomen en serio.

Tus cuentos son tan verosímiles que parecen autobiográficos. ¿Escribes con conciencia de clase?

En mis cuentos hay una revisión social, pero no en el sentido de las clases sociales, sino que en individualizar aspectos que son naturales a mí. Al principio se hizo mucho hincapié en que mis cuentos eran de clase baja y que narraban desde la marginalidad, pero jamás los concebí así. Es tal como cuando los cuicos van al Persa Bío Bío y alucinan con sus galpones como si estuvieran descubriendo el mundo, cuando el persa ha estado allí por años. Lo mismo pasa con el libro.

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La versión 2017 del Concurso de Cuentos Paula incorpora un jurado eminentemente femenino, integrado por Paulina Flores, la escritora argentina Samanta Schweblin y la chilena Nona Fernández. Postulaciones hasta el 12 de agosto.

La versión 2017 del Concurso de Cuentos Paula incorpora un jurado eminentemente femenino, integrado por Paulina Flores, la escritora argentina Samanta Schweblin y la chilena Nona Fernández. Postulaciones hasta el 12 de agosto.[/caption]

¿Contribuyeron las buenas críticas de tu libro a tu amor propio?

Parece soberbio, pero me merezco las buenas críticas con justa razón porque me esforcé para ello, tengo tierra en las uñas. En Chile hay que hacer un falso juego de modestia cuando a uno se le critica positivamente por algo, pero, ¿por qué tirarse para abajo si uno de verdad ha trabajado tan duro? Por suerte esa mentalidad se está acabando. Si miras a Arturo Vidal y a Alexis Sánchez, ellos dicen directamente: "somos los mejores". Y obvio que lo son, porque vienen de abajo y se han sacado la mugre para llegar a lo alto.

Se te atribuye ser fiel representante de los millennials, ¿te sientes así?

A nadie le acomodan las etiquetas, menos esa, que es un concepto que viene de la publicidad, ni siquiera de las ciencias sociales y creo que se usa como excusa para justificar los talentos de los jóvenes solo por ser "millennials", como que se les quita mérito. Sin embargo, millennials o no, es importante el ejercicio de mirar cómo hemos cambiado. Por ejemplo, mi mamá a mi edad ya tenía dos hijas y jamás hubiese tenido las deudas que yo tengo ahora, que debo 3 millones en la universidad. Entonces, ¿se está analizando bien el fenómeno?, porque más allá del talento, intelecto y ganas de cambiar el mundo que se le atribuye a esta generación, es una generación que viene terriblemente endeudada. Esa es la principal característica de los jóvenes de hoy insertos en una sociedad de consumo como jamás se había visto antes, en la que el individuo es el protagonista de este neoliberalismo en que vivimos.

¿Cómo se refleja eso en tu estilo literario?

Mi literatura es intimista, propia de estos tiempos. Lo que ocurría antes con el colectivo era que había un proyecto en común, que era muy bello, pero no había ninguna mujer o gay escribiendo. Entonces, la literatura intimista o de micro mundo permite que estos nuevos personajes que estaban ocultos en el panorama hegemónico salgan a la luz y eso es un gran punto a favor. Por otro lado, un punto en contra es que el neoliberalismo posiciona al individuo por sobre el colectivo y eso hace que uno se transforme en una persona más nihilista y menos solidaria. Es como creer en Dios: antes la gente creía en Dios y eso les daba algo en donde afirmarse. Ahora nadie cree y eso es bueno porque estamos sin esa mirada moralista, pero a la vez falta poner los pies en alguna verdad, no tenemos dónde afirmarnos.

¿Dónde pones los pies tú?

En la literatura. Ayer escuchaba el tema Element de Kendrick Lamar, que decía "he dado mi vida por esto, he llorado por esto, mataría por esto", y yo me sentía tal cual. La Literatura es mi religión. Cuando lancé mi libro fui vestida de blanco, asumiendo un ritual y me dije: "desde este momento me caso con la literatura". Y este es un matrimonio indisoluble.