Paula 1217. Sábado 14 de enero de 2017.
Un día soleado ilumina las ventanas donde se aparecen los hijos de Constanza Fernández (36); Emilia (6) y Clemente (4) saludan y gritan los nombres de los perros que circulan aletargados por el calor de Casablanca. Coco vive en esta casa hace casi 3 años, cuando –convencida de que la vida de campo sería una experiencia que marcaría los recuerdos de infancia de sus hijos– decidió dejar Santiago y cambiarse al campo familiar. Sabía que el costo sería alto; para su marido, quien tendría que ir todos los días a Santiago a trabajar. Para ella, quien debía llevar a su hija al colegio en Valparaíso, hacer las cosas de la casa, cuidar a su hijo menor y, además, si es que le quedaba algo de tiempo, dibujar o trabajar en sus proyectos. Pero también sabía que los beneficios serían enormes y los sacrificios de los adultos serían compensados por las alegrías de los niños. Y no se equivocó, aunque lo que no se imaginó, es que este espacio le entregaría el silencio necesario para crear.
Coco creció en Santiago, pero cada fin de semana llegaba con sus papás y hermanos a Casablanca. Estudió unos años Arte en la Universidad Católica, pero no terminó. Y es que en realidad lo suyo no era ser artista.
Espiral y movimiento
¿Qué te pasaba cuando estudiabas Arte que te hizo tanto ruido?
Me pasaban varias cosas, que he ido entendiendo con el tiempo. Primero, mi propia historia, lo chica que era. Salí del colegio sin cachar nada de la vida, no sabía muy bien dónde estaba parada. La metodología de aprendizaje en ese entonces estaba supeditada a las bellas artes clásicas. A mí me costaba dibujar una figura humana, esculpir y pintar. A pesar de que me fue bien al principio, me empecé a insegurizar. Me gustaba el arte, pero no estaba cómoda con lo que hacía. Me di cuenta de que mi herramienta de expresión siempre ha sido el cuerpo, el movimiento. Desde los 6 años que he estado en clases de danza. Cuando empecé el tercer año en Arte, tomé pocos ramos y paralelamente hice un curso de Introducción a la Danza en la Compañía de Danza Espiral, fundada por los bailarines Joan Jara y Patricio Bunster. Ahí lo pasé increíble. Me hice de un par de amigas y sentí que se me abrían el mundo y la cabeza. Al año siguiente, postulé a Danza en la Universidad de Chile y quedé.
¿Cómo fueron esos años?
Fueron de mucho crecimiento. Viví mil historias. En paralelo estudiaba Estética en la Universidad Católica y corría para llegar a esas clases. Me sirvió mucho la mezcla de conocimientos ya que un tiempo después, trabajé evaluando proyectos de fondos concursables en danza.
¿Seguiste bailando?
No tanto. Aunque sigo participado en varios proyectos. Me pasa que me voy adaptando a lo que la vida me va mostrando y me encanta meterme en mundos nuevos. Además, tuve a mi hija Emilia y empecé a trabajar como productora en una agencia que hacía catálogos para retail. Me iba a producir a la calle Meiggs en pleno diciembre buscando cosas de escolares cuando todo lo que había era de Navidad. Viví la locura de la ciudad a concho.
Con ésta técnica las pelotitas de vellón quedan compactas y sin grietas. Puedes usarlas para hacer cabezas de muñecas, animales, collares o lo que quieras.
La madre de la culebra
¿Cómo fue la decisión de salir de Santiago?
Fue algo que me daba vueltas por mis hijos. Cuando nos vinimos a Casablanca mi hijo Clemente gateaba, y yo había escuchado que la experiencia de vivir en el campo y en contacto con la naturaleza se queda grabado para siempre. Aunque sea por poco tiempo. Yo ya tenía esta casa y tenía la sensación de que cambiándonos íbamos a ahorrar y a tener una vida más tranquila. No ahorramos mucho por la distancia, pero sí hemos tenido una vida más tranquila.
¿Sientes que tus hijos ya tienen grabado este lugar?
De todas maneras. Me doy cuenta en cosas chicas. La Emilia puede ser una princesa y andar con corona embarrándose en el huerto. El otro día vio un bicho, la madre de la culebra, lo agarró para mirarlo y lo pusimos en un frasco. Encuentran tesoros todos los días. Creo que son experiencias que jamás se les borrarán.
¿Y tú te acuerdas de tu infancia?
Mucho. Me acuerdo perfecto de mi pieza, de esos cuadros como posters que estaban de moda en los 80. Por eso cuando empecé a decorar las piezas de mis hijos sentí que debía poner imágenes que les generaran algo, no solo por lindas, sino algo que estimule su imaginación y acompañe sus recuerdos.
¿Qué cosas les hacías?
Empecé a pintar en acuarela. Pintaba juguetes o imágenes que me gustaban. Varias personas me decían que tenía que vender lo que hacía o me ofrecían comprar las ilustraciones. Ahí me di cuenta de que tenía que moverme un poco y que esto se podría convertir en un emprendimiento. Mi marido me ayudó con el nombre de la marca, Coco & Co. y empecé a tomármelo más en serio.
Zorro Culpeo
¿Cómo ha influido este lugar en lo que estás haciendo en Coco & Co?
Este lugar ha sido todo. Empecé a mirar mi entorno y a darme cuenta de que en la naturaleza estaban todas las imágenes que debía hacer. Un día cuando llevábamos a la Emilia al colegio, se acercó un zorrito culpeo, lo vimos tan cerca que le tomamos una foto. Le dije a la Emilia que el zorrito le había venido a decir chao para que se fuera al colegio, y ella todavía se acuerda de ese encuentro cercano. En ese momento entendí que desde mi ventana podía encontrar un sinfín de inspiración.
De las acuarelas saltaste a lo tridimensional, ¿cómo fue ese traspaso?
Ahí la danza ha sido clave. Yo tenía algo de experiencia en escultura cuando estudié Arte, pero la flexibilidad, el movimiento y la composición en el espacio, vienen de mi experiencia bailando. También conocí a la Eliana Guzmán que me ayuda en todo lo que hago. Ella es una artesana que vive en un pueblo que se llama La Playa. Es seca. Hace de todo, le encanta el desafío y aprende rapidísimo. Con ella he experimentado técnicas hasta dar con la que mejor se ajusta a lo que tengo en mente. Empezamos a trabajar en vellón, de puro autodidactas y perseverantes.
Además de móviles de vellón, Coco & Co. está desarrollando una línea de productos con ilustraciones de flora y fauna chilena, como este juego Memorice que puedes encontrar junto al resto de los productos en Tienda Milaires.
El trabajo de agujar vellón es largo.
Sí. Pero a mí encanta el trabajo de chino. Soy detallista y meticulosa. Trabajar en vellón es como esculpir a miniescala. Además, si uno se equivoca se puede arreglar fácil. Lo que me da la posibilidad de trabajar una forma hasta que quede como yo quiero.
Con dos niños chicos. ¿Tienes alguna rutina de trabajo?
Tuve que adoptar una para optimizar el tiempo. Durante el año pasado iba a dejar y a buscar a la Emilia al colegio. Perdía mucho tiempo trasladándome y no alcanzaba a hacer nada. Me empecé a quedar en Valparaíso hasta que ella saliera de clases al mediodía y, mientras, trabajaba en cualquier café cerca del colegio. Al par de semanas me di cuenta de que no era muy buena idea, porque entre el cafecito y el quequito no avanzaba nada y corría el riesgo de engordar mucho. Un apoderado me dio la idea de pedir un espacio en el colegio para trabajar. Me prestaron la biblioteca. Ahí me concentré y trabajé a full. Partía con aguja en mano a las 8 de la mañana y la soltaba a las 12 del día.
¿Por qué decidiste que debías hacer móviles?
Como mamá me doy cuenta de que muchas veces las piezas de los niños son un caos de desorden y uno mira al cielo y está vacío. Hay otra conexión con ese espacio, es más contemplativo. Además, las figuras de vellón son delicadas y podrían estropearse si se usan para jugar. Empecé a probar colgándolas con distintas bases de madera. Sigo explorando cuál es la ideal para que sea más fácil meterlas a una caja y enviarlas a los lugares. No he dado con la manera exacta, pero estoy segura que la encontraré.
Tienda Milaires: Alonso de Córdova 2843, Vitacura, fono 22953 5193 o contactar a Coco Fernández a través de su cuenta de Instagram: @coco_y_co.
Paso a Paso
Móvil de nube y pelotitas de vellón
Materiales:
- Pedazos de vellón de colores y blanco.
- Hilo de algodón blanco para crochet.
- Relleno para cojines.
- Aguja para vellón.
- Aguja para lana larga.
- Tijeras.
Para las pelotitas de colores:
1. Tomar un trozo de vellón y hacer un nudo.
2. Forrar el nudo con los extremos de vellón que sobraron.
3. Comenzar a pinchar con una aguja para vellón de manera que los extremos se unan y la pelotita empiece a compactarse.
4. Con las palmas de las manos hacer rodar la pelotita hasta que quede homogénea y firme.
Para hacer la nube:
1. Tomar un trozo de relleno para cojines. Darle la forma de una nube tomando un extremo y pinchando con la aguja de vellón.
2. Cuando la forma de la nube esté lista, cubrir con una capa de vellón blanco.
3. Comenzar a pinchar con aguja de vellón hasta que quede compacta.
Montar el móvil:
1. Tomar un trozo de hilo de crochet y hacer un nudo en un extremo. Enhebrar la aguja de lana.
2. Tomar una pelotita de vellón y atravesarla por el centro con hilo. Repetir con todas las pelotitas. Cortar el hilo sobrante en el extremo donde está el nudo.
3. Tomar la nube y atravesarla con hilo.
4. Colgar la nube para comenzar a atravesar los hilos con las pelotitas.
5. Cortar los sobrantes y esconder los nudos tapando con vellón.