Se ve casi igual que a los 15: la cara limpia, los ojos rasgados, la silueta tan esbelta como cuando se hizo conocida al ganar el concurso Elite Model Look en 1999. Entonces viajó a Niza a competir en la final internacional. No ganó, pero esa experiencia le abrió el mundo.

Se ve casi igual y, sin embargo, ha pasado el tiempo. A los 27 años está casada, convertida en actriz, instalada en Manhattan y modelando para una de las agencias más importantes de la ciudad, New York Models. Y quizás siempre fue segura de sí misma, pero en cada gesto se percibe que Caterina Jadresic creció. En la forma en que agita los brazos para parar un taxi –le hacen caso enseguida–; en la firmeza con que pisa las calles empinada sobre sus tacos altísimos. "Son mis zapatos para ir a los castings", se ríe.

Se vino a Nueva York en 2006, justo después del estreno de Kiltro (del director Ernesto Díaz), su debut en el cine chileno, en el que hizo el papel de una adolescente de ascendencia coreana. Ahí supo que quería ser actriz. Y no tuvo ninguna duda de que quería estudiar en Nueva York. "Sabía que acá iba a poder estudiar con profesores que conocían las técnicas modernas más importantes que se ocupan hoy en todo el mundo", explica. "Como la de Lee Strasberg (fundador del mítico Actors Studio) y la de Sanford Meisner, en la que yo me enfoqué. Él trabaja mucho más la improvisación en el actuar, y eso sirve muchísimo para cine y televisión. Y siendo que soy gringa, porque nací en Boston, no era difícil venirme".

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Llegó a vivir a la residencia universitaria del New York Conservatory for Dramatic Arts, donde quedó seleccionada tras una audición. Ahí estudió por dos años. Cuando llevaba seis meses acá se casó con el novio argentino que había conocido en Chile. Eso, a diferencia de su carrera, Caterina no lo tenía planeado desde chica: se enamoró y punto. Él tiene una tienda de lentes de sol en SoHo, el barrio donde ella más se mueve –su agencia de modelaje está ahí, muchos castings son ahí– además del Upper East Side, donde viven los dos: un sector residencial a pocas cuadras del Central Park y de museos como el Guggenheim y el Metropolitan. El barrio de la gente rica, de las tiendas de lujo.

Pero el departamento de Caterina está alejado de la parafernalia; está muy cerca del East River, a cuya explanada a veces ella va a trotar. El lugar es pequeño, como casi cualquier espacio en Nueva York, e inundado de luz. En el living hay fotos de ella y su marido, un enorme LCD, un piano y tres guitarras. Caterina toca, compone y canta –"una especie de jazz-guión-rock" – y quiere grabar algunas canciones este año.

Pero eso será después. Ahora está en lo que vino a hacer: actuar. En 2010 encontró una mánager y empezó a conseguir audiciones, incluyendo algunas para series tan famosas y premiadas como 30 Rock.

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No hay pitutos ni apellidos que abran puertas en las grandes ligas. "Este juego es difícil", admite ella. "Te sale una audición para tres horas más y tienes que ir, ni alcanzas a aprenderte los diálogos. Esta ciudad es así: salen oportunidades de repente. Y si estás enferma tienes que llegar igual, con 40 de fiebre, para que por último te vean. Porque, ¿cuánta gente está tratando de conseguir esa audición? Tenís que ir a todo lo que te sale. El ritmo puede ser avasallador, la competencia también. Pero al mismo tiempo es inspirador y he descubierto partes mías más agresivas, porque tienes que sentir confianza en ti misma. Estar siempre alerta. Siempre alerta a lo que puede pasar".

Así ha logrado actuar en el cortometraje Snapshot –de un director independiente español y que aún no se estrena–, en una obra de teatro con la vanguardista compañía Theater in the Flesh, y como extra en la primera película Sex & the City. Se ríe de nuevo: "Estaba sentada al lado de Sarah Jessica Parker en una escena que filman en una peluquería. Pero la escena era tan corta que quedó como un close up de ella, yo ni me veo".

Cuando Caterina dice palabras en inglés –y dice hartas–, el acento chileno es casi imperceptible. Tuvo que tomar clases con un coach particular durante seis meses para aprender a modular de otra forma y conquistó una pronunciación neutra, que no es de ninguna parte, y eso le da la sensación de que puede hacer cualquier papel.

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Y su último papel es de chilena. En 2011 volvió a trabajar con Ernesto Díaz en su nueva película Santiago violenta, en la que hace de la esposa neurótica y controladora del protagonista, Matías Oviedo. Tuvo que preparar los textos sola, lejos del resto del equipo, y llegó a Chile directo a filmar. Pero Caterina no se achicó. "Ernesto confió absolutamente en mí", dice.

En su tono se adivina que ella también: hace rato aprendió a confiar.