Cuando era estudiante de psicología y durante sus primeros años de egresada, Catalina Niño de Zepeda (42) experimentó procesos de psicoterapia, como paciente, y comenzó a darse cuenta que no necesariamente funcionaban. “Fui observando y constatando que había muchos abordajes terapéuticos que no son efectivos. Personas que pasan años en terapia sin lograr muchos cambios, o que incluso pueden agravar su sintomatología, porque los terapeutas no necesariamente tienen las herramientas para reparar traumas. O, incluso, porque existen abordajes que pueden retraumatizar a un paciente”, dice.

En esa búsqueda de nuevas herramientas, en 2014 llegó a Somatic Experiencing®, una terapia creada tras más de 40 años de estudio por el norteamericano Peter Levine, doctor en Biofísica Médica y Psicología, que se basa en fisiología, neurología, etología, matemáticas, psicología, filosofía e incluso chamanismo. “La difundía en ese entonces la psicóloga Vilma Bustos y primero asistí a algunas charlas. Comencé a observarme a mí misma desde la mirada del trauma y muchas cosas me hicieron sentido. Quedé encantada con lo potente, poderoso y simple que era y cómo se entendían situaciones muy complejas, que desde otros abordajes terapéuticos dan muchas vueltas, o bien que solo se abordan desde un aspecto: el lenguaje”, cuenta Catalina Niño de Zepeda (@cataninodezepeda), quien se especializó en trauma y en personas altamente sensibles (PAS).

Para la psicóloga -quien fue parte de la primera generación de terapeutas de Somatic Experiencing en Chile y que desde 2018 es la coordinadora de estas formaciones en el país- el trauma se entiende como algo demasiado grande, fuerte, intenso y repentino (o sostenido), que sobrepasa la capacidad que tiene el sistema nervioso para que pueda lidiar con eso. Ello provoca que nos desregulemos y que queden en nosotros patrones fijos de respuesta: emociones fijas, pensamientos fijos o sensaciones fijas como respuesta a estímulos.

Miembro de la Asociación Chilena de Estrés Traumático y de la Associação Brasileira do Trauma, Catalina Niño de Zepeda asegura que todos tenemos traumas, porque vivir en este mundo implica estar expuesto a muchísimas situaciones traumáticas, desde accidentes hasta cuidadores que, por sus propias historias, no son capaces de ejercer los cuidados necesarios. Cuidadores que son negligentes emocionalmente, que ejercen malos tratos, o el mismo sistema escolar que no necesariamente está hecho para todos. “Sí o sí todos viviremos situaciones traumáticas en algún minuto de nuestras vidas”, dice.

¿Hay traumas más severos y otros menos graves?

En realidad, el cómo impacte el trauma a una persona es subjetivo y personal. Hay personas que pueden vivir una misma situación, pero les va a afectar de manera diferente. Depende mucho de las características de su sistema nervioso, de su temperamento, de cómo fue su infancia y cómo fueron sus cuidadores. Como dice Peter Levine, el trauma está en el cuerpo no en el evento ni en la situación. Él le da mucha importancia a cómo la persona y su sistema nervioso reaccionaron ante esa determinada situación.

Hay traumas que son específicos, como un accidente, un abuso, la muerte de un familiar… ¿Pero hay otros traumas que pueden ser más difusos de identificar? ¿Por ejemplo la relación que se tuvo con los padres?

Hay dos grandes categorías de traumas: los del desarrollo, que son aquellas experiencias repetitivas vividas en la infancia, durante un periodo prolongado, por ejemplo negligencias o malos tratos que fueron muy difíciles para un niño. Y están los traumas de shock, qué son aquellas experiencias puntuales, como un accidente de auto o una operación médica muy compleja, o que a una persona muy repentinamente la hayan desvinculado de su trabajo, etc.

¿Cómo se manifiesta un trauma en el día a día?

El trauma va produciendo patrones fijos de respuesta. Por ejemplo, una persona que está siempre peléandose con todo el mundo o peleando con la vida, es probable que esté operando en “modo lucha”. Otra persona que no cumpla con los plazos, que aplaza constantemente los compromisos, que no contesta, que de repente se desaparece, puede que tenga activado su “modo huida”. O bien una persona que esté como ausente, que esté presente sin estar realmente implicado, que se invisibilice, puede estar en “modo congelado”.

La lucha, la huida o el congelamiento son las respuestas naturales que están codificadas en nuestra biología para defendernos y para asegurar la sobrevivencia, en definitiva. Pero cuando ocurre un trauma, esa respuesta queda fija, como un patrón que se repite una y otra vez, restringiendo las posibilidades de las personas para interactuar con la vida. Y eso fue porque la respuesta que el cuerpo necesitaba emitir frente a la situación traumática, quedó incompleta.

¿Y cómo se puede completar esa respuesta, a posteriori?

Con la terapia Somatic Experiencing, damos un espacio para que el sistema nervioso y el cuerpo puedan hacer lo que necesitaron hacer y que en ese momento no se pudo hacer. Se acompaña a la persona no necesariamente a revivir lo sucedido, sino a conectarse con la sensación que esa experiencia le dejó y precisamente descubrir qué respuesta quedó incompleta.

Por ejemplo, imaginemos a una persona que tuvo una profesora autoritaria que constantemente la hacía sentir presionada y traspasaba sus límites o la avergonzaba delante del curso. O un padre autoritario que la cuestionaba constantemente. Entonces, el terapeuta ayuda al consultante a descubrir qué respuesta hubiera querido dar, qué le gustaría haber hecho en determinada situación. Puede aparecer la rabia, entonces el terapeuta va guiando al paciente y acompañándolo a que perciba su musculatura tensa, o el impulso en el brazo de las ganas de dar un golpe. Y lo ayuda a permitirse dar ese golpe a un cojín, por ejemplo, sin juicio y en el entorno seguro de una sesión terapéutica.

Ahí es cuando se completa la respuesta

Claro. Se le da un espacio a la persona para que descargue esa energía que puede estar presa o fija desde hace muchísimos años. Entonces, una vez que ese paciente golpea ese cojín, o que logra tiritar de miedo cuando no pudo hacerlo pues tuvo que paralizarse frente a un evento que le causó pánico, o que logra llorar a mares en vez de haber huido, como tuvo que hacerlo frente a algún hecho. Cuando eso ocurre, la persona siente un alivio enorme y aparece un significado asociado a esa conducta de haber liberado la emoción. De esa forma, la persona logra lo que Peter Levine llama “renegociar el trauma”, es decir trabajar hasta completar la respuesta y lograr el contacto con los recursos personales y crecer a través de eso, logrando una conexión interna, vitalidad, fuerza y empoderamiento que antes no había sentido.