"No podemos publicarlo porque no funcionaría a nivel comercial" o "te recomendamos cambiarte el nombre". Estas eran algunas de las sugerencias en las cartas de rechazo que recibía J.K. Rowling cuando le devolvían tachado el manuscrito de Harry Potter y la piedra filosofal. Y es que fue después de doce intentos que la escritora por fin consiguió publicar la primera entrega de esta saga del joven mago que ha vendido más de 500 millones de ejemplares en el mundo y ha sido traducida a más de 80 idiomas."El rechazo nos duele", ha dicho Rowling. "Pero a la larga, puede ser inspirador".
La doctora Maritza Bocic, psiquiatra de la Clínica Indisa y profesora de la Universidad de Santiago, explica que para sobrevivir todos los seres humanos tenemos miedos básicos, como el miedo a la muerte. "Y como somos seres sociales y nos definimos en relación a otros, también tenemos miedo al rechazo y a ser expulsados del grupo". Y ese miedo al rechazo está vinculado directamente a nuestra autoestima y valoración personal. "Esta se forja desde que nacemos, primero en el entorno familiar y luego en el entorno social. Pero no es tan sencillo como suena. Por ejemplo, tus papás te pueden haber dicho que te querían mucho, pero si tú sentiste cierta subvaloración de parte de ellos respecto a quién eras, eso define la forma en la que saldrás a sociabilizar".
Es decir, si a una niña que ya se sentía poco valorada en su casa cuando va al colegio no la invitan a una fiesta, no va a tender a pensar "qué tontas las demás de no invitarme", sino "¿qué tengo de malo yo que no me invitan?". En casos extremos, el rechazo social es capaz de gatillar sentimientos que son tan dolorosos que los niñas y niños más sensibles comienzan a hacer todo lo posible por evitarlo: aislarse, negarse a participar en situaciones sociales o, peor aún, invertir mucha energía complaciendo a otras personas con el fin de no ser rechazados. Cualquiera de estas alternativas sólo los hace sentir más aislados, lo que a la larga se transforma en depresión.
"Todos somos sensibles al rechazo y la vivencia más destructiva de esta experiencia tiene que ver con la capacidad que tenemos de enfrentar el conflicto", dice la doctora Bocic. "En la adolescencia nuestra autoestima es muy baja, más de lo normal, porque nos despegamos de los papás y adquirimos nuestra propia identidad en relación a nuestros pares. Es por eso que lo ideal sería entrar a la adultez con un equilibrio de nuestros valores básicos más los que aprendimos de nuestros pares". Pero esto no siempre ocurre.
Y como la necesidad de pertenencia y de ser amados son motivaciones humanas, hasta las personas más introvertidas necesitan ser capaces de dar y recibir afecto para mantener su salud mental. En 2011 el estudio Social Rejection Shares Somatosensory Representations With Physical Pain (publicado en la revista oficial de la National Academy of Sciences), se preguntaba qué tanto se parecían la experiencia de rechazo social al dolor físico. ¿El resultado? Tanto los componentes afectivos del rechazo como los sensoriales del dolor físico activan una misma red de regiones cerebrales. La corteza somatosensorial secundaria, ubicada en la ínsula posterior dorsal, se activa de igual manera cuando alguien que recién ha terminado con su pareja ve una foto de su ex, que cuando a esa persona le dan vuelta encima un café caliente. Es decir: el rechazo duele. Literalmente.
En el pasado, que el rechazo doliera tenía una función de supervivencia: si no dolía, cualquier rechazado podía irse de su tribu creyendo que sobreviviría solo. Pero lo cierto es que el rechazo crea un vínculo que abre posibilidades sociales y nos ata a los demás. Así que no debiéramos tenerle miedo, sino que enfrentarlo. ¿Cómo? La mayoría de las alternativas, desde manuales de autoayuda hasta papers científicos, coinciden en que lo primero es revisar a expectativa de nuestras interacciones sociales.
En Wiki-How existe un manual paso a paso que propone medidas delirantes y otras no del todo desquiciadas para superar el temor a ser rechazado. Por ejemplo, hace énfasis en ponerse en el lugar de la otra persona. "La gente sensible al rechazo siempre se considera a sí misma el centro de la situación", dice el manual. "Quizás pienses que te rechazan por algo que hiciste, pero es posible que no tenga nada que ver contigo".
Y es así. Un estudio de la American Psychological Association prueba que los televendedores, quizás las personas que más sistemáticamente se exponen al rechazo social, generan un capa reactiva que les permite entender que el hecho que les corten el teléfono o los insulten a diario, no tiene que ver personalmente con ellos. Coloquialmente le decimos resilencia a la capacidad que tenemos los seres humanos para adaptarnos positivamente a las situaciones adversas, y lo cierto es que explorar esta capacidad también puede ser una cuestión creativa.
Hace algunos años, la comediante Emily Winter publicó en el New York Times un testimonio en primera persona sobre el verano en que se propuso ser rechazada 101 veces (como si cien no fueran suficientes), así que postuló a ser guionista de televisión, mandó colaboraciones a revistas e hizo audiciones para stand-ups, todo con el fin de acumular negaciones. Su proyecto -que duró meses- le significó gran dolor, gran trabajo y finalmente un gran aprendizaje: mientras más rechazos conseguía, las escasas propuestas que eran aceptadas se volvían más valiosas. Y por lo mismo los rechazos menos dolorosos.
En su crónica, Winter cuenta que un tiempo después de recibir sus 101 rechazos, se encontró con un amigo en la calle. Él se quejó de no tener con quién a los matrimonios, pero le aseguró a la comediante que quería que eso cambiara. Así que siguiendo el método de su amiga, actualizó su "curriculum" amoroso, lo hizo circular entre sus conocidos y por varios meses fue a citas todas las noches. Ahí, frente a desconocidas, se mostró tal cual era y exponiéndose a diario a esta situación, bajó su nivel de ansiedad, nerviosismo y presión. Cada uno de los encuentros fue volviéndose menos terrible que el anterior. ¿El resultado? No consiguió pareja para el matrimonio que tenía más adelante, pero se sintió más cerca de lograr lo que quería.
Lo que la comediante y su amigo hicieron fue una "terapia de exposición", una metodología psicológica en la que nos ponemos en contacto, sistemático y, de forma segura, con la situación que nos genera conflicto. El objetivo es familiarizarnos cada vez más con lo que nos cuesta. En este caso, el rechazo. Hasta perderle el miedo. Y es que como ocurre con todos los demás temores, una vez que lo identificamos, lo natural es tender a evitarlo y esto puede llevar a paralizarnos. Y la única forma de salir de ese círculo es mirarlo a la cara, repetidamente.
"Enfrentar el conflicto tiene que ver con tu aprendizaje", asegura la doctora Bocic. Ella está convencida de que la sensibilidad al rechazo puede llevarnos a interpretar la realidad de una manera errada. Si nos dicen "No puedo hablar contigo porque estoy ocupada" y somos muy sensibles o tenemos experiencias traumáticas con el rechazo, podemos leerlo como "esta persona no quiere hablar conmigo".
Según la psiquiatra, esta es la base de los conflictos comunicacionales entre las personas. "En las relaciones de parejas y de amigos muy íntimos la forma en que le damos significado a la realidad es clave. Interpretar un silencio en una relación íntima puede ser peligroso, quizás uno no habla porque tiene miedo a equivocarse y el otro cree que ese silencio es indiferencia", explica.
La psicóloga Angela Duckworth, autora del libro Grit: The Power of Passion and Perseverance dice que cuando, a pesar de múltiples rechazos, seguimos buscando otras formas de cambiar nuestra situación para mejorarla, "creamos" la oportunidad de encontrarla. "En cambio, cuando dejamos de buscar, suponiendo que no se puede encontrar una alternativa mejor, nos aseguramos de que no exista". Su libro se alinea con la teoría de que cuando somos rechazados una de nuestras identidades se resiente, pero existe la posibilidad de que otra emerja. "La flexibilidad es la definición de la fuerza", suele repetir en sus charlas sobre el rechazo el psicólogo norteamericano Adam Grant.
Y es que temer al rechazo social no sólo puede paralizarnos, sino que también privar al resto de conocernos. ¿El riesgo? Auto-traicionarnos y convertirnos en lo que los demás esperan de nosotros y no en lo que realmente somos o podemos llegar a ser. "No saber poner límites es tenerle miedo al rechazo", explica la doctora Bocic. "Es miedo a no ser valorado socialmente, tanto en el grupo de amigos como en el trabajo. A diario, en mi consulta me toca ver personas muy buenas en sus trabajos, que son a las que más las sobrecargan porque tienen un nivel de autoestima más baja y sienten que si no hacen las cosas las van a echar. Por eso le dicen que sí siempre a sus jefes. Incluso cuando lo que les piden escapa a sus responsabilidades".
En estos casos, la especialista enfoca la terapia en valorizar al paciente, lo que se traduce en un aprendizaje a decir que no. "Si pones límites, alguien puede interpretar que de pronto te estás poniendo más pesada, pero lo cierto es que interpretación de la realidad es muy distinta para todos. Que una persona que no ha puesto límites antes empiece a hacerlo no es necesariamente bueno ni malo, sino que simplemente es distinto. Y si bien sus pares no la van a ver igual que antes, es porque ella no será igual que antes".