Cuando Javiera (cambiamos su nombre para resguardar su identidad) se enteró de que estaba embarazada, tenía 21 años y seis meses de gestación. Fue al doctor por otros motivos, le hicieron una ecografía y se encontraron con la “sorpresa”. Su mundo se derrumbó. No tenía una pareja estable, pero su mayor problema era otro: ese embarazo fue producto de un abuso que hasta entonces, había mantenido en reserva. Al salir de la consulta lo primero que pensó fue que no quería tener a ese hijo.
Sola, confundida y sin un entorno con el que hablar, Javiera comenzó a vivir un calvario. Toda la vida había querido ser madre, pero no de esta manera. Se sentía culpable por no querer a ese hijo, por no sentirse preparada para tenerlo. Comenzó a buscar información y así llegó al concepto de Cesión Voluntaria de un Hijo. En Chile la Ley de Adopción 19.620, ampara a mujeres que presentan conflicto con su embarazo ya sea porque este no fue deseado o planificado, o por otros motivos.
En esta búsqueda, Javiera llegó a la Fundación San José para ser acogida por el Programa de Apoyo Mujer Embarazada (AME). Su objetivo es acoger y acompañar a las mujeres, realizando un proceso de discernimiento psicológico, social y legal que permita una toma de decisión libre, informada y responsable, sobre asumir el cuidado y crianza o ceder en adopción.
Vivianne Galaz es abogada y la Directora Ejecutiva de la fundación. Cuenta que hay algunas mujeres que consideran la cesión desde un comienzo y otras que, por distintas situaciones de vida, se dan cuenta de que no están en condiciones de asumir la maternidad de ese hijo en particular. Esto último es relevante pues en sus años de funcionamiento, AME ha atendido a más de 4.500 mujeres, el 67% de ellas han sido madres previamente, lo que da cuenta de que en muchos casos no se trata de un conflicto con la maternidad, sino más bien de un embarazo que llega en un contexto y momento particular de sus vidas generando una situación de crisis vital.
Entre el año 1994 y 2022 en la Fundación cedieron a su hijo en adopción 1.517 mujeres; y asumieron su maternidad 2.184. La mayor parte de las mujeres decide asumir su maternidad en el proceso de discernimiento pues, como explica Vivianne, en esa fase se le deben entregar a la mujer diversas alternativas. “Así lo determina la ley cuando dice que la decisión de declarar a un niño susceptible de ser adoptado es subsidiaria, es decir, hay que buscar y evaluar alternativas previas pues se trata de una decisión radical, seria, responsable, legal y a voluntad de la mujer, en la que no debe haber dudas al respecto”.
Un acompañamiento respetuoso
Cada mujer que ingresa al programa tiene una dupla psicosocial a cargo de su proceso de discernimiento, la cual a través de entrevistas individuales, sociales y psicológicas, explora las motivaciones que tiene para ceder a su hijo en adopción. Todo este proceso de intervención incorpora el enfoque de género y de derechos, elementos de la terapia narrativa, en un contexto de respeto y acogida donde la fundación no se posiciona desde el rol de experto, sino que desde el acompañamiento, validación y empoderamiento a la mujer.
“Cuando llegué a la Fundación no niego que sentí miedo a lo que me dijeran, pero desde el primer día tuve un apoyo incondicional. Siempre respetaron mis decisiones, nunca me obligaron a nada, siempre me ayudaron. Yo estuve segura de mi decisión de dar en adopción al bebé desde el principio porque no sentía apego y sabía que él iba a estar mejor con una familia que lo deseara”, confiesa Javiera.
“Cuando nos preguntan cuál es la mejor decisión, yo digo que es la que la mujer pueda tomar en libertad. Tal vez para una lo mejor es asumir y para la otra ceder”, dice Paula Avendaño, Asistente Social y Coordinadora del Área Mujer Embarazada. Por eso –agrega– tiene que ser un acompañamiento respetuoso.
El acompañamiento se puede ejercer de manera ambulatoria o en una de las Casas para Mujeres con que cuenta la fundación, como lo hizo Javiera. Un lugar disponible para aquellas que necesiten pasar su proceso de discernimiento lejos de sus casas, ya sea porque son de regiones o porque no quieren que sus cercanos sepan de su embarazo. “Este espacio es importante sobre todo para aquellas mujeres que prefieren mantener su embarazo en reserva. De hecho, muchas de ellas se acercan cuando recién se enteran que están embarazadas para pedir información, después desaparecen porque todavía no se les nota el embarazo, pero en el tercer trimestre vuelven, inventan que tienen un viaje o cualquier otra excusa, y pasan ese periodo en nuestras casas”, agrega Vivianne.
Y es que aunque el abanico de posibilidades en Chile es acotado, dentro de ese abanico está la cesión. Paula cuenta que hasta ellas llegan mujeres que no se les pasa por la mente el aborto, “y nosotras no emitimos ningún juicio en relación a ello; y llegan otras que dicen que intentaron abortar tres veces y no pudieron, y tampoco hay un juicio para ellas. El recibimiento a esas mujeres es el mismo, sin cuestionamientos. El discernimiento tiene que ser en un espacio libre de juicios”, complementa Paula.
Prejuicios y violencia
Como en la familia de Javiera nadie sabía de su situación, en el momento del parto tuvo que mentir; dijo que había caído en el hospital enferma. “Más encima me tuve que quedar una semana hospitalizada porque me dio colestasis. Tuve suerte porque en el hospital se portaron muy bien conmigo, me dieron una pieza sola porque yo no quería estar con otras embarazadas”, cuenta. Confiesa también que le tenía mucho miedo al parto. “Pensaba que al escucharlo llorar, iba a sentir algo por el bebé, pero no ocurrió eso. Al contrario, sólo me vinieron a la mente todos los recuerdos de cómo se generó el embarazo”. El personal de salud sabía de esta situación. “Sacaron rápido al bebé de la habitación. Se portaron muy bien conmigo, me atendieron y nadie juzgó mi decisión”.
Sin embargo, no todas las mujeres que pasan por esto pueden dar el mismo testimonio. En una de las ediciones de 2019 de la revista institucional de la Fundación San José, publicaron el relato de María (cuyo nombre real es otro), abogada y madre de tres hijos, que cedió a su cuarta hija en adopción a comienzos de ese año pues su embarazo fue fruto de una historia de violencia y maltrato en la cual su pareja cometió una serie de abusos graves y reiterados, llegando incluso a quemarle el auto y tratar de asesinarla. Después de esa experiencia vivió varios meses con botón de pánico en la cartera y sus tres hijos, de otro padre, estuvieron custodiados por carabineros en el colegio como medida de protección. “El móvil para pensar en la adopción fue que mis otros hijos tienen una gran estabilidad emocional y económica, un papá súper presente. Gran parte de las comodidades que tienen son gracias a él, no a mí. Y eso yo no podría habérselo dado a ella como a sus hermanos. Ella hubiera estado en una situación completamente distinta y expuesta al mismo maltrato que sufrí yo”.
Terminando la semana 36 de embarazo, María ingresó, en compañía de profesionales de Fundación San José, a un hospital para tener a su hija. “Me apuntaron con el dedo, me cuestionaron, me la hicieron pagar. Me hicieron esperar en una silla, antes de llevarme a una cama. Parí sin anestesia, no me quisieron poner. Yo le dije al matrón que la guagua iba a nacer en cualquier minuto, y nadie me pescaba. Nació y estaban todos los médicos ahí, haciendo cambio de turno, conversaban, conversaban, y yo gritaba… y ahí nació. Yo no sabía si estaba naciendo, si yo me estaba muriendo, nada. Luego gritaron a viva voz “¡ella es un caso social!, ¡viene de la Fundación San José y va a dar a su hija en adopción!”, delante de mujeres que están pariendo, que están esperando a su hijo nacer. Empiezan los ‘por qué lo habrá hecho’, los prejuicios. Hubo una auxiliar que no sabía que yo la iba a dar en adopción y me la trajo para que la abrazara, y todos gritaron “¡nooo!”. No me la alcanzó a pasar. Nunca la vi. Luego, una matrona que fue muy buena me dijo ‘yo voy a hacer todas las gestiones para que te pasen a la sala de ginecología y no de partos. Me pusieron con gente enferma, pero era más saludable que estar con guaguas”, dice el relato. Allí cuenta también que fue un pediatra en el hospital a convencerla de que viera a la guagua, le dijo que era hermosa, tranquila. Ella le respondió que lo que él estaba ejerciendo sobre ella era violencia obstétrica.
Terminar con el estigma
“Lamentablemente en nuestra sociedad aún no hay término medio para la mujer que pasa por un proceso como éste: se le ve como una santa o una villana”, dice Paula Avendaño. La asistente social cree que esto ocurre porque, por una parte en nuestra cultura el acto de ceder a un hijo transgrede un ideal femenino, hay un peso cultural muy grande sobre las mujeres y la maternidad; y por otro lado están quienes ven esto como un acto de amor y sacrificio. “No es así. Si una mujer siente que es un sacrificio, sufre porque tiene que desgarrarse o desprenderse de ese hijo, significa que sí deseaba asumir su maternidad. Esto tiene que ver con otras cosas; con un acto de empatía, de responsabilidad hacia ella y lo que quiere, hacia la guagua. Por eso es que significar el acto de ceder es complejo y es solo la mujer la que puede hacerlo”, agrega.
“Han pasado meses. Hoy puedo decir solamente gracias a todas las trabajadoras de la fundación que estuvieron conmigo y me hicieron saber que no estaba sola en esto. Aprendí que no es necesario hacerse daño, que una puede buscar ayuda; también que no es malo no sentir nada por tu bebé o no querer tenerlo. Yo sé que hay miles de mujeres que tienen que estar pasando por esto y tienen miedo a ser juzgadas. Pero no somos malas por tomar esta decisión. Gracias a eso el bebé está con alguien que le podrá dar todo el amor que se merece y le darán todo lo que yo nunca le podría dar”, reflexiona Javiera. Y es que –como dicen en la fundación– no siempre la maternidad es una opción; no todas queremos ser madres en un momento determinado de la vida, y la cesión voluntaria no es sólo una opción, sino que también un derecho.