Los colorines somos químicamente distintos. Tenemos el umbral del dolor más bajo y, según la medicina antroposófica, más azufre en la sangre, por lo que somos más furiosos. Aunque he aprendido a ser menos enojona, igual soy un poco Grinch. En mi casa, lo que más me enoja es llegar en la noche y ver la luz de la pieza de mi hijo prendida, subir y encontrarla apagada, pero tocar la tele y que esté caliente. Me saca de quicio.

La gente tiene una percepción equivocada de mí. Por el personaje brígido que hice en El rival más débil, muchos quedaron con la idea de que soy pesada. Pero no es así. Soy intensa y a veces digo las cosas de manera errada, es todo.

Si los amigos de mis hijos no me gustan, los espanto ligerito. A la edad de Sasha, de 15, los amigos son lo más importante y yo los cacho al vuelo porque vengo de vuelta. Todavía no le interesa el carrete y es tranquilo y deportista. Pero ten por seguro que lo iré a buscar a todas las fiestas y oleré su aliento. Una bruja, pero me da lo mismo.

Soy media síquica y he tenido sueños premonitorios. Cuando mi hijo León tenía un año y medio, estábamos en Brasil y soñé que se ahogaba en una piscina, de esas pelopincho. Yo estaba en la playa y él a unas cuadras en la casa de una amiga, junto a otros niños. Partí corriendo y, cuando llegué, estaba en una piscina y un niño de cinco años lo estaba ahogando.

Creo ciegamente en las hadas. Estoy segura de que son reales y no las vemos, porque no estamos abiertos a verlas y estamos metidos en la ciudad. Te dan suerte y conceden deseos, pero también pueden ser celosas y enojarse. Como Campanita, que se pone celosa de Wendy. Me fascinan desde que a los cinco años vi Peter Pan. A los 15 me tatué una en el cuello y tengo figuras de hadas en la entrada de mi casa, en mi velador, en la terraza, en todas partes.

He visto ovnis. Una vez, manejando por Monseñor Escrivá de Balaguer vi uno gigante y brillante sobre la montaña. No lo podía creer, pero allí estaba.

Mi hijo Sasha es índigo. Los índigo tienen una inteligencia emocional superior, están preparados a nivel molecular para ser líderes y salvarnos. Son como extraterrestres que vienen a salvar el mundo.

En 2012 va a haber una revolución humana que ya comenzó con la caída de un imperio que no resultó. Es urgente que tomemos conciencia del daño que nos provocamos a nosotros y al planeta. Hoy hay guerras por el petróleo y mañana serán por el agua. Necesitamos un remezón; tal vez volver a lo esencial y que cada uno tenga su chakra.

Me fascina la moda y no siento culpa. Tengo miles de cinturones, aros, carteras y pulseras. Ropa casi no compro, ya que varias marcas me regalan montones.

No digo mi edad. Igual está en Wikipedia.

Las mujeres somos agotadoras. Lo veo al comparar a mis hijos con las hijas de mis amigas. Para ellos el problema es estar aburridos, que se les echó a perder el computador o que no se quieren duchar. Para ellas todo es un drama: drama porque se sienten gordas, drama porque el mino no las llamó, drama porque se pelean con el pololo. Uff.

Me gustan las mujeres que se respetan a sí mismas. La mujer buena. Como uno. La mujer en la que se puede confiar.

A los 12 años era horrible. Deforme, más alta que todos y con el pelo rojo. En el colegio me decían "Incendio en la torre", entre otros miles de sobrenombres. De hecho, de ese período no tengo fotos. Un día las tomé y quemé todas, incluidas las de mi primera comunión. Mi mamá casi se murió, pero no podía soportar que estuvieran dando vueltas.

Estoy en pareja hace siete años, pero puertas afuera. Dormimos todos los días juntos y cada uno tiene su casa. Es perfecto. Te enrollas menos. Cuando convives, inevitablemente las mujeres nos volvemos una mezcla de bruja y mamá: que por qué llegaste tarde, que con quién estuviste, y nos ponemos a planchar camisas. Y los hombres, se ponen como hijos, y nos preguntan dónde están sus calzoncillos. No estoy dispuesta.