En 2017 la artista digital licenciada en gestión de medios y entretención, Gia Castello (28), se inscribió a un curso intensivo de programación y desarrollo web impartido por una organización argentina que busca enseñar a programar, pero sobre todo crear redes entre mujeres en el rubro tecnológico alrededor del mundo. Hasta entonces, Gia se había dedicado a la producción ejecutiva en radio, cine y televisión, pero siempre se consideró una tecno fetichista. Fue, de hecho, en 2014 que se integró al colectivo Hacks Hackers Buenos Aires y realizó su primer reportaje con realidad virtual, cuando aún no existían las cámaras panorámicas en 360º. Desde entonces, la programación se volvió una herramienta para poder contar historias en otros formatos. El año que se metió al “bootcamp” –como se le denomina al intensivo–, dejó su carrera de arte.
A la versión anterior del bootcamp había asistido un poco antes la fotógrafa y comunicadora Constanza Yáñez Calderón (31). Sus intereses siempre habían sido otros: fue freelance y también formó parte del área comunicacional de una dirección de Estado, y recién a los 22 años quiso aprender a hacer una página web, pero nunca pensó que sería más que un simple pasatiempo. O eso al menos se encargaron de decirle sus más cercanos: que lo hiciera de repente, porque ciertamente no iba a vivir de eso.
Ocho años antes, de hecho, cuando había visto a sus dos amigos enseñarse mutuamente a programar, quiso saber qué estaban haciendo y les preguntó. Le explicaron a grandes rasgos, pero al final dijeron: “Ojo que la programación no es para mujeres”.
Finalmente, después de haber postergado ese interés latente durante años, y mientras estaba ayudando a armar la página web del Estado, empezó a cuestionarse cómo se hacía el botón que llevaba de una página a otra. Y de una buena vez, quiso aprender. “Vi la publicidad del bootcamp y empecé a darle forma a un interés que siempre estuvo, pero que nunca vi más que como un hobby. Renuncié a mi trabajo y empezó a ser una realidad. Pero esto solo se dio y pude seguir gracias al acompañamiento de las comunidades de mujeres que están en esto. Nos vamos ayudando y se crea un soporte de apoyo. Me cuesta mucho pensar que lo hubiese logrado sin ellas, porque justamente la autopercepción que tenía era que al ser mujer, no servía para la programación”.
Luego de terminar el bootcamp, ambas quedaron con ganas de aprender más. Se enteraron que, entre muchas otras comunidades tecnológicas con enfoque ciberfeminista, existía un grupo incipiente llamado Chicas en Cafés, que se reunía en distintos cafés de la ciudad a programar. Fue ese el punto de partida del colectivo Chicas Programando (@chicasprogramando) –compuesto actualmente por nueve miembros de distintas disciplinas, entre ellas Gia, Constanza y Daniela López (32), instrumentadora quirúrgica y fundadora de Chicas en Cafés–, cuyo fin es el de potenciar el ingreso de mujeres y disidencias al rubro tecnológico y facilitar sus primeros pasos laborales.
En estos meses de pandemia lograron recaudar suficientes fondos para becar a 40 mujeres de distintas edades –de Buenos Aires y provincias– para que pudieran ser parte de 14 encuentros de Data Science hechos con Python (lenguaje de programación), iniciativa convocada por ellas y a la que postularon más de 850 mujeres. “Fue hermoso ver que el interés está, pero todavía hay muchos obstáculos que dificultan nuestra entrada. Nosotras lo que queremos hacer es lograr que del decir ‘soy mujer y quiero programar’ a realmente salir y conseguir el primer trabajo en tecnología, ese trecho no sea tan grande y complejo. Que realmente se pueda hacer y de manera tranquila y protegida, con una red de apoyo”, explica Gia.
En este cruce entre tecnología y feminismo, las integrantes del colectivo de programadoras se ha vuelto un referente para las empresas tecnológicas, a quienes ellas mismas han ido a tocarle la puerta para pedirles prestados sus espacios para impartir charlas y talleres. Y es que, como explican ambas, desde los inicios del techno feminismo, que se remonta a colectivos como VNS Matrix (Australia en los años 90) y más recientemente Laboria Cuboniks (que en 2015 publicó el Manifiesto Xenofeminista), han surgido muchas micro comunidades que buscan apropiarse de, repensar y modificar las tecnologías en pos de una democratización de sus beneficios, para volverlas a su vez facilitadoras de la emancipación de la mujer, la pluralidad de los géneros y la desaparición del binarismo, entre otras cosas. Pero aún así, es mucho lo que falta.
“Es un mundo que sigue siendo mayormente masculinizado y habitado por hombres. Y, como dice la filósofa Donna Haraway –autora de Cyborg Manifesto– la otredad resulta ser una amenaza para lo hegemónico. Eso es lo que pasa en la industria tecnológica”, explica Gia.
¿Cuáles son algunas de las barreras de entrada a las que se enfrentan las mujeres cuando quieren ingresar al mundo de la tecnología? Pareciera ser que desde el inicio estamos limitadas por un contexto que nos hace incluso creer que no somos lo suficientemente buenas para este rubro.
Gia: Cada vez que los hombres postulan a cargos laborales dentro del rubro de la tecnología, se lanzan incluso si no cumplen con todos los requisitos o habilidades. Lo hacen porque entienden que es una industria a la que pertenecen. A las mujeres nos cuesta mucho más; si no cumplimos con cada una de las solicitudes, no postulamos. Esto pasa en todos los rubros, pero más aún en la tecnología. Y es que de base, hay una cultura patriarcal que nos limita de entrada. En ese sentido, no es que nosotras nos auto boicotiemos. Esas percepciones que tenemos de no ser capaces se generan y son consecuencia directa del contexto en el que vivimos. Ahí es donde las comunidades y tener referentes se vuelven ladrillos en el piso que ayudan a tener una estabilidad psicológica y emocional, para sentir que podemos. Si eso se desmorona, no es posible hacerlo.
Justamente hace dos semanas veía una conferencia de una niña de 10 años que estaba explicando cómo hizo una aplicación con distintas features. Y Wes Bos, que es uno de los grandes en el mundo de la programación, comentó: “We should all be worried about our jobs” (todos tenemos que estar preocupados por nuestro trabajo). Eso lo dice todo. Ahí está el hombre abierto con su conocimiento, pero que cuando ve a una niña de 10 años, en vez de incentivarla, la considera una amenaza. Esas son las barreras a las que nos enfrentamos de entrada. Por eso estos espacios y colectivos son fundamentales para el feminismo y para la democratización de la tecnología. Nosotras empezamos a unir fuerzas, a pedir espacios y caterings y armamos una comunidad con códigos de conducta, para que fuese un espacio seguro para mujeres y disidencias sexuales.
Constanza: Queríamos conocerlas, saber en qué momentos de sus carreras estaban. También queríamos que supieran que hay distintos roles y oportunidades en la tecnología, que no se trata solo de ser programadoras Frontend (diseño y layout con el que interactúa un usuario en un sitio web o aplicación) o Backend (guardar, proteger y organizar la información de una aplicación o sitio web). Y en eso fuimos sintiendo la necesidad de armar comunidad, sobre todo para acercar a profesionales que ya tuvieran experiencia y que contaran cómo iban navegando el rubro de la tecnología siendo mujeres. Estos espacios son masculinos y nosotras queríamos dar cuenta que solo a través de una red de apoyo entre mujeres se puede ir cambiando la realidad.
¿Cómo es abrirse camino en un mundo de hombres? ¿A qué tipo de prejuicios se enfrentan?
Constanza: Me han tocado experiencias muy malas, pero así también me pude hacer un lugar en este ambiente en el que es difícil incluso sentarse a hacer el trabajo, por los comentarios que te llegan y las actitudes propias de un rubro masculinizado. Lo que me sirvió mucho fue contar con el apoyo de Recursos Humanos cuando les propuse hacer talleres de género, sin ocupar esa palabra, porque al parecer a todos les asusta. Ahí quise dar cuenta de que hay ciertos comentarios o dinámicas que no van a lugar, no solo por mí, sino que para todas las demás mujeres que van a venir. El cambio hay que hacerlo más allá de lo personal.
También me sirvió mucho tener referentes femeninos. Me parece de suma importancia seguir dando charlas y abriendo espacios con mujeres que tengan más experiencia que nosotras. Porque esa es la muestra de que podemos. A una de mis referentes la llamé para que me ayudara a ver si esto era para mí o no. Ella me dijo que no iba a ser fácil, pero que había un montón de gente que me iba a ayudar. Así ha sido; entre nosotras nos vamos ayudando. Me cuesta mucho pensar que lo hubiese podido hacer si no tenía esta red de mujeres a mi alrededor. Si las hubiese conocido antes quizás me hubiese metido en esto aquella vez cuando tenía 16 y me interesó, pero mis amigos me dijeron que no era cosa de chicas. Tener referentes es clave.
Gia: Nosotras abrimos un espacio para que las mujeres puedan aprender de otras en un ambiente seguro, pero muchas veces terminamos siendo psicólogas y acompañantes. Porque no es fácil abrirse camino en este rubro. Nos enfrentamos al acoso laboral, porque son todos hombres y se apoyan entre ellos, a disparidad salarial, al techo de cristal y a tener que vivir con la carga psicológica y emocional de sentir que tenemos que demostrar que nos merecemos el puesto.
¿De qué manera pensamos una tecnología inclusiva con perspectiva de género?
Gia: Hay tres ejes claves aquí. Primero, si se quiere hacer tecnología inclusiva, hay que tener un equipo diverso. Eso es lo único que va dar como resultado una tecnología sin sesgos, porque ese equipo va pensar en soluciones desde sus perspectivas y vivencias. Segundo, hay que atenerse a un código de conducta que haga que ese equipo se sienta cómodo y se pueda desplegar en su totalidad. Si tienes un equipo que crea tecnología en un ambiente hostil, no se pueden crear cosas nuevas y siempre va ser una sola voz la que termina mandando. Es muy probable que esa voz sea de un hombre blanco, heterosexual y de clase media alta. Y tercero, hay que crear espacios seguros. Con eso me refiero a comunidades, que existan referentes y cupos en las conferencias. Que haya representatividad y visibilidad. Y no solo a nivel de género, porque hablar de eso ya se queda chico. Hay que tener diversidad de clases, razas y lugares geográficos. Tiene que ser interseccional. Porque todo pasa en las capitales, pero para que las tecnologías realmente sean inclusivas tienen que llegar a los pueblos chicos.
Constanza: Si no se hace tecnología liviana y accesible, seguimos reforzando las dinámicas excluyentes. Hay que crear productos para que personas con distintas capacidades también puedan acceder, porque hay muchos que no están pudiendo hacer cosas cotidianas como obtener información básica, comprar algo por internet, leer un artículo, más aún en estos meses de pandemia. Hay trabas a todo nivel, y si no estamos haciendo tecnologías pensando en todas y todos, ya desde ahí damos paso a un sesgo enorme.