La Secretaria Ejecutiva de la Unidad de Igualdad y Diversidad de la Universidad de Valparaíso e integrante de la Red de Politólogas, Javiera Arce, se arrojó a la calle los primeros días del estallido social. Ese viernes 18 de octubre hizo lo que pudo para llegar a Valparaíso porque, según ella, tenía que ir a trabajar el lunes. Pero al llegar se dio cuenta de que ya se habían configurado las primeras asambleas comunales y no dudó en participar. Lo que siempre había analizado a puertas cerradas, podía ahora materializarlo y ponerlo en práctica en el espacio público. Por primera vez, según recuerda, se sintió realmente útil. Y es que la cultura deliberativa que no se había tenido hasta entonces, al fin se estaba manifestando y la gente quería conversar, informarse y compartir ideas. “Salimos a la calle con mis colegas de la universidad y empezamos a hablar de la Constitución y del sistema electoral. Todos querían saber y en ese momento, el único lugar en el que había que estar, era en la calle”, dice. A los pocos días y tras varias asambleas, Javiera encontró otra manera de ponerse a disposición del resto; en su cuenta de Twitter –y en hilos de no más de 15 tweets– empezó a explicar de manera amigable y accesible lo que estaba ocurriendo y los distintos conceptos que por esos días plagaban la narrativa social.
Fue por ese entonces, también, que una señora en Quintero le dijo que ‘antes se votaba por el candidato más dije’. “Claro, en Quintero, plena zona de sacrificio donde la gente está dolida hasta el día de hoy, se votaba por el candidato que te daba la bolsita ecológica. Pero después ese candidato electo terminaba votando en contra de ellos. Ahí hay un gran trabajo pendiente; hay que resituar los programas, hacer que a la gente le importe el programa y también dar la posibilidad de ir a visitar a quienes tienen plataformas programáticas y ofertas”, reflexiona. “También hay que tener cuidado con la utilización de conceptos que se lanzan en la esfera pública pero que si no van acompañados de una profundización, están carentes de contenidos y terminan siendo marketing”.
A eso se le suma que en general la política no ha encontrado una manera de comunicar y bajar la información para que no se quede solamente en una esfera académica e impenetrable. Ahí está el gran desafío y, como explica Javiera, es ahí donde la ciencia política tiene un rol clave. Es, en esencia, lo que han hecho ella y sus compañeras de la Red de Politólogas, quienes buscan promover, visibilizar y potenciar el trabajo de las mujeres dedicadas a la ciencia política latinoamericana y cuyo aporte en las últimas reformas ha sido sustantivo y fundamental. Son ellas, justamente, las que diseñaron el mecanismo que garantizó que hubiera paridad en la Convención Constituyente.
Y es que, desde su aprobación en el 2015 –proceso del que Javiera fue parte–, la Ley de Cuotas solamente la ha decepcionado. En una columna de opinión publicada en El Mostrador (Cuotas: Notas para una autopsia), predijo que en realidad no era mucho lo que se resolvía con el cuoteo, porque si bien servía para compensar las asimetrías en el proceso de elección y acceso a cargos de poder, los resultados no siempre eran paritarios.
Por eso, lo primero que se corrigió cuando desde la Red empezaron a diseñar el mecanismo actual, fueron los requisitos de igualdad en las candidaturas, para que la paridad se diera en el distrito, lo que a su vez ponía presión a los partidos para buscar candidatas competitivas. Segundo, que las listas conformadas en los 28 distritos del país fueran encabezadas por mujeres y con estructura de sucesión alternada, lo que se conoce como ‘cebra’, además de la obligatoriedad de que las candidaturas para los escaños reservados para pueblos indígenas contaran con alternos del sexo opuesto. “Cuando se habla de diseño para lograr la igualdad, éste es. El dónde sitúas a la mujer, obliga a los partidos y fuerzas políticas a buscar candidatas competitivas, eso es teoría y ahora lo comprobamos. Además, en la medida en que se candidatean más mujeres, los hombres mediocres van saliendo y sobreviven los mejores de lado y lado”, explica. “Llegamos al diseño de la paridad cuando Chile se estaba quemando. Predijimos que se armaría una Asamblea Constituyente y preparamos una propuesta con independientes, paridad y escaños reservados para pueblos originarios, y cuando llegamos al Congreso nos encontramos con un clima político resquebrajado. Pero si estábamos todas en esto, sumando y empujando, lo íbamos a lograr. Y así fue, se aprobó en el Senado y finalmente, en las elecciones, se cumplió todo lo que habíamos dicho. Pero nunca pensamos que a los hombres les iba a ir tan mal”. Eso sirvió, como explica, para derribar los mitos que rondaban en torno al mecanismo de paridad y que por ese entonces se planteaban como una resistencia a su desarrollo.
A un mes de las elecciones de convencionales constituyentes hablamos con Javiera para ver qué se hace ahora y cómo se materializa la paridad para que no quede únicamente en este primer paso fundamental. ¿A qué apunta ella? A que todo proceso y reforma política sea paritaria. “La democracia paritaria tiene que ser el norte” dice.
¿Cuáles son los mitos que se derribaron con los resultados de las elecciones de convencionales constituyentes?
Primero, que la ciudadanía no iba a votar por mujeres y que no habían mujeres aptas para postular. Toda la vida -y en especial en el 2014 y 2015 cuando trabajamos la Ley de Cuotas- hemos escuchado el discurso de ‘no tenemos mujeres en los partidos’ entonces estamos acostumbradas a escuchar que con estos mecanismos llegan mujeres poco preparadas a las que se les va a tener que regalar el cupo. O que las mujeres son poco competitivas. Esos son los discursos que actúan a modo de resistencia cuando se trata de incorporar estos cambios. Y por eso nos preocupamos de corregir cosas claves; la cuota era nacional por partido, pero con la paridad hicimos que fuera por distrito. Además, hicimos que las mujeres encabezaran las listas o que hubiera sistema de alternanza. De las 68 mujeres que entraron finalmente en el sistema, 52 eran cabeza de lista. Eso es lo que obliga a los partidos a buscar candidatas competitivas.
¿Cómo avanzamos y cómo nos aseguramos de que la paridad no quede únicamente en algo performático o de eslogan?
Hanna Pitkin habla en su libro El Concepto de Representación de dos representaciones claves; la descriptiva y la sustantiva. Esto nace en Estados Unidos en los sesenta, con el creciente interés de que hubiese mayor representatividad de los afroamericanos, porque aun cuando se hizo el Voting Rights Act en el año 66, no habían representantes de estas ‘minorías’ en el Congreso. Entonces la Corte Suprema le dijo al poder político que se hicieran distritos para facilitar que salieran electos. Una vez que empiezan a ingresar afroamericanos al Congreso, empiezan a haber políticas amigables para ellos. Así funciona. Entonces, en términos de clase y género, a mí me da mucha esperanza esta convención. Porque los cuerpos que toman decisiones tienen que ser lo más parecidos a la sociedad; el Congreso no lo es, pero esta Convención sí. Porque es paritaria, pero además porque hay mujeres y hombres de distintos estratos sociales.
En términos de descripción estamos mucho mejor. Ahora habrá que ver cómo obtenemos la representatividad sustantiva. La Asamblea Plurinacional de Mujeres ha hecho esfuerzos por instalar reglamentos con perspectiva de género, pero adentro de la Convención también tiene que existir una unidad de agenda feminista. Y ahí son las feministas las que tienen que tomar la batuta y plantear en cuáles puntos se transa y cuáles son un mínimo. Esto, de la mano con que el movimiento feminista tiene que estar muy alerta y exigiéndole a sus representantes que voten bien. El movimiento feminista y las agendas de género en particular se mueven y alimentan no solo de las mujeres que ingresan al poder sino también de la acción movilizada.
¿Y cuáles son esos puntos de la agenda de género que son urgentes?
Primero asegurar representación descriptiva de las mujeres en todos los órganos y esferas de la sociedad. Segundo, y que va de la mano, el reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidado como una función social que tiene que ser remunerada, pero que además se contabilice en las cuentas públicas y sea parte del PIB, porque las mujeres sostenemos la economía. Hay que encontrar una manera de incorporar a estas mujeres a los sistemas de pensión, más allá de la pensión básica solidaria que ya fue un tremendo avance. Por último, el derecho a una vida sin violencia. Pero violencia en todo sentido; que no te maten, que no te discriminen y también que los dispositivos del Estado te protejan. Y para eso, tienen que haber derechos sexuales y reproductivos garantizados, de tal manera que no se violente a las mujeres por tomar decisiones respecto a sus cuerpos.
No todas las mujeres que conforman la convención son feministas. ¿Cómo lo hacen para que estas demandas sean prioritarias y cómo se llega a acuerdos?
Dialogando. Acá uno no puede borrar al adversario con una goma, aun cuando se trate de alguien poco dialogante. Va a haber gente con la que sí se puede llegar a acuerdos y a esos hay que apuntar. Hay que conversar e involucrar a los hombres porque estas no son solo agendas de mujeres. Hay que hacer entender que si las mujeres están bien, la sociedad completa se ve beneficiada.
Lo clave es reconocer una ciudadanía con múltiples dimensiones, géneros, etnicidades y clases y recomponer el intercambio de ideas en democracia. No nos estamos sabiendo entender y lo único que estamos queriendo hacer es matar al oponente, pero eso destruye la democracia. Entonces tenemos que encontrar una manera de resignificar -aun cuando ha perdido su contenido- el concepto de acuerdos y en eso la transparencia es clave. Porque no se trata únicamente de ponerle ‘Estada’ al Estado o hablar de ‘puebla’, tenemos que establecer qué tipo de Estado queremos y poner el cuidado al centro de la Constitución –y no solo el cuidado de niños, enfermos o mayores, sino que cuidado de que no se caiga en la pobreza, de que no se contamine el ambiente en el que vivimos o que no se sacrifiquen zonas–. Ahí es donde entra el Institucional Feminismo Inglés, con autoras como Georgina Waylen y Joni Lovenduski, que hablan de cómo generar un diseño institucional con anclajes específicos en materia de género para promover la interacción e integración de las otredades que no son masculinas, heterosexuales y blancas. ¿Cómo generamos equipos diversos de toma de decisiones? Y por otro lado, ¿qué sistema de representación queremos? ¿Queremos partidos?
Yo trabajo a nivel partido, pero miro con preocupación cómo se está desintegrando ese sistema por errores que se han cometido y también por esa facilidad de hablar de conceptos sin un ideario atrás. Por eso tienen que existir grupos de intermediación y también canales de comunicación más directos entre ciudadanía y políticos. Porque de base, cuando miramos los resultados de las elecciones, no se da cuenta solamente de un nuevo clivaje entre los partidos y la independencia. Lo que se revela con los resultados es que están muriendo las formas masculinas hegemónicas de hacer política, las que hemos conocido hasta ahora. El desafío del feminismo entonces es instalar a mujeres dialogantes. La paridad revistió de legitimidad el proceso democrático que estamos viviendo y es el feminismo el que va a salvar a la democracia.