“Empecé a trabajar con personas mayores el año 2000, a partir de mi tesis de magíster en Psicología Clínica. En ese entonces, gracias al trabajo de una profesora del programa, me di cuenta de que había muy pocas investigaciones de personas mayores y que en la psicología tampoco estábamos siendo preparados, en pregrado, para intervenir con ellas.
Desde ese año comencé a trabajar con personas mayores con Alzheimer y con sus familias. Hice un taller práctico para las familias, de ahí empecé a estudiar más sobre el tema y nunca lo dejé. Seguí abordándolo en toda mi línea de investigación, además de otros aspectos de la salud mental de personas mayores.
Mi interés surgió además de una experiencia personal. Mi abuela tenía Parkinson, una enfermedad que genera demencia. Yo veía como mis tías, sus hijas, se estaban haciendo responsables de su cuidado.
Pero mi interés surgió además de una experiencia personal. Mi abuela tenía Parkinson, una enfermedad que genera demencia. Yo veía como mis tías, sus hijas, se estaban haciendo responsables de su cuidado. Mi abuela había sido una persona muy activa y empezamos a ver que tenía declives, fallas de memoria, problemas motores y mis tías se dedicaban de una u otra forma a cuidarla. En ese momento me di cuenta de que no había mucho apoyo de redes formales ni de redes informales. Por ahí partió mi interés en las personas mayores y, ya cursando el posgrado, corroboré la necesidad de formarme para trabajar con dicho grupo etario en el área de salud mental.
Hace 20 años nos hablaban de que Chile era un país que estaba envejeciendo, que este envejecimiento iba a ser acelerado. Con mayor razón existía esta necesidad de especializarme en el área, porque en ese entonces nadie hablaba mucho de psicogerontología, ni de cuidados. Seguí mi instinto y mi vocación y seguí ese camino.
Considero que desde entonces ha habido avances, por ejemplo, en la visibilización de lo que es el edadismo (el estigma hacia las personas mayores en función de su edad). El edadismo es la forma de discriminación más naturalizada que existe. Si hablamos de racismo todo el mundo entiende que es algo negativo; si hablamos de sexismo, lo mismo. Pero si hablamos de edadismo, o no se conoce el término, o no se entiende como algo negativo. Cuando las personas dicen ‘me vino el viejazo” o ‘me voy a deprimir porque tengo esta edad’, lo dicen muchas veces en broma, pero en ese momento están siendo edadistas, porque tienen una concepción negativa de la vejez.
Cada vez se sabe más al respecto, pero debemos inculcarlo intergeneracionalmente. Esto tiene que darse en la vida diaria de todos, no solo de las personas mayores. Esto parte por la educación, en las casas, por las familias… Es la única manera de que las nuevas generaciones tengan otra visión de la vejez. Es importante que las nuevas generaciones tengan interacciones positivas con las personas mayores, a través del intercambio de experiencias, acciones, actividades.
Un diálogo intergeneracional puede nutrir mucho, porque existen distintos quehaceres, distintos conocimientos, distintas experiencias, distintas visiones entre esas dos generaciones. Si se tiene esa disposición a aprender del otro desde pequeño y al revés, hay buenos resultados. Al compartir distintas visiones de vida, distintas historias, se puedes generar aprendizaje a partir de ese encuentro.
El aprendizaje en la interacción, el que proviene de la práctica, se puede consolidar mucho más fácil que uno que viene solo del discurso. El aprendizaje que viene de las acciones es mucho más significativo y duradero.
En el caso de las personas mayores, el intercambio generacional también es importante porque adquieren una visión fresca de la vida, de las tecnologías, por ejemplo, o de cómo las personas jóvenes están concibiendo los procesos sociales. Esa puede ser una buena instancia para compartir lo que le tocó vivir a una persona mayor y lo que aprendió de esa vivencia.
Un diálogo intergeneracional puede nutrir mucho, porque existen distintos quehaceres, distintos conocimientos, distintas experiencias, distintas visiones entre esas dos generaciones.
Además, estas instancias permiten cuidar la salud mental de las personas mayores, porque cuando existe la soledad percibida, el intercambio permite tener una escucha, tener una interacción con otro ser humano. Eso incide en una mejor salud mental, dado que la persona mayor puede sentirse parte de una relación. El sentido de pertenencia, el sentido de vinculación, de tener algún propósito en la vida. Todo eso se puede dar en un intercambio generacional.
Por lo tanto, se gana en aprendizajes y en salud mental con estos intercambios generacionales. Además, aumenta la visión positiva de la vejez, disminuyendo el edadismo.
El edadismo contribuye a que el cuidado de las personas mayores sea visto como algo negativo. Si se piensa que una persona mayor con necesidades de cuidado ya no puede aportar, que es mañosa, o que tiene sus hábitos y no va a cambiar, etc., el cuidado de dicha persona se podría considerar como algo tedioso, lo cual no necesariamente es real. El cuidado es una relación recíproca en la que dos (o más) personas contribuyen y de la que también se generan aprendizajes y ganancias.
Por eso, educar para que seamos menos edadistas, concebir los cuidados como un acompañamiento recíproco y conceptualizar estos fenómenos de manera más realista, nos permitiría que cuidar y ser cuidados fuera una tarea más amable para todos.
¿Cómo se cambian las visiones negativas de la vejez? A través del discurso, del lenguaje que utilizamos, pero principalmente mediante acciones, educando y fomentando el intercambio generacional. Es una misión que va a tomar tiempo, pero soy optimista de que lentamente vamos a ir logrando que el edadismo disminuya”.