Paula.cl
Una de las cosas que más me impactó trabajando con colegios en contextos de alta vulnerabilidad es la poca experiencia de vida que tenían los estudiantes. Muchos de los niños que estudian en los cerros de Valparaíso no han tocado el mar. Lo ven casi todos los días, pero nunca lo han tocado. Y no se trata de una experiencia aislada. Varios de nuestros estudiantes en Ancud nunca han salido de la isla. No conocen Puerto Montt. De la misma forma, varios de nuestros estudiantes de Coronel nunca han estado en la plaza de armas de su ciudad.
El problema es complejo porque, sumado a lo anterior, los estudiantes "no saben que no saben". Es muy difícil para un profesor tratar de plantear una clase de geografía si el mundo para ellos es tan chico, o una clase de matemáticas si no comprenden realmente la importancia que esta herramienta puede tener para sus vidas.
¿Se imaginan lo que esto implica para sus aspiraciones, para las alternativas de futuro que tienen? Muchas veces la falta de expectativas, que tiene relación con las carencias de sus contextos, se profundiza por una perspectiva estrecha de lo que es el mundo y del papel que ellos pueden ocupar en él. Y aún cuando el uso de tecnologías amplía las opciones de explorar, esa experiencia también se ve afectada si te enfrentas a ella con un set acotado de posibilidades.
Es difícil para esos mismos estudiantes reconocer sus fortalezas. No tienen puntos de referencia, no se dan cuenta de "las miles de fortalezas que tienen, están ávidos de aprender, son ordenados y disciplinados", como dice su profesor que hoy trabaja en Ancud, pero necesitan exponerse a espacios más amplios de posibilidades.
Me acordé de la era de Colón, donde se pensaba que el mundo era plano. Y viviamos en función solo de los que podíamos ver; de lo que nos era cierto y cercano. No era opción ir más allá.
Esto da cuenta de la labor titánica que es poder abrir nuevas oportunidades a estudiantes en esos contextos. El "pasar la materia" es lo de menos. El trabajo arduo es generar experiencias para mostrar oportunidades y/o alternativas de futuro, abrir horizontes, mostrar caminos para llegar a ellos y luego prepararlos para que lo logren. Es trabajar expectativas, creencias, incluso valores en ciertos casos, y discernir cómo estas ayudan (o no) en el futuro deseado.
Pero esta analogía de la isla o del mar a lo mejor nos pega a todos. Después de 10 años trabajando en Enseña Chile, me doy cuenta de que a muchos nos pasa un poco lo mismo. De una manera, a todos "no falta tocar el mar que vemos desde la ventana, salir de nuestras islas y vivir la plaza". De distintas maneras todos tendemos a pensar que el mundo es tan solo las cosas que nos rodean, igual como la gente pensaba en la era de Colón.
Seguimos comprendiendo el mundo en función de aquello que conocemos y somos reacios a reconocer que hay otras formas de entender la realidad. Por eso nos cuesta entender que hay personas que piensan distinto, sencillamente porque no logramos entender el tipo de experiencia que ella o él ha tenido.
No es solo un desafío de estos profesores, es un desafío que tenemos hoy como sociedad. En un ambiente de mucha polarización y segregación, con debates de mala calidad, que muchas veces se reducen a 140 caracteres o a una cuña reducida, todos tenemos el desafío de salir de la isla, ir a la plaza del pueblo, o tocar el mar (no solo mirarlo), para cruzar la frontera de lo conocido y abrir así nuestro espectro de posibilidades y nuestra comprensión. Esto no necesariamente para cambiar una creencia o valor, sino puede ser incluso para reforzarla, pero no desde la mirada de nuestro ombligo o desde un balcón, sino desde una profunda convicción, una experiencia, un contraste y tantas cosas más que nos da el salir de nuestro zona de confort.