Claudia Peña y su comunidad de yoga para la salud
En 2007 la maestra de yoga, Claudia Peña, trabajaba como publicista en el área de marketing de una agencia, cuando comenzó a experimentar un importante estrés laboral. Para solucionarlo fue al médico, tomó suplementos, cambió algunos hábitos de sueño y alimentación, sin embargo, llegó un momento en el que se dio cuenta que nada de eso la estaba ayudando de verdad. “Ahí empezó mi crisis vocacional: cuando entendí que mi trabajo dañaba mi calidad de vida y salud”, dice.
En la búsqueda de un cambio de vida llegó al yoga y la meditación. Esta práctica le permitió descubrir qué era lo que realmente le hacía feliz. Con el mismo entusiasmo y dedicación que le había puesto a la publicidad comenzó la práctica del yoga y en tres años se había certificado como maestra. Pero el cambio real vino tiempo después, con lo que define como ‘el día cero’.
“Me encontré con un mensaje en el que buscaban una profe de yoga para hacerle una clase a una paciente hospitalizada con leucemia. Me ofrecí sin pensarlo y me fui a la clínica con la idea de hacer una clase normal, pensaba que la iba a poner en un mat, que íbamos a hacer diferentes posturas. Pero me enfrenté a una paciente con quimioterapia, conectada a una máquina, en una camilla”, cuenta. Fue como un despertar. Se dio cuenta de que todas las veces que dijo que el yoga es para todos, no estaba siendo consciente de que hay mucha gente que no puede practicarlo.
Ese día solo meditaron, le hizo algunos ejercicios de estiramiento y respiración, pero cuando llegó a su casa comenzó a investigar qué pasa en el mundo, en los grandes hospitales de cáncer. No se podía resignar a la idea de que esta persona, que realmente necesitaba de esta práctica, no pudiera hacerlo. Viajó, se especializó y desde entonces lleva 14 años dedicada a la enseñanza e investigación de la práctica de yoga en pacientes con cáncer con el objetivo de aliviar los síntomas secundarios que experimentan por sus tratamientos de quimio y radioterapia. Ha sido terapeuta de centenares de pacientes con cáncer en Latinoamérica y EEUU trabajando con sus equipos médicos para la efectividad de sus tratamientos desde una mirada integrativa.
Sin embargo, el comienzo no fue fácil. “En esos años, que fuera una profe de yoga a la clínica era súper raro para los que trabajaban ahí. De a poco me fui ganando un espacio porque al principio, obviamente, ni al doctor ni a nadie le gustaba mi presencia; tenían temor de que esto fuese algo que al paciente no le hiciera bien. Y por otra parte, no había tanta evidencia como lo hay ahora. Comencé a hacer una bitácora con esta paciente. Íbamos anotando sus síntomas y yo me iba con tarea para la casa para seguir investigando cómo podía ayudarla desde un lugar terapéutico. La sesión siguiente la hacíamos con el objetivo de manejar esos síntomas que ella iba experimentando. No era algo estándar, las sesiones se armaban en base a esta conversación de terapeuta y paciente, muy humanista”.
De a poco se empezó a correr la voz sobre los avances que esta paciente iba experimentando en su rehabilitación física y salud mental: recuperó peso, movilidad, mejoró su insomnio y estreñimiento que a veces ocurre como consecuencia de los mismos tratamientos contra el cáncer. Incluso mejoró su estado de ánimo y su “fortaleza de espíritu”, dice Claudia.
Así que uno de los doctores le pidió una reunión. “Me dijo que necesitaba que le contara qué pasaba cuando me encerraba con una paciente en un sala y en la puerta colgaba un cartel que decía ‘No molestar, estamos meditando’. Le mostré mi cuaderno con la bitácora y le fui contando lo que hacíamos cada día. Le expliqué que el yoga ayuda a regular el sistema nervioso porque cuando estamos más relajados, disminuye el cortisol que es la hormona del estrés. Lo empezó a entender y me dijo que estaba sorprendido y que los resultados le parecían muy interesantes”, recuerda.
Así fue como le empezaron a pedir más sesiones, hasta que en un momento su agenda estaba repleta de pacientes con leucemia y cáncer de mama. Tuvo que dejar el centro de yoga donde hacía clases para dedicarse a tiempo completo a lo que más tarde bautizó como Yoga Medicina.
La comunidad
Hasta ese momento Claudia sólo había trabajado en algunas clínicas. Pensó que tenía que llegar a más personas, especialmente en hospitales públicos. Así que armó un proyecto, lo presentó en el Instituto Nacional del Cáncer y a las pocas semanas se lo habían aprobado. Comenzó como un taller recreativo, como el de palillo o el de maquillaje.
Que les ha hecho bien, que tienen más energía, que disminuyen las náuseas y el dolor, fueron algunos de los comentarios que empezó a escuchar. “Hay un síntoma que es la fatiga oncológica que generalmente se trata con medicación, y acá nos dimos cuenta de que la gente que iba a yoga mostraba muy buena respuesta a este síntoma. Así que desde otras áreas comenzó a haber una derivación más constante a nuestro taller, hasta que todos entendimos que esto era mucho más que algo recreativo”, cuenta Claudia.
Así que siguió sumando esfuerzos y en 2016 creó la Fundación Yoga Medicina, que hoy trabaja en el Instituto Nacional del Cáncer atendiendo a centenares de pacientes de forma gratuita para apoyar sus tratamientos y mejorar su calidad de vida.
Junto con eso, creó una escuela en la que capacita a médicos, kinesiólogos, psicólogos, terapeutas, profesores y buscadores espirituales con ganas de aprender la medicina preventiva del yoga para mejorar su calidad de vida y la de sus pacientes. “La idea es compartir este conocimiento con los profesionales de la salud primero para su autocuidado, porque muchos de ellos tienen enfermedades crónicas o sufren de estrés por lo que implica el cuidado; y segundo para que, en base a su experiencia, se nutrieran de estas herramientas para entregar a sus pacientes una atención más integral, integrativa y también humanizada”, explica.
– Usas mucho el concepto ‘humanización de la medicina’, ¿a qué te refieres?
A los pacientes a veces se les da un pronóstico de meses de vida y eso obviamente gatilla muchas emociones que los perturban, a lo mejor se sienten ansiosos, con mucho miedo, y eso puede afectar cómo reciben sus tratamientos. Es muy distinto cuando una persona recibe la quimio meditando, escuchando una música que le hace sentir bien, a que esté en una sala fría, pensando que lo que le están metiendo en el cuerpo es veneno.
Humanizar la medicina implica tratar al paciente como un ser integral, considerando no sólo su enfermedad, sino también su contexto, emociones y calidad de vida. Este enfoque es especialmente crucial en enfermedades crónicas, donde la relación médico-paciente debe basarse en la empatía, la escucha activa y el respeto mutuo. Con el yoga lo que hacemos es complementar estos principios con técnicas que fortalecen la resiliencia, alivian el estrés y mejoran la calidad de vida, tanto de los pacientes como de sus cuidadores.
– Actualmente en el instituto incluso cuentan con una sala de yoga, ¿cómo has visto este progreso?
En el trabajo en el Instituto hemos sido pioneros en abrir una unidad de medicina integrativa con el impulso de Yoga Medicina, pero que con el tiempo se han ido sumando otras terapias hasta transformarnos en un referente de esta atención multidisciplinaria centrada en el paciente. Yo cuento esta experiencia en otros países, voy mucho a Estados Unidos y siempre se considera como un referente.
– ¿Cuáles son los próximos pasos?
Nuestra idea ahora es seguir fortaleciendo la colaboración entre instituciones de salud, legisladores y comunidades para avanzar hacia un sistema de salud más inclusivo y compasivo, no solo cuando se trata del cáncer, sino que en distintas áreas, por ejemplo la salud mental. Queremos avanzar hacia un sistema en donde las personas sean atendidas en todas sus dimensiones humanas: física, mental, energética y emocional.
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