Claudia Celedón, tremenda
De naturaleza rabiosa e irrenunciable espíritu crítico, lo suyo ha sido buscar la calma y aceptar la fragilidad. Hoy, a los 47 años, la perfecta conjunción de estos materiales han llevado a Claudia Celedón a transformarse irreversiblemente en aquello que mejor la define: una tremenda actriz de carácter.
Nadie le ha sacado una foto mejor. En diciembre pasado, el escritor y cineasta Alberto Fuguet publicó en Qué Pasa una memorable columna sobre la actriz Claudia Celedón. Allí, basándose en su trabajo en cine, teatro y los delirantes videos que ha subido a youtube con su colectivo Los Hermanos Martínez Internacional, la definió como una "actriz que no le teme a nada", "que juega con la verdad" y "se devora la pantalla". En ese momento, Claudia Celedón, de 47 años, acababa de estrenar Gatos viejos, ese terrorífico retrato de la vejez a cargo de la dupla Silva-Peirano, donde encarna a Rosario, la hija fracasada, cocainómana y lesbiana de una madre distante (Bélgica Castro), que ha llegado al momento del declive físico e intelectual. Para darle cuerpo a su personaje, Celedón hurgó en sus propios dolores. Esos que hace años amasa con la autoconciencia de una actriz peso pesado que ha construido una coherente carrera fuera de la tv, desconfiando de la fama y moviéndose en los márgenes.
Contra la rabia
Por estos días Celedón está recluida en Vilches, en su casa en medio de la montaña, rodeada de bosque nativo. Allí pasará, como es habitual, pala en mano, trasplantando árboles, trasladando leña y prendiendo el fuego de la cocina; leyendo y mirando por la ventana. Luego se subirá al auto para recorrer la carretera argentina hasta Mendoza, detenerse donde le parezca, alojar donde las ganas la llamen.
"Soy más de cordillera que de mar. Aunque de chica siempre veraneé en la playa, nunca entendí la dinámica de echarse en la arena, bajo el sol a hacer nada y freírse de calor. Una lata", resume.
Celedón se fue de Santiago con varias certezas: le pondrá pausa a su participación en Los Hermanos Martínez Internacional y no volverá a pisar un escenario hasta nuevo aviso. Concentrará su energía en el cine, la academia –es directora de la Escuela de Actuación de Arcos– y Solita Camino, la serie dramática que graba para Mega y que estrenará en marzo. Allí interpretará a una mujer de clase alta que se entera tarde de que su hija es abusada por su propio marido. "Ya no tengo la necesidad de hacer mil cosas, sino algunas muy precisas. El sacrificio del teatro me cansó. Eso de trabajar los fines de semana y no ganar un peso es demasiado desgastador", dice.
Claudia Celedón se cuida. Medita hace 17 años, trota, nada y se terapea. Además, hace seis meses sumó una nueva estrategia: las flores de Bach.
¿Tomas solo flores de Bach o también aspirinas y otros remedios?
Tendría que tener mucha caña para tomarme una aspirina. No creo en los remedios, aunque no sé qué haría si tuviese cáncer.
Solo flores de Bach.
Sí, y estoy impactada. Me las recomendó la terapeuta; me dijo que si tenía conciencia de mis dolores, las flores actuarían rápido. Y así ha sido. Me han dado una energía insólita, porque me han sacado ya algunos traumas que me quitaban muchísima energía.
¿Y cómo te ayuda la meditación?
Me ha servido para distanciarme de mí misma. No identificarme tanto con esta encarnación es muy agradable.
¿A qué te refieres con encarnación?
A que uno construye un personaje a partir de su historia y de su cuerpo, y mi personaje es agotador. Me canso de mí misma: me miro al espejo y es la misma cara, el mismo gesto, hablar las mismas cosas. Por eso me gusta estar sola y tranquila. Así puedo ser mucho más fome, mucho más gansa, mucho más tonta, mucho más dulce y suave. Logro dar con esa parte a veces.
Te trabajas harto.
Es que tengo hartos problemas.
Pero no te lamentas. Vas al frente.
Por supuesto. Soy rabiosa.
Y la meditación, ¿te ayuda con la rabia?
Me ha ayudado a trabajar mi intensidad, porque puedo ser la mujer metralleta en cinco segundos.
¡Qué miedo! ¿Eres de decir cosas hirientes?
Más que nada me dan ganas de pegar. De romper la pared. Es esa rabia física horrible. Paso del control al descontrol, por eso me cuido de no andar estresada, de trabajar lo preciso.
¿Eres de esos artistas que cree que trascenderá a través su obra?
¡De ninguna manera! Con suerte un bisnieto tal vez se acuerde de que tuvo una abuela rara que era actriz y que al parecer hizo una película. No tengo esa vanidad latera.
Familia disfuncional
Gatos Viejos habla de esa familia que no acoge.
Siempre he pensado en lo maravilloso que es tener un hogar. Vivas con quien vivas, pero tener un espacio de intimidad que te contenga. Porque la vida es muy difícil. Vengo de una familia disfuncional absoluta que trató de hacer lo que pudo conmigo, pero mis padres –que eran bien egocéntricos y nada humildes– no tenían las herramientas y esas carencias se heredan. La vergüenza se hereda.
¿La vergüenza?
Las familias, por distintos motivos, sentimos vergüenza. Vergüenza de que la abuela no se casó con no sé quién, de que la tía es gay, de que el papá no tiene plata… En sicología eso se llama "culpa tóxica". Cuando eres artista y trabajas contigo y tu verdad, es imposible que no revises de dónde eres y por qué te tocaron ciertos dolores. Para Gatos viejos yo tenía a qué recurrir: cuando chica muchas veces en mi familia me trataron de "loca".
O sea, sentiste la marginalidad de Rosario.
Lamentablemente sí, y sentí que mi madre tenía más ojos para mis hermanos hombres. Recurrí a ese dolor para construir a Rosario. Hoy no tengo rollos con mi mamá, ya se lo cobré, lo trabajé e incluso me da risa. Aunque igual hubiese preferido venir de una familia que hubiese sido un amor. Probablemente estaría casada, con cinco hijos y viviendo en el campo.
No te imagino en esa. Me hubiese encantado. Qué ganas me dan a veces de ser otra persona: una mujer más simple, más tranquila. Cuando conozco a mamás de amigas que son unos amores, las escuchan y les preparan un rico plato de comida, me parece alucinante. ¡Para qué tener una familia tan chori, tan inteligente, todos tan creativos-locos! Prefiero una familia amorosa y gansa.
¿Qué relación tienes hoy con tu papá, el publicista y fundador del teatro Ictus Jaime Celedón?
Él está muy pendiente de mi trabajo, de recortar lo que aparece de mí en la prensa, me llama, me hace comentarios. Eso es desde hace poco, porque hace un par de años, por ejemplo, me dijo: "Oye, que cantas bien", cuando yo he cantado toda mi vida. Creo que está orgulloso de mí. Se ha dado cuenta de que mi carrera me ha costado, que la he hecho a pulso.
Nido vacío
¿Cómo tradujiste esos dolores con los que creciste en la crianza de tu hija?
Con obsesiones. Si mi mamá nunca me cocinó, yo a la Andrea le cociné mucho. Cocinaba y cocinaba, para ella y para sus amigas. Para que sintiera el hogar y que la comida estaba mucho más rica porque la había preparado su mamá. Cuando al terminar la carrera se fue a vivir sola, me pillé durante semanas levantándome a las 8 de la mañana para cocinarle. Y yo vivía sola. No tenía quién se comiera todo eso. Lo peor es que durante un montón de tiempo la comida me quedaba pésimo.
Como si se te hubiese cortado la leche. Qué fuerte.
Es loco, porque yo quería que ella se fuera cuando terminara de estudiar y así fue. Yo había terminado una terapia muy importante y quería vivir sola. Me había burlado toda mi vida de la siutiquería del nido vacío, pero la angustia me duró tres meses. Una angustia tan tremenda que dos veces pasé por su pieza y me desmayé de dolor. Sentía que mi hija se había muerto.
¿Y cómo te rearmaste?
Me sentaba en su pieza, lloraba un rato, encendía mis palos santos, y un día me desperté, habían pasado exactamente tres meses, y dije: "Listo, se acabó". Cambié el departamento entero, pinté, compré muebles. Fue un proceso que me viví sola. Digna. Y cuando ese dolor terminó, comencé a disfrutar de la soledad y a gozar de una felicidad maravillosa. Fueron tres años de estar sin pareja, de llegar a mi casa y no tener que hablar con nadie y echarme en la cama a leer. Fueron tantas las ganas de estar sola quemehice mi pieza en el living.
¿Cómo fue criar a una hija única?
No he visto nada más agotador que ser madre soltera y de una hija única. Feroz. Hasta el día de hoy, que la Andrea tiene 27 años, intento ser independiente de ella, para hacernos bien. Sigue siendo mi Andreíta, mi niña. No sé si pueda cortar el cordón del todo. Ella feliz estaría conmigo todo el rato. Yo puedo ser su panorama número uno. Ella también es actriz y has actuado un par de veces con ella, en cine y teatro. Ha sido una manera inconsciente de entregarle el oficio, aunque ella es muy rigurosa y profesional y no creo que lo necesite. Es una suerte de herencia mía hacia ella, pero también una forma que tengo de escuchar a los jóvenes y no ponerme ñoña y anticuada. Nos entendemos sobre el escenario.
Los años que pasan
¿Te asusta la vejez, el deterioro?
No le pongo mucha cabeza a eso. Creo que la edad es mental y uno puede hacer lo que quiera a la edad que quiera. Siento lo mismo que cuando era joven, mis amigos son jóvenes, mi pareja es joven. Me doy cuenta de que estoy más arrugada y no me gusta nada. Las mujeres nos ponemos horrendas. Por eso me conmovió tanto Pina, el documental de Wim Wenders. Ahí tú ves a una mujer grande –yo no hablo de viejos– con arrugas, con el cuello caído, con una fuerza y una lucidez abrumadoras.
Alguna vez comentaste que no seguirías actuando a los 60. ¿Cambiaste de opinión?
Después de ver Pina, creo que sí. Hay una escena de Gatos viejos bien fuerte: la familia revisa un vhs en el que tu personaje, Rosario, aparece joven y esbelta, en contraposición a la mujer destruida y decadente en que se ha convertido. La imagen de la juventud perdida, de la mujer que no fue. Cuando mi hija vio esas imágenes me dijo: "Mamá, es que tú eras una modelo. Eras estupenda". Y yo siempre me sentí horrenda. Probablemente porque mis amigas siempre eran más minas que yo. Pero tal vez, si hubiese vivido en París, en una de esas hubiese sido modelo. Ahí pensé en lo terrible que fue encontrarme feúcha toda la vida y ahora, que esa cara y ese cuerpo se fueron, darme cuenta de que no los aproveché. Durante buena parte de nuestras vidas las mujeres usamos nuestros atractivos como carta de presentación. Perder esa herramienta nos obliga a reconstruirnos de otra manera. Es que a mí eso nunca me pasó. Siempre tuve que sacarme la mugre intelectualmente. Si quería conquistar a alguien –una pareja, un trabajo, lo que fuera– tenía que jugar con mi cabeza. Fui educada, además, con mucha exigencia por parte de mi papá que nos decía: "No me importa que te saques un rojo en el colegio, pero aprende a ganarte la vida de manera creativa e interesante".
¡"De manera creativa e interesante"! Exigente el hombre.
Tremendo. Entonces, cuando me gustaba un tipo, y estábamos con una amiga linda y calladita, yo hablaba toda la noche con él, se reía toda la noche conmigo, pero al final se despedía y me decía que se moría por mi amiga y que se quería casar con ella.
¡No!
Me pasó mil veces y siempre me pregunté por qué. Ahora entiendo que a los chilenos les gusta un tipo de mujer que no les haga sombra. Es un clásico.
Ahora que estás en pareja, y también a propósito de Gatos viejos, ¿te imaginas envejecer con alguien?
Esa es una determinación que se toma y yo ya la tomé: quiero envejecer con mi pareja y estoy trabajando –trabajándome– para que eso ocurra. Esta es la primera vez que me proyecto de esa manera. Mi único miedo es que tenemos mucha diferencia de edad. Me da miedo ser la vieja y que la otra persona sea la joven.
En cine, con La perra, La nana, Gatos viejos, y con la Cata Valdivieso, tu personaje de Los Hermanos Martínez, has reincidido en explorar a la mujer de clase alta y siempre con mucha ferocidad. Por donde me crié, por mis veraneos en Zapallar, porque me juntaba con las niñitas del Villa María, observé mucho a esas mujeres.
¿Y qué conclusiones sacaste?
Que me dan una lata atroz. Cada vez que voy a Zapallar me da una angustia terrible. Cuando chica mi mejor amigo era el pescador; mientras yo quería trabajar y viajar, las demás querían casarse de blanco. Jamás tuve esa fantasía.
Nunca te imaginaste como "la mujer de".
Es que la mujer de clase alta, por lo general, la que acepta ser mantenida, debe hacer muchas concesiones. Entre ellas, ser sumisa. Son muy pocas las que ves choras, arriba del caballo o de la moto. Deben hacer un rol en el que están muy atrapadas.
Sueles interpretar a mujeres fuertísimas, pero tu relato personal es el de una mujer más bien frágil.
Me siento muy frágil, pero trabajo con la "fuertura" porque de lo contrario no estaría parada. Por eso te hablaba de la importancia de tener un hogar al que llegar y derrumbarse. En un día hay por lo menos diez cosas que me destruyen y hacen llorar. Lloro fondeada, en el auto, porque en mi casa llorar era de tontos. Cómo ibas a llorar si tenías todo para ser feliz. He ido aprendiendo a mostrar la fragilidad.
Actriz de carácter
¿Te sientes reconocida como actriz?
Por algunas personas, sí. A otros nos les interesa mi trabajo y no tienen idea lo que significa ser artista. Hace algunas semanas, por ejemplo, me llamaron de Canal 13 para pedirme un casting, cosa que me pareció insólita. Mi respuesta fue: "Gracias amorosa, fíjate que tengo hartas películas, pídele a los chiquillos del canal que las vean".
Siempre empezando desde cero. ¡Qué agote!
Así fue durante mucho tiempo, pero ya no estoy dispuesta. Desde hace un año tengo una representante y asíme evito esa rotería de negociar y hablar de plata. Además que uno no vale nada.
No has hecho más que un par de teleseries. ¿Por qué?
A la televisión hay que entrar y salir, porque es muy peligrosa, muy fuerte para el ego y debes ser una persona muy sólida para mantenerte firme como artista y no dejarte influenciar por la ordinaria fama. Pero, además, las teleseries significan estar diez meses diciendo "qué rica tu vida, qué bueno que llegaste mi amor", y ese es un vacío terrible. He preferido ser una actriz de carácter, que hace pocas cosas, porque lo mío también es político. Detrás de todo lo que hago hay una crítica.
Eso, imagino, ha significado vivir con cierta austeridad.
No me ha quedado otra. A veces fantaseo con que alguien me invita a París, a un exquisito hotel, a unos fantásticos restaurantes. Andar calculando si se tiene o no la plata para llamar al maestro agota. Antes pintaba y arreglaba todo yo. Ya no. Ya no me subo arriba de la escalera para arreglar el techo.
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