Un día, como de costumbre, Yani Urbina (33) fue a comer sushi con salmón crudo. La diferencia es que esta vez, al poco rato de comer, comenzó a sentirse irritable. Lo describe como una sensación extraña que luego se transformó en un malestar general. “Fui al baño y comencé con una diarrea fulminante, que no se pasó al día siguiente, así que decidí ir a la urgencia. Allí me vio una especialista que me pidió una colonoscopía y otros exámenes de deposiciones. Esos resultados arrojaron que tenía una colitis ulcerosa”, cuenta. El diagnóstico fue muy duro para ella, primero porque no sabía nada del tema, y luego porque la doctora se lo describió como una enfermedad que no tiene cura. Le dijo además que tendría que tomar Mesalazina toda la vida, entre otros medicamentos –cerca de ocho pastillas diarias– que se salían completamente de su presupuesto.

La ONG Crohns&Colitis Foundation define a la colitis ulcerosa como una enfermedad inflamatoria crónica del intestino grueso, o colon, que afecta su recubrimiento y causa la formación de lesiones pequeñas o úlceras. “Estas úlceras producen pus y mucosidad, lo que provoca dolor abdominal y la necesidad de evacuar con frecuencia”, dice. Y agrega: “La colitis ulcerosa es el resultado de varios factores que aún no se comprenden del todo bien. Sin embargo, se cree que una respuesta inmunitaria anormal, la genética, los microbiomas y los factores ambientales contribuyen a su formación. Además, las investigaciones sugieren que la colitis ulcerosa podría verse desencadenada por la interacción entre una infección vírica o bacteriana en el intestino grueso y la respuesta inmunitaria del cuerpo”.

Los síntomas son variados según la gravedad de la inflamación y la región donde aparezcan, pero los más habituales son: diarrea, que suele tener sangre o mucosidades; dolor y cólicos abdominales; dolor en el recto y región anal; sangrado rectal (evacuar heces con una pequeña cantidad de sangre); necesidad urgente de defecar; incapacidad para defecar a pesar de la urgencia; baja de peso, fatiga y malestar general.

Tema tabú

Alrededor de un cuarto de los chilenos sufre algún trastorno digestivo funcional que puede provocarle dolor abdominal, hinchazón, diarrea o constipación. Pero este es un tema de conversación a puertas cerradas; nadie quiere hablar de lo que sucede en su intestino y menos en su baño. El problema es que la consecuencia es que pocos consultan a un médico y, por tanto, abunda la desinformación que sólo termina por agravar el problema. “A mí me pasaba que cuando estaba con la crisis, tenía que correr al baño, estuviera donde estuviera. Además varias veces al día y eso es incómodo y da vergüenza, no puedes hacer una vida normal. A eso se suma que ver sangre, que sale de tu interior, es muy angustiante. Pero no es un tema fácil de hablar, a mí me costó mucho encontrar información”, afirma Yani.

De hecho, en la cuenta de instagram @colitis_ulcerosa_ –en donde se comparte información sobre esta enfermedad–, la creadora cuenta de los efectos secundarios de uno de los tratamientos que le recetaron y dice que, al final, tuvo que –literalmente– googlear para encontrar más respuestas en papers científicos, porque no conocía a nadie más que hubiese compartido su experiencia.

Por eso es que Yani quiso compartir esto. Y es que, además, vivir esto en soledad empeora el asunto. “A mí la doctora me derivó a la psicóloga. Me advirtió que esta es una enfermedad inflamatoria intestinal (EII) y que éstas se suelen asociar a trastornos psicológicos”, dice Yani. “Las personas con colitis ulcerosa tienen mayor probabilidad de desarrollar trastornos psicológicos –depresión, ansiedad, crisis de pánico– que la población en general, y durante los brotes, la ansiedad y los síntomas depresivos son frecuentes, y estos pueden aparecer a consecuencia de la medicación”, agregan en la publicación.

“A mí me pasó que con el tratamiento me comencé a sentir mejor. Pero cada vez que estaba estresada o que pasaba un mal rato, me volvía a sentir mal, inflamada y volvía a hacer deposiciones blandas y con sangre. Y eso a su vez me hacía sentir mal. Es muy depresiva esta enfermedad”, afirma Yani.

¿Hay solución?

Aunque se define como una enfermedad crónica, el doctor Gustavo Walsen, gastroenterólogo de Clínica Alemana, indica que “estos tratamientos bien administrados pueden ser altamente eficaces para mejorar y mantener el bienestar general de los pacientes, optimizando su calidad de vida y su estado nutricional”.

A Yani, además del tratamiento, la doctora le entregó una lista de alimentos prohibidos. Y aunque ella nunca más los probó, aún así se empezó a dar cuenta de que había otros alimentos que no estaban enumerados y que también le hacían mal. “Así llegué al dato de un doctor que –según me dijeron– sana este tipo de enfermedades autoinmunes a través de una dieta muy muy estricta, sin alimentos procesados ni envasados y con una lista grande de suplementos, además de la incorporación de prácticas relajantes como el Yoga y la meditación. Sin dejar la medicación, obviamente”.

En el fondo, cambiando el estilo de vida completamente. Y así lo hizo. “Hace dos años y medio tuve a mi hijo y decidí irme al sur a vivir. Me di cuenta de que en Santiago, aunque hiciera yoga, el estrés estaba en todos lados”, dice. Y funcionó: desde que se mudó, se comenzó a sentir “increíble”.

“Con los remedios y la dieta me comencé a sentir mejor, pero igual a veces me daban crisis de dolor agudo. Y aunque no tuviera una crisis siempre había una sensación de inflamación. Pero desde que me cambié, nunca más sentí ese dolor, al punto que dejé los remedios. Así que yo creo que va muy de la mano con un tema psicológico. El sanar, para mí, fue aprender a desligarme de todo y vivir una vida tranquila, libre, sana, de mucho autocuidado. Para la medicina tradicional esta es una enfermedad que no tiene cura; dicen que puede que uno esté en remisión muchos años, pero que siempre puede volver. Pero yo espero y siento que no será así, porque hoy yo me siento sana”, concluye.