*Este es un reportaje que habla sobre el suicidio. Si estás pasando por un momento de crisis, puedes buscar ayuda profesional, o llamar al teléfono de Salud Responde al 600 360 7777.
Paulina del Río es una mujer que conoce de cerca el dolor. A los 20 años, su hijo mayor, José Ignacio, se quitó la vida luego de varios intentos y una depresión severa que se encontraba en tratamiento. Fue un evento inesperado y que describe como un tsunami y terremoto grado 28: “Y todo al mismo tiempo”, puntualiza. Con el fallecimiento de José Ignacio en 2005, su vida y la de todo su entorno dieron un giro radical, inmersos en un duelo marcado por sentimientos de culpa y soledad. “Los primeros años solo lloraba y no era capaz de hacer nada”, sostiene. Pero después de un tiempo, una persona de su familia le aconsejó que fuera a un grupo de apoyo para poder resignificar ese dolor junto a otras madres que también habían perdido a sus hijos por suicidio. Y Paulina fue. “En ese momento, era poco común contar con esos espacios. Fue impresionante el cómo me sentí al saber que no era la única viviendo esto y que ahí podía dar rienda suelta a la rabia o la pena”, dice.
Fue esa experiencia la que la llevó a estudiar dos diplomados en Psicología, a especializarse en intervención en crisis suicida en EE.UU; y a formar en 2012, la Fundación José Ignacio, una institución que busca prevenir el suicidio infanto-juvenil y acompañar a los familiares que han perdido a sus seres queridos por esta causa.
“Nos juntamos cada 15 días y es muy emocionante ver el progreso de los asistentes, porque el objetivo es que las personas puedan dejar las muletas y caminar con sus propios pies. Este duelo es bien particular, tiene un estigma enorme, sobre todo en términos religiosos porque muchos aún lo ven como un pecado”, explica y agrega: “En los grupos se genera algo muy importante que es la resignificación. Hay algunos que llevan apenas unas semanas de duelo, mientras que otros tienen años o meses en el proceso. Pero quien llega, puede ver a los demás y decir: si él o ella pudo, ¿por qué yo no?”.
Este tipo de intervenciones aluden a la denominada posvención del suicidio, un término que fue acuñado en los años 60 por el psicólogo estadounidense y considerado padre de la suicidología moderna, Edwin Shneidman; y que se refiere a todas aquellas estrategias e intervenciones dirigidas a apoyar el sufrimiento de quienes se han visto afectados por dicha pérdida, ya sean familiares o amigos, o incluso personas cercanas de la comunidad (barrio, colegio, trabajo). Pero, ¿por qué es importante hablar de posvención y generar acciones que posibiliten un acompañamiento efectivo? ¿Cómo pensar en estas acciones podría ir en beneficio de la salud pública? Según un estudio publicado en la revista académica Suicide Life Threat Behav, los familiares sobrevivientes de suicidio tienen un mayor riesgo de ideación y comportamiento suicida en comparación a otras personas que están en duelo. La investigación sostiene que las personas que estuvieron en contacto con alguien que se había quitado la vida, en el último año, tenían 1.6 veces más probabilidades de tener pensamientos suicidas, 2.9 veces más probabilidades de tener un plan para hacerlo y 3.7 veces más probabilidades de haberlo intentado.
“Los familiares y cercanos quedan más expuestos, ellos mismos, a cometer suicidio, entonces avanzar en posvención es también una manera de prevención”, dice el psicólogo infanto-juvenil y académico de la Universidad San Sebastián, Francisco Ojeda, quien se ha especializado en esta temática.
En esa línea, el especialista afirma que, a grandes rasgos, existen tres maneras de generar un acompañamiento en estos casos: con apoyo psicoterapéutico, con grupos de ayuda mutua y con estrategias comunitarias de posvención.
Sin embargo, Ojeda indica que en Chile existen pocas intervenciones en este ámbito. “Hay un abandono a las comunidades en esos procesos de duelo. Si uno mira los datos internacionales, alrededor de un 75% de los colegios y 62% de las universidades no tiene programas específicos de posvención. Por normativa legal, en nuestro país, tiene que haber protocolos de prevención, pero en lo que se hace después y cómo se acompaña a los cursos o familias, no hay nada”, manifiesta.
A nivel nacional, el Ministerio de Salud publicó en 2021 una guía para acompañar el proceso de duelo por suicidio, dirigida a familiares y personas cercanas, o a quienes acompañan ese dolor. El documento se llama Vivir Después de la Muerte y aborda desde los sentimientos más comunes tras una pérdida de estas características, hasta de la importancia de pedir ayuda o de hablar con los niños y jóvenes sobre este traumático evento.
Francisco Ojeda sostiene que, si bien es relevante que exista un manual con este tipo de orientaciones, su alcance todavía es limitado. “Y eso es porque hay un vacío en conocimiento sobre qué programas o lineamientos técnicos hay que desarrollar para tener estrategias efectivas con estas comunidades. Falta investigación en esto. Ahí las universidades tenemos una responsabilidad de la que hacernos cargo. Debemos realizar un trabajo conjunto con los sobrevivientes, para reconocer sus necesidades y particularidades, y generar desde ahí esas directrices para intervenir”, dice.
Sin embargo, el acompañamiento y cuidado no solo es responsabilidad de los profesionales de salud que atienden estas temáticas, sino que es tarea de todos y todas. Para ser un aporte en esto, dice Ojeda, es clave estar atentas y atentos a las necesidades de quienes están pasando por un duelo por suicidio, sobre todo considerando las características que lo hacen particular, como por ejemplo, los sentimientos de vergüenza y culpa. “Hay diferentes niveles de acompañamiento, pero estar activos, mirando y escuchando desde la ternura y empatía, puede ser un gran aporte”, dice.
La psicóloga clínica y académica de la Universidad Adolfo Ibañez, Isidora Paiva, dice que otra buena manera de poder apoyar estos procesos es ofreciendo ayuda en tareas del día a día, como realizar compras o apoyar en el cuidado de niños y adolescentes. “Además, es importante mostrar a las personas que no están solas. Que si lo necesitan, van a tener a alguien disponible para escuchar y apoyar en lo que necesiten”, dice.
“Aunque sea triste, es muy evocar la memoria de la persona que ya no está, ese ‘me acuerdo cuando Juanito tiró un pelotazo y quebró un vidrio’ aún cuando eso pueda traer una lágrima. Es muy lindo para uno saber que alguien recuerda con cariño a esa persona que tanto amamos”.
A eso, agrega que hay que tener un especial cuidado en la manera en que se escogen las palabras para entregar las condolencias. “Se debe evitar dar mensajes del tipo ‘todo va a estar bien’, ‘tienes otros hijos’, ‘tienes que estar bien por tu familia’, ‘no fue tu culpa’, ‘fue cobarde’ o cualquier oración demasiado positiva que genere una carga a la persona y le impida vivir el duelo. Muchas veces es mejor guardar silencio, no presionar el proceso y mostrarse disponible si así él o ella lo requiere”, aconseja Pavia.
Desde su experiencia, Paulina del Río cuenta que, muchas veces, vio cómo algunas personas se alejaban de ella al no saber cómo abordar el dolor de manera adecuada. Es por eso que destaca la importancia de hacerse presente, sobre todo evocando la memoria de la persona que ya no está. “No se necesita hacer nada. Solo con una mirada cariñosa y un abrazo basta; y también recordar. Ese me acuerdo cuando Juanito tiró un pelotazo y quebró un vidrio; aún cuando eso pueda traer una lágrima. Es muy lindo, para uno, saber que alguien recuerda con cariño a esa persona que tanto amamos”.