Paula 1101. Sábado 4 de agosto de 2012.
Son las ocho de la noche de un martes y cinco mujeres entre 27 y 48 años se reúnen en una sala pequeña y fría del tercer piso de la Vicaría Cordillera, al frente del colegio Villa María Academy. Una de ellas es delgada y las otras tienen, a primera vista, un sobrepeso de entre 10 y 20 kilos. Se sientan en sillas de colegio alrededor de una mesa, sobre la que hay hojas plastificadas con textos breves.
Uno dice: "Admitimos ser impotentes ante la comida y que nuestras vidas se han vuelto ingobernables". Otro señala: "Llegamos a creer que solo un poder superior a nosotros mismos puede devolvernos a nuestro sano juicio". Sobre la mesa hay un cartel que advierte: "No mencionamos alimentos". –Hola a todas, mi nombre es Magdalena, soy comedora compulsiva y bulímica. Damos comienzo a la reunión de Comedores Compulsivos. Las que así lo deseen, pueden compartir ahora con el grupo cómo estuvo su semana–, dice.
Magdalena (su nombre ha sido cambiado, al igual que el de otras mujeres entrevistadas del grupo, que tiene como uno de sus principios el anonimato), es muy delgada, tiene un trastorno de alimentación y, de este grupo, es la que lleva más tiempo asistiendo a estas reuniones semanales de Comedores Compulsivos Anónimos (CCA). Se trata de una agrupación de autoayuda que aborda la falta de control frente a la comida como una adicción –parecida al alcoholismo y la drogadicción–, que es tratada con el mismo programa de 12 pasos que utiliza Alcohólicos Anónimos y se basa en el apoyo mutuo de los participantes.
Los orígenes de la agrupación, conocida en inglés como Overeaters Anonymous (OA), se remontan a 1960 en Los Ángeles, Estados Unidos; hoy es una comunidad en la que participan unos 50 mil miembros en más de 75 países del mundo. En Chile existe desde fines de los 90, de manera intermitente, aunque en el último año ha vuelto a funcionar, en gran medida, gracias al esfuerzo de Magdalena y Roberta, ambas asumidas comedoras compulsivas.
-Hola, soy Sofía. Es la cuarta vez que vengo a estas reuniones y para mí ha sido muy importante reconocer que soy impo tente frente a esta droga que es la comida.
Sofía tiene 48 años, 12 kilos de sobrepeso, y dos hijos. Se pasa picoteando entre comidas y las dietas que le han recetado 5 nutricionistas no han prosperado. –Pienso todo el día en comer los chocolates con ciruela de la Varsovienne, o la torta de manjar de Las Palmas. La mayoría de las veces caigo, soy débil– dice. Todas le dicen "Gracias, Sofía". Habla entonces Jimena, con 20 kilos de sobrepeso, y parte confesando que en la semana se portó pésimo.
–Mi debilidad son las frituras y aunque llevo a la oficina mi lonchera de lechuga con quesillo para el almuerzo, me escapo al kiosco a comprar paquetes de papas fritas. A la salida del metro me compro unas sopaipillas y unas empanaditas en el carrito cerca de mi casa. He tratado de parar, pero me da mucha angustia, no me puedo controlar.
Al final, habla Luisa, de 28 años, que ese día llegó a su primera reunión en Comedores Compulsivos.
–Me identifico mucho con ustedes. Ya lo he intentado todo para dejar de comer de esa forma ansiosa y desesperada en que arraso con todo lo que hay en la casa. Las dietas, sicólogos, nutricionistas, terapias alternativas no me funcionan. En el verano mi mamá me pagó un programa con una doctora cubana bien famosa y bajé 10 kilos en dos meses. Ahora he recuperado más de la mitad, a punta de atracones. Mi mamá está enojada, mis hermanos y mis amigas me dicen: "¿por qué no dejas de comer, qué te cuesta cerrar la boca?". Y me siento pésimo, patética, loca, pero no puedo. La comida me gana. No sé qué más hacer.
"Al principio me daba mucha vergüenza, encontraba que ser adicta a la comida era como rasca. Pero ya tenía absolutamente claro que lo que me pasaba era lo mismo que a un alcohólico", dice Magdalena, una ex bulímica extrema que lleva 3 años asistiendo a las reuniones de Comedoras Compulsivas Anónimas.
El impulso de comer
Un comedor compulsivo es una persona que sufre un impulso imperioso de atracones de comida y no es capaz de detenerse. La siquiatría lo define como un trastorno de la conducta alimentaria, en la misma categoría que la bulimia o la anorexia. En Chile, 30,7% de las mujeres y 19,2% de los hombres tiene obesidad, según la última Encuesta Nacional de Salud 2010.
Además, entre 3 y 5% de los chilenos sufren trastornos de la conducta alimentaria como bulimia, anorexia y trastorno de comedor compulsivo o por atracón. "A una persona con trastorno alimentario no se le va a solucionar el problema yendo a un nutricionista que le dé una dieta maravillosa, porque no la va a cumplir hasta el final. Necesita tratamiento integral: con siquiatra, sicólogo y un nutriólogo médico", dice Verónica Irribarra, médico nutrióloga del Centro de Obesidad UC.
Según la siquiatra Patricia Cordella, jefa de la Unidad de Trastornos de Alimentación de la Universidad Católica y autora del libro Anorexia, bulimia, obesidad, alrededor de la mitad de los comedores compulsivos –si consultan rápidamente, antes del año de aparición de los atracones– pueden mejorar de raíz si hacen el tratamiento completo, que dura por lo menos un año. Pero hay un porcentaje de los pacientes (13%) que quedan crónicos de por vida. "Son aquellos que con los embates de la vida recurren a la comida porque no saben o no pueden hacer otra cosa y no logran salir completamente. Pero estarían peor si no se trataran. Y otro 30% logra una mejora parcial: mantienen su compulsión a raya, pero siempre están al borde del abismo".
Comedores Compulsivos Anónimos promete una alternativa de autoayuda, basada en el apoyo de pares, sin especialistas de por medio. Las principales herramientas que utilizan son las reuniones semanales donde los participantes comparten sus historias y se apadrinan unos a otros para llamarse y pedir ayuda durante sus crisis, cuando están a punto de comer compulsivamente. Además, siguen un plan de comidas moderadas que diseñan con ayuda de su padrino y que tratan de cumplir un día a la vez y también siguen un programa de 12 pasos, los mismos que utiliza Alcohólicos Anónimos, que parte de reconocerse como impotente frente a la comida, encomendarse a un poder superior y reparar el daño que su adicción ha causado a otra gente y a ellos mismos. Muchos también asisten a las reuniones de Alcóholicos Anónimos y a reuniones virtuales por Skype, porque no les basta con una reunión semanal. "Este es un programa complementario que no reemplaza el tratamiento médico. Pero saber que hay otros que han pasado por lo mismo y han salido adelante, siempre es motivador", explica Cordella.
Refrigerador con candado
Magdalena, de 35 años, desde hace seis asiste religiosamente a las reuniones de Comedores Compulsivos y lleva la batuta en la cita de este martes. Es una ex bulímica extrema. Dice que lleva tres años de abstinencia, es decir, sin darse atracones ni vomitar, lo que para ella es un logro tremendo.
Entre los 18 y los 30 años pasó por la consulta de dos siquiatras especializados en trastornos alimentarios, tres sicoterapeutas y un médico especializado en medicina biológica y acupuntura. En el periodo más agudo de su bulimia, cuando estaba en la universidad, llegó a pesar 40 kilos, vomitaba 20 veces al día y tomaba diuréticos y laxantes. Estuvo a punto de ser internada dos veces. Para que sus padres no se dieran cuenta cuándo vomitaba, ponía la radio en la cocina o prendía la ducha. A tanto llegó que sus padres construyeron una puerta con candado para encerrar el refrigerador y evitar que Magdalena arrasara con la comida. Pero ella aprendió a burlar ese sistema y robar comida que después tragaba a escondidas en su pieza. Daba lo mismo qué: era capaz de comer comida congelada o alimentos podridos.
A los 27 años su mamá le dijo "ándate de la casa, porque no soporto verte así". Cuando empezó a vivir sola llegó a gastar 50 mil pesos diarios en comida. "Después del trabajo compraba dos pie de limón para 10 personas, me los comía al hilo, vomitaba y seguía con sushi o pizzas a domicilio, era un saco sin fondo. Me dormía cada noche con dolor de guata y rogando que esto se detuviera, pero no podía parar", dice. Los daños físicos de la bulimia quedaron en su cuerpo hasta hoy. Se dañó el esófago y, por la acidez del vómito, perdió tres dientes y sus huesos se descalcificaron al punto de que hoy tiene osteopenia, enfermedad previa a la osteoporosis.
Cuando llevaba dos años de terapia, su sicólogo le dijo "¿No habrá algún grupo como Alcohólicos Anónimos, pero con la comida?". Magdalena decidió averiguar, encontró la página web de Comedores Compulsivos Anónimos y fue a su primera reunión, en 2006. Ese martes le prestaron el libro de los 12 pasos de CCA y, cuando leía los testimonios, se sentía identificada con todos. "Al principio me daba mucha vergüenza, yo encontraba que ser adicta a la comida era como rasca. Pero ya tenía absolutamente claro que lo que me pasaba era lo mismo que a un alcohólico. Los primeros tres años en que fui al programa me costaba mucho estar abstinente y tenía muchas recaídas. Tenía una madrina en mi grupo a la que llamaba llorando. Ella me preguntaba qué me había pasado. Le decía que me lo había comido todo. Y ella insistía en preguntar qué había pasado. Y yo hacía memoria y me acordaba de que mi jefa me había dicho algo pesado en la mañana. Entonces empecé a darme cuenta de que en mi cabeza no sentía las emociones, sino que automáticamente las transformaba en ganas de comer. Recién ahí empecé a reconocer y sentir por primera vez mi rabia, mi pena, mis miedos, mi estrés. Aunque me había hecho mucha terapia antes, nunca había encontrado el clic de lo que me pasaba emocionalmente con la comida. Llevo tres años sin un atracón y yo antes pensaba que era imposible. Este programa me devolvió la vida", dice Magdalena. La siquiatra Patricia Cordella afirma que en la base de trastornos alimenticios como la bulimia y de comedor compulsivo hay un desarrollo emocional incompleto: "La persona no sabe resolver ciertos estados emocionales y literalmente se come la rabia, la pena y el estrés. Pero, cuando recurre a los atracones, queda peor, se siente sucia, culpable, descontrolada, cercana a la locura", explica la doctora.
"Este programa es lo que me mantiene viva y cuerda. No somos un club de dietas ni un grupo religioso. Pero sí admitimos que somos impotentes frente a la comida y que nuestra vida se ha vuelto ingobernable", dice Roberta, de 37 años
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Sin sal, sin aliños, sin azúcar
Todos los miembros de CCA cada noche planifican y escriben todo lo que se van a echar a la boca al día siguiente, con el objetivo de mantener a raya su compulsión. Magdalena erradicó de por vida los chocolates y dulces de su dieta. Sabe, por experiencia, que lo dulce detona su compulsión y, que si come un solo chocolate, se los va a comer todos y, con ello, pasaría varios días comiendo sin parar y vomitando.
Roberta (37 años, casada) en cambio, lleva una dieta casi de enfermo: nada de azúcar, nada de sal ni aliño. La mañana de ese martes, por ejemplo, desayunó una taza de avena, 10 gramos de almendras, una taza de leche entera y una manzana. Todo lo que come lo pesa. Las verduras las ingiere cocidas o crudas, las carnes a la plancha o al vapor. "No dejo nada a mi criterio, por eso hace un año y dos meses peso y mido todo lo que como, porque si lo que como es demasiado placentero, me puede gatillar una compulsión. Para mí, comer era lo más rico del mundo, pero ahora el placer lo busco en otras cosas", dice.
Roberta comenzó con los atracones compulsivos en el colegio y tuvo un año de bulimia extrema y depresión cuando entró a la universidad. Desesperada, a los 20 años le pidió ayuda a su papá, que le buscó un equipo médico con siquiatra y nutriólogos que le enseñaron a comer de nuevo. "Si no comía quesillo o pan integral, vomitaba, encontraba que era todo malo y me demostraron que podía comer de todo, pero lo que me hacía engordar eran los atracones", dice. Apoyada por su tratamiento médico, logró controlar su bulimia, pero siguió dándose atracones cada cierto tiempo. A los 29 años partió a Nueva Zelanda a estudiar un magíster, recién casada y con ansiolíticos recetados por su siquiatra para seis meses, con la esperanza de que con este nuevo comienzo dejaría atrás su compulsión. Pero recién llegada, comenzó a arrasar con los muffins en todas las panaderías y se dio cuenta de que su matrimonio y su nueva vida se podían ir a pique si no encontraba el apoyo.
Averiguando, Roberta descubrió que había reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos cuatro veces por semana en su ciudad y comenzó a asistir; de eso ya hace 7 años. Desde entonces no ha faltado ni una semana. Cuando volvió a Chile, en diciembre pasado, de inmediato se unió al pequeño grupo chileno de los martes. Los jueves se conecta por Skype a una conversación virtual de CCA de todo el mundo.
"Este programa es lo que me mantiene viva y cuerda. Uno llega preguntando ¿cómo dejo de comer? Y te responden 'tienes que crecer espiritualmente'. Chuta. Parece más fácil hacerte una banda gástrica o tomar una pastilla. Pero, el milagro que jamás pensé que me iba a ocurrir, es que ya no echo de menos saborear un chocolate. Todavía encuentro increíble que entre el almuerzo y la hora del té hay tres horas en que ahora mi cabeza funciona en otras cosas y no solo en la comida", afirma.
Cualquier salida de su plan rigurosamente estructurado podría llevar a Roberta por la pendiente de los atracones, al igual que un alcohólico no puede tomar media copa de vino sin beberse la botella entera. Pero en un mundo donde prácticamente toda la vida social gira en torno a la comida, ¿cómo se las arregla una comedora compulsiva en rehabilitación para resistirse ante los manjares que saborea el resto y, más aún, para no decepcionar al rechazar la comida que le ofrecen?
Roberta ya está acostumbrada. "Hace cinco años, cuando recién estaba empezando a trabajar los 12 pasos, evitaba ir a restoranes o asados, porque no podía resistirlo, me lo comía todo. Ahora me da lo mismo, les preparo tortas y les compro helados a mis hijos y voy a comidas de amigos con mi recipiente hermético con verduras cocidas y carne a la plancha, sin que se me haga agua la boca por los platos de al lado", dice. Igual, cada salida de la rutina requiere un plan de contingencia. Ayer, Roberta tenía el cumpleaños de su prima. La llamó antes y ella le dijo que iba a ser un eterno aperitivo de minikitches, minicebiches, minitortas y canapés. Para evitar torturarse durante todo el cumpleaños pensando "¿me como un cebiche o me como dos? ¿esto es harto o es poco? Me dio hambre, ¿podré comerme otro?", decidió comer antes en su casa, y llegar al cumpleaños a las 9, donde no probó bocado. "Me dediqué a ayudar, a conversar, a estar con la gente, que es lo que no pasaba antes, que vivía pensando en comida: mi mente estaba todo el tiempo calculando calorías".
Al finalizar la reunión, se toman de las manos y recitan una oración que está escrita en un letrerito plastificado: "Señor, concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia".
Los doce pasos
Este es un resumen de los principios en que se basa el programa de CCA
1. Admito que soy impotente ante la comida y que mi vida se ha vuelto ingobernable.
2. Llego a creer de que solo un poder superior a mí puede devolverme el sano juicio.
3. Decido poner mi voluntad y mi vida al cuidado de Dios tal como yo lo concibo.
4. Hago un minucioso inventario moral de mí misma.
5. Admito ante Dios, ante mí y ante otro ser humano la naturaleza exacta de mis faltas.
6. Estuve completamente dispuesta a dejar que Dios eliminase todos estos defectos de carácter.
7. Humildemente le pido que me libre de mis defectos.
8. Hago una lista de todas aquellas personas a las que había ofendido.
9. Reparo directamente el daño que les había causado a otros.
10. Continúo haciendo mi inventario personal y, cuando me equivoco, lo admito inmediatamente.
11. Busco a través de la meditación y la oración mejorar mi contacto consciente con Dios.
12. Trato de llevar este mensaje a las personas que comen compulsivamente.